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El ejercicio propuesto en uno de los talleres consistía en escribir una carta. Ojalá a una persona apreciada y extrañada desde el penal. Todos sabemos que los talleres de escritura, en este tipo de espacios, son también talleres de sublimación y sanación, y una excusa para hablar, para lucir palabras reprimidas. Luego de escribirla, algunos de los pupilos, los que voluntariamente quisieron, se animaron a leerla.

Uno de ellos escribió a la novia una carta llena de azúcar, remordimiento y amor. Ya lo decía Álvaro de Campos, heterónimo de Fernando Pessoa, “Las cartas de amor, si hay amor, tienen que ser ridículas.” El pobre tipo estaba muy enamorado. Y su carta lo evidenció.

Otro de los pupilos, desde el fondo del salón, soltó la carcajada. En realidad todos queríamos hacerlo pero nos contuvimos. La otra parte de la cita de Pessoa dice: “Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no lo fuesen”. Pero el alumno indiscreto no se aguantó la burla. Dijo que era una ‘mariconada’ y que la novia lo dejaría si no se volvía un “hombre de verdad-verdad”. Entonces comenzó la pelea. El enamorado se le fue encima, con el lápiz como puñal, y, si no es porque entre todos los otros lo detienen en un apretado abrazo, yo me arrinconé al lado contrario, se me daña el tallercito de escritura.

Mis cursos tienen esa particularidad. Para que los internos de una cárcel se animen a participar de un asunto tan ajeno para ellos, como es la literatura, tengo que proponerles temas que estén muy cerca de su vida. Aun así no dejo de meterme en líos. La otra vez, el director de la cárcel me dijo que tenía que poner cuidado. Estaba muy molesto porque en el taller anterior propuse escribir sobre “cómo me fugaría de la cárcel”. Era un ejercicio de la imaginación. Pero al hombre no le gustó. Tuve que pasarle el programa de ejercicios para que los revisara antes de su realización.
Uno de ellos era uno muy cándido: escribir una carta a una persona querida.

Pero bueno, pongamos orden al relato. En realidad el ejercicio de “cómo me fugaría de la cárcel” nunca lo he propuesto. Lo fantaseo acá, como un ejercicio de la imaginación, porque ganas no me faltan. Aun así me superan las ganas de seguir trabajando en la cárcel y no ganarme enemigos gratuitos en la dirección del penal.

En cambio, lo de la carta de amor fue real. Pensé que este tipo de ejercicios podrían funcionar, pero las cosas siempre pueden salirse de control. Y recuerdo otro momento real: cuando propuse escribir sobre su relación con la institución de la policía. Entonces también me metí en un problema. El ejercicio se llamaba “queridos tombos” y como digo intenta sublimar la relación con las normas, las reglas, y más concretamente con los defensores de la ley.

Cuando los muchachos escribieron sobre sus “queridos tombos”, los relatos narraban abusos por parte de los policías: extorsiones, torcidos, sobornos, entre otros. Cerca del salón de clase había un guardia, el que siempre estaba pendiente de los muchachos. Antes de ser guardia carcelario había sido policía. Era la contraparte de las historias antes leídas y cuando escuchó los relatos se salió de postura y comenzó un acalorado alegato. Otros guardias lo apoyaban con argumentos del tipo: “no todos los policías son así”. Los alegatos iban y venían entre prisioneros y guardias. Como profe, y de alguna manera como árbitro, tuve que intervenir asumiendo la defensa de los guardias. Las cárceles siempre son contenedor de historias y no quería perder mi permiso por dejar pasar una discusión de este porte. Influencié la posición de mis pupilos, reduciendo sus ataques, y la discusión terminó cuando todos estuvimos de acuerdo en que hay policías rescatables, moralmente hablando. No todos son nuestros “queridos tombos”.

¿Y cómo terminó la pelea entre el pupilo indiscreto y el enamorado? De nuevo tuve que intervenir. Muerto de miedo desde el rincón dije que el pupilo indiscreto era él quien estaba equivocado. Dije que las reacciones de hombres y mujeres, frente a las demostraciones de amor, son bien diferentes. Digamos por ejemplo, un hombre en un paradero esperando el bus con un ramo de flores en la mano despierta cosas muy diferentes. Todos lo ven allí, con las flores, esperando el bus. Las mujeres se derriten de ternura. Y los hombres nos burlamos. ¿Quién tiene la razón? Claro, el hombre que lleva las flores tiene la razón. Y eso fue lo que dije en el salón: a uno le tiene que importar un pepino lo que piensen otros hombres, los pendejos que se burlan, a uno le interesa lo que piensen las mujeres… a ver, a mí me importa lo que piense mi mujer, la chica a la que le escribo cartas de amor, la mujer a la que le regalo un ramo de flores.

Finalmente el indiscreto reconoció su error, era un pendejo, ofreció disculpas y seguimos la clase.

 

En adelante va un extracto de las historias escritas en el programa Fugas de Tinta 2018.*

Los textos escritos en la cárcel tienen una sinceridad brutal. Los pupilos no necesitan cursar largos talleres de escritura creativa para contar una buena historia. Alumnos peligrosos por fuera del penal, pero mansos, en ocasiones, en el encierro. Si bien estéticamente tienen sus bemoles, y en las primeras líneas se manifiesta el novato escribiendo, luego su tremenda honestidad desmonta la desconfianza, despierta el interés y, finalmente, atrapa su lectura.

 

Familia es familia
Por: “Chacho”
23 de diciembre. Estábamos en la acera mis primos: Cacha, Julio, Mateo y yo esperando a que mi vieja, mi mamasita linda, nos tirara la plata para ir a depósitos San Pío donde el profe Yes, pa’ que nos hiciera la magia para conspirar las carpas bien baratas a manera de asegurarnos de los aguaceros del 24 de diciembre al 36 del mismo sin que se nos dañe el parche. Compramos una ronda de chelas Aguilita Light para la fresa de mi primo Cacha, Águila para Julio, Tutti Frutti para Mateo y una Pilsen bien fría para mí. Mientras nos las bebíamos, aun estábamos esperando la plata. Mientras tanto, cuadrábamos la logística del evento, pues cada diciembre es un tema diferente con la decoración de las carpas y el ambiente con el que nos vamos a parchar toda la familia. Para nosotros los paisas, diciembre es una religión.

Solo quien tiene hijos entiende que el deber de un padre no acaba jamás, bueno pues, esta es la movida —¡va así!—, me dirigí a mis primos, alquilamos el chivero en el Parque El Brasil, ahí mismo en Itagüí, municipio de Antioquia. Nos tiramos por las carpas, volvimos a la casa, recogimos el revuelto, el sonido, mesas, silletería, le caímos al tío Darío por la carne del marrano, nos interceptó en la esquina del golfo, pilas que es otro tío con los litros de alcohol, PUM, hacemos trampolín por la banca y por más drogas que uses y por más que nos abuses, ¡vivos! La policía no nos puede quitar lo más chimba que es toda la pólvora que va dentro de uno de los bafles, vivos pues, ¡sale!
¡Sale! Contestaron mis primos.

Hicimos todo el visaje, gracias a Barbado Diosito todo salió melo. Llegamos a la casafinquita de mi tío Alirio, ahí en Santa María la nueva. Nos saludaron las niñas: Lucy, Yadi, Susa, Juanita. Nos atendieron y mientras instalábamos todo el parche nos regalaron juguito; empezaron a llegar las tías, la abuela “la dura”, las nuevitas de los peludos a separar las carnes, pelar el revuelto, lo preciso para el primer evento, el primer despeluque, 24, 25 y 26. Contentos, divisando la magistral carpa navideña que nos tiramos, yo tomaba pola, nos reímos y breve. Se quedó Mateo en su casa y nos tiramos por Playa Rica, Cacha y Julio se siguieron para sus casas, yo me quedé parchado en Satexco con todos los socios.

Me cogió la tarde y arrastré conmigo las malas vibras de un parche pesado. Mientras llegué a mi casa pa’ pegarme el shower y llegar nítido bien tintín donde mi familia, pasé por la casa de Julio y me dijo que Cacha le caía a las 11:00 p.m. para salir en manada hacia la fiesta. Estaba en la mía, muy cerquita de las 12:00 p.m. me llamó la cucha a la casa, me azaro la plaza, yo tengo la obligación de socorrerte, no me dio pa’ irme con mis primos por Playa así que hice la huida por el cementerio hacia Pilsen, me desvíe por San Isidro para encontrarme con mi pelada, que no falte la costillita, y llegar precisitos a Santa María la nueva.

Conteo regresivo, 5, 4, 3, 2, 1, tan tan, pum pum, hijueputa, feliz navidad, besos, abrazos, lágrimas, nostalgia, una alegría inmensa, confesatorios, psicología, concejos, palabras de sabiduría, desenfreno, todo esto en menos de cinco minutos se vive, como familia lo cobramos y pasamos otro 24 y 25 juntos, aunque tú seas un ladrón y aunque no tengas razón.

Muy en la madrugada me tiré pa’ la Playa con Julio a dar el roce, a saludar a todos los parches, las familias de los parceros, las exsuegras, y quedamos en que a las 4:00 a.m. en la virgencita para subir de nuevo a Santa. Me subí, además de mi primo Julio, con unos socios al llegar donde mi familia estaban ya solo los desordenados, los de siempre, mi subconsciente siente la mala vibra porque llegué con unos raros para mi familia por así decir, estamos en el ambiente, la fiesta, mucha salsa, reguetón clásico. Revivimos a los que ya se nos fueron, primos, tíos, padres, madres, parce, no azara, ¡doble el codo! La familia y yo tenemos que atenderte.

De una patada cayó el equipo de sonido al suelo, de tan girado que estaba me la tomé personal y me prendí a golpes con mi tío, uno de los adultos, calman los ánimos, nos separaron y otro tío diciéndoles cosas a mis panitas, pues son del mismo barrio, limando asperezas, problemas de años atrás. La cogió también conmigo porque los llevé a ellos y me salió al pedazo, este estaba ya con los ñatazos encima, nos hicimos los lances a lata, pelo a pelo, va una, va otra, no nos hacemos daño gracias a Dios, cero heridas pero mucha discordia, las cosas quedaron así, se apagó la más linda fiesta y pasó todo lo que tiene que pasar en una familia: rumores, chismes, malos entendidos, rencor y nos quedamos sin remate de 25 ni 26, qué cagada, siguió todo normal entre los que no pasó nada. Yo no asistí a la fiesta del 31 de diciembre, la de fin de año, primera vez en mi vida.

Me parché con mis socios en Playa Rica, estaba muy ofendido; de receso en casa me llegó la sabiduría de primero de enero, si no caigo a la rumba haría más ancho el problema, maquillo mi ojo derecho, me dispongo a salir, donde mi familia se sintió la vuelta agobiada, olía a sancocho, corriendo mis primos, se alzaron los globos, los contemporáneos míos me hacen gestos de que le baje al aleteo, se sienta a mi lado la esposa de mi tío, el adulto, también mi viejo querido, me tiran las frases aquellas y se me baja el rencor, que de nada sirve. Respiro hondo, alzo la cabeza, veo donde está mi tío y le grito: Que a pesar de los problemas, familia es familia y cariño es cariño.

 

 

El carro
Por: Caliche

Fue una tarde, un poco gris, con amenaza de lluvia en mi barrio y nosotros parchados jugando cartas en la acera de la cuadra, una esquina de Manrique Central. Entonces llegó Óscar en un Renault 12, con la alarma haciendo un escándalo atroz. Se bajó y me llamó: Caliche, vení apagá este escándalo. Me paré, dejé las cartas en el piso y llegué al carro. Uno de color verde, con un tiro en la parte del conductor, un huequito de ojiva. De resto, todo muy bien. Le subí el capó y desconecté los fusibles y procedí a cortar los cables de la alarma. Era la época en que Pablito compraba trabajo para hacer los carros bombas. No sé cómo carajos Óscar se metió en ese cuento.

Ya con el carro listo me invitó a llevarlo hasta Doradal, pues pagaban muy bien y de contado. Nos subimos. Eran más o menos las doce del mediodía y tomamos rumbo a la Autopista Medellín- Bogotá. En el camino hablábamos de varias cosas, entre ellas, las condiciones del carro, y el valor que nos darían por él, más o menos un millón. Teníamos todo de nuestra parte. Pasamos el peaje, todo normal, es decir muy bien.

Faltaba un último retén del peaje para llegar a Doradal, cuando vi alrededor a dos guardias y policías de carretera. Había uno moreno, alto, delgado, con la gorra en la mano, con botas altas con el pantalón dentro de ellas, su revólver 38 largo, colgado al cinto, y con una aparente tranquilidad.

Pasamos el peaje y el retén. Llevábamos unos 100 metros cuando escuchamos el silbato del policía de tránsito, para que paráramos. Le dije a Óscar: “no parés” y él me dijo “fresco, todo está bien, qué bobada”.

Claro, pasó lo que tenía que pasar, el pendejo éste paró, llegó la policía y comienza a revisar el carro y de una se dieron cuenta de que tenía dos placas. ¡Que susto! me corrió un sudor frío, pues estaba en problemas. La ventaja fue que ellos estaban solos con nosotros y comenzamos a manejar el verbo, querían plata, platica en efectivo. Qué problema, es verdad, qué verraco problema.

Óscar llevaba cheques. Luego de un tire y afloja recibieron uno por $500.000 para pagar por ventanilla. Qué va, ese cheque era parte de una chequera robada. Cuando aceptaron suspiré aliviado. Salimos de allí por la carretera y yo echándole y echándole cantaleta por haber parado.

Llegamos a Doradal y él se fue solo a la entrega del carro. Yo me quedé esperándolo muy tensionado y ansioso. Espere y espere. Regresó como a las dos horas. Venía con cara de vencedor. Me dio la mano con una sonrisa gigante. Caminamos por el paradero de los buses sintiéndonos unos tesos, comimos una deliciosa lengua rellena y nos montamos en un bus para Medellín.

 

Más chichipato vos
Nito
El Old Parr iba bajando al son de las caricias, los coqueteos, los besos y una que otra manosiada. Al frente, mis dos grandes amores: una botella del viejo Parr y una exuberante morena de cabello negro brillante que le caía hasta sus grandes caderas. El escote ni se diga. Tenía una blusa negra con una abertura tan profunda que parecía Moisés separando el mar en las viejas películas de Semana Santa que todos hemos visto.

Para mí sería otra noche perfecta: la chimbita ya estaba lista para la faena y yo preparado para domar esa potra salvaje. Ya era la una de la mañana y empezó el declive de mi plan maestro; como todo gran plan, siempre existen imprevistos que le echan la sal al tinto.

Cuando Laura me dijo que nos fuéramos a moteliar, se me iluminaron los ojos y llamé de un silbido al mesero. Le pedí la cuenta y éste, matándome un ojo en señal de aprobación por la mamasita que me acompañaba me dijo, “son 170 mil pesos”.

Hasta ahí me llegó la felicidad. Recuerdo que solo había sacado exactamente ese valor: tres billeticos de 50 y uno de 20. Entonces, ¿con qué plata iba a pagar el motel? No me podía quedar en blanco esa noche, y menos con esa diosa Venus el frente con ganas de meterse al ruedo con este toro de lidia, ustedes me perdonan el convencimiento, la verdad es que soy flaco y desgarbado. En medio de nuestra prenda, nos montamos en el carro para ir al bar de un amigo y pedirle plata prestada para pagar “el cinco letras”. No habíamos pasado dos cuadras cuando al mirar por el retrovisor, vi las luces rojas y azules de una Suzuki verde.

“¡Hijueputa!”, maldije pegándole al volante y pensando: “será que no voy a poder culiar tranquilo”. El policía se acercó a mi ventanilla: “Caballero, buenas noches, ¿usted ha bebido hoy?”. Sin pensarlo le respondí: “no señor agente, estoy en sano juicio, solo voy a llevar a mi novia a la casa”.

Este tombo de 1.80, tez trigueña y voz gruesa se burló: “pues hermano, usted no puede ni hablar de la prenda, y por lo que veo nos va a tocar llamar una unidad de tránsito”. Yo solo pensaba en que no tenía un peso para darle y que este tombo me había dañado la culiadita.

Empezó la negociación. Le dije que estaba pelado, me dijo que tenía que llamar al tránsito. Le dije que me colaborara, que la verdad por andar sin plata iba a tener que dejar a este mecatico. Me dijo que me acompañaba a un cajero para que le pudiera poner la cereza al pastel. Yo le dije que no manejaba tarjetas, ustedes saben que los manes como yo nunca tenemos ni siquiera cuenta en un banco, mientras más anónimo vaya uno por la vida mejor, por eso ni hablar de redes sociales. Entonces el tombo alcanzó a ver unos billeticos envueltos en el cenicero y me dijo: “¿y esa plata que tiene ahí, qué?”. Yo agarré el rollito y las monedas, y al contarlos sumaban 9 mil pesos. Le dije que solo tenía nueve mil y con su rostro constreñido me respondió que eso no alcanzaba para nada.

Media hora nos dejó ahí parados en plena Avenida 80, con el frío, sumado a la pena de no tener ni un solo peso más, suscitó un glacial que extinguió las llamas y la calentura de la noche. Al ver que no llegaba ninguna unidad de tránsito, el tombo se acercó a mi ventanilla y con cara de muy pocos amigos me ordenó: “a ver mariquita, pase esos 9 mil para que se pueda ir, ome, chichipato”.

Prendí el carro, empuñé el dinero, se lo entregué y, antes de arrancar, con la rabia de saber que la noche había sido un fiasco le grité: “más chichipato vos, tombo marica”. Y salí fresco, y más delante de la rabia aceleré cual Dominic Toreto.

 

Finalmente:
¿Para qué se lee y se escribe en la cárcel?
Se lee y se escribe en la cárcel como forma de creación, de sublimación, de perdón, de reconciliación. Para ejercer un acto de libertad. Una libertad de pensamiento y una libertad de palabra. Para realizar un ejercicio de la libertad en la imaginación y en el pensamiento… una libertad que supera la realidad, que supera las rejas y los candados.

 

*Fugas de Tinta, escritos desde la cárcel.
Libertad bajo palabra es el programa de escritura creativa del Ministerio de Cultura en asocio con el INPEC. Durante 11 años (2007-2018) se han realizado 164 talleres en 33 centros penitenciarios de Colombia. Se han beneficiado con el programa cerca de 4.000 reclusas y reclusos. Se han publicado 11 libros con los materiales logrados (uno por cada ciclo anual de talleres), antologías que reúnen los mejores textos logrados bajo el nombre de Fugas de tinta. (Y que están todas disponibles en internet).
Durante el tiempo que lleva el programa se han dotado, con la colaboración de la Biblioteca Nacional de Colombia, 12 bibliotecas en los centros de reclusión en los que se realiza el programa. Y se han gestionado, con donantes privados, dotaciones de libros para otras 17. Se han creado cineclubes y clubes de lectura, y lo más importante, como dice José Zuleta, director nacional del programa: “hemos aprendido que la literatura es una poderosa herramienta de trasformación humana, que la escritura y la lectura pueden trasformar a personas que nunca tuvieron acceso a ellas. Hemos aprendido que la lectura y la escritura, cuando están relacionadas, producen lectores nuevos, lectores que leen desde la perspectiva de aprender a vivir. La literatura les permite ver el mundo de una manera más próxima a su experiencia, y así realizar preguntas y responderse inquietudes de manera compleja.”

 

Descargue el libro Fugas de Tinta 11 en el siguiente enlace:

http://www.mincultura.gov.co/areas/artes/publicaciones/Documents/Fugas%20de%20tinta%20XI.pdf

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Andrés Delgado. Piel de topo es un blog sobre periodismo y literatura, crónicas y opinión.

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