Hace días el alcalde de Medellín censuró a la compañía Air Panamá porque vendía el Narcos Tour diciendo en una carta que “no vamos a permitir que empresas serias muestren a Medellín basándose en un pasado doloroso”.
En una de sus conferencias, el escritor Sergio Álvarez decía que “la sociedad colombiana le tiene pánico a verse en el espejo, le tiene un miedo absoluto a mirarse de frente”, entonces cuando aparece la violencia en la literatura y la ficción, en las películas y series, incluso cuando aparecen programas turísticos para recorrer la ruta de los íconos narcos en Medellín vestidos con guayabera y chanclas, comienza la indignación y los gritos que se oponen, y queda en evidencia ese miedo, ese pánico del que habla Álvarez.
Hace unos días, el alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, censuró a la compañía Air Panamá porque vendía el Narcos Tour diciendo en una carta bien tuiteada, por supuesto, que “no vamos a permitir que empresas serias muestren a Medellín basándose en un pasado doloroso”. Gutiérrez repitió la pataleta de hace unos meses frente al cantante de reguetón y su camisa del capo. Lo llamó, no sin antes verificar el funcionamiento del grabador de voz, y apenas terminó la cantaleta en tono bravero, colgó, verificó la grabación para subirla a las redes y darse el bombo necesario.
Si el alcalde va a prohibir el Medellín Narcos Tour, entonces que mande a recoger en todas las librerías La virgen de los sicarios, La parábola de Pablo, Comuna 13 crónica de una guerra urbana, Rosario tijeras, entre otras expresiones que hacen alusión a nuestro pasado violento. No lo hace porque, con el desacato, sería evidente el ridículo. Como lo es ahora, pero camuflado con la obediencia de la empresa turística. Como contraejemplo, hay que ver los planes turísticos para visitar los campos de concentración en Europa, dolorosos, pero sin miedo.
Por su parte, en una columna de opinión publicada en el diario The New York Times, el exgobernador de Antioquia Sergio Fajardo criticó Narcos, la sonada serie de Netflix, diciendo que “es una versión light de una realidad profundamente compleja” y que “la confusión entre hechos reales y ficción da como resultado una versión desfigurada de lo que realmente ocurrió”.
En defensa de la serie, lo evidente. Hay que verla como lo que es: ficción. Pero no solo verla, sino también opinarla. No es historia en el sentido de la Historia, no es un reportaje, no es periodismo, no es documental, no es testimonio. Es ficción, mito, drama y, así les duela, entretenimiento.
Así como es entretenimiento House of cards, que cuenta entre otros asuntos la corrupción adentro de la Casa Blanca, rodada con los permisos de los mismos funcionarios que se figuran en la serie. Cientos de películas y series han mostrado las tripas de los Estados Unidos. Pero allá no tienen miedo, por el contrario, los escritores, los guionistas, los directores, y hasta los políticos, saben que antes de esconder a sus personajes históricos, torcidos o no, o a sus conflictos y vicios y virtudes, es necesario mostrarlos transformados, simbolizados, pirateados, como sea, pero mostrarlos, porque estos personajes y sus vidas son una mina grandiosa, son un tesoro para crear mitos, leyendas y símbolos narrativos. Otro ejemplo, de muchos, muchos otros, y que me viene a la cabeza porque es la serie que ahora estoy viendo, es Green Zone, que tradujeron La ciudad de las tormentas, con Matt Damon, en la que se recrean las mentiras y confabulaciones de las armas de destrucción masiva en Irak. Un episodio penoso, pero que no da miedo mostrar. Podríamos hacer un inventario de historias similares. En los Estados Unidos son expertos en esto, lo tienen claro, son pragmáticos y expertos en la utilización de la Historia. Desde el punto de vista literario, pensando en los mecanismos de la ficción, Pablo Escobar fue y sigue siendo un gran personaje. Es largo, ancho, alto, complejo. Además vende. No solo series, pelis y novelas, también vende estampados y circuitos turísticos.
Narcos se ve tanto en Madrid, como en Buenos Aires y Ciudad de México, en todo el mundo, porque engancha, pega, vende y distrae, porque entretiene, porque está bien escrita, bien dirigida, actuada, producida, porque se grabó en las calles de la misma Medellín, cuando en Medellín comenzó a entenderse el negocio del cine y la cultura.
Escobar no se agota, y no se agotará en mucho tiempo. Ahora, así no le guste a Fajardo ni a Gutiérrez, tendremos la cinta Escobar, con la actuación de Javier Bardem y Penélope Cruz que estará basada en el libro de Virginia Vallejo: Amando a Pablo, odiando a Escobar (2008), con un gran director, uno de los mejores, Fernando León de Aranoa. Lastimosamente, no se grabará en la ciudad. Una pena, porque entonces seguiremos siendo la parroquia.
Medellín es conocida por el narcotráfico, marcó una época en las grandes mafias que ahora despachan desde México. La pregunta con Pablo Escobar, la violencia y nuestra historia, hoy distinta, pero no ajena a ese pasado, es ¿qué vamos a hacer con esas historias?, ¿cómo las vamos a transformar? ¿O vamos a seguir tapando el sol con un dedo? Las respuestas son muchas. Se podría utilizar esa difícil marca para potencializar lo que se ha construido, los colegios, los parques bibliotecas, los centros de salud, las canchas deportivas, los centros de emprendimiento barrial, el Parque Explora, y demás nuevos símbolos urbanos, de los que siempre se habla. Mostrar sin miedo el antes y el ahora de la ciudad, como se hace siempre en los procesos de mejoramiento. Teniendo en cuenta que los símbolos no son solo de concreto y varilla, incentivar el cine, la televisión, las series, los talleres de escritura. Estimular la creación de mitos, de símbolos literarios, que Escobar se pierda en otros personajes complejos, que se pierda solo, agotado, consumido y no censurado.
Dicen que somos una ciudad innovadora, pero parece que fuera solo publicidad. Para ser innovadores tendríamos que dejar el miedo, tendríamos que mirarnos al espejo, como dice el escritor Sergio Álvarez, salvar la cobardía para exorcizar el pasado, para hacernos responsables, no solo del pasado, sino del presente, y asumirlo.
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