Una noche y a la luz de las velas, el médico Petrus Forestus levantó la cabeza de la mesa, meneó el cuello y trató de reponerse. Estaba agotado y necesitaba descansar de su trabajo en el estudio. Petrus Forestus estiró el pescuezo y leyó lo que acaba de escribir: “Cuando estos síntomas se indican, consideramos necesario pedir a una partera que ayude, de modo que pueda masajear los genitales con un dedo adentro, utilizando el aceite de lirios, raíz de almizcle, azafrán, o algo semejante. Y de esta manera la mujer afligida puede ser excitada hasta el paroxismo. Este tipo de estimulación con el dedo es recomendado por Galeno y Avicena, entre otros, en especial para viudas, para quienes viven vidas castas y para mujeres religiosas, como propone Ferrari da Gradi. Se recomienda con menor frecuencia para mujeres muy jóvenes, mujeres públicas o mujeres casadas, para quienes es mejor remedio realizar el coito con sus cónyuges.”

Petrus Forestus llevaba meses tomando notas que luego serían recopiladas en su Observationem et Curationem Medicinalium ac Chirurgicarum Opera Omnia, donde tiene un capítulo sobre la histeria, una enfermedad que en la tradición medica occidental era tratada con un masaje genital hasta el orgasmo. El tratamiento era aplicado por un doctor o una partera y trataba de curar » la enfermedad del útero», aflicción considerada común y crónica en las mujeres. Si bien Forestus murió en 1597 en Alkmaar, un pintoresco pueblito neerlandés rodeado de agua, fue sesenta años después cuando se publicó su libro y el médico comenzó a ser conocido como “el Hipócrates holandés”. Forestus anotó que, no solo él creía en el tratamiento, sino también otros prestigiosos médicos a lo largo de la historia, es decir, era una enfermedad que se tomaba muy en serio.

Desde el siglo IV antes de Cristo, se describe un tratamiento médico para una dolencia que ya no existe. En 1952 la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos eliminó el término de sus catálogos. Algunos dirán que nunca existió y que la enfermedad, que durante 25 siglos se conoció como la histeria, era la expresión de la sexualidad femenina insatisfecha, y el tratamiento médico aplicado era proporcionar esta satisfacción.

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Diferentes médicos, desde Hipócrates hasta Galeno, comentaban los síntomas de la histeria como “desórdenes en la menstruación, trastornos melancólicos, privación sexual y pesadez de mente”. La interpretación de estos supuestos síntomas incluía muchos elementos coherentes con el funcionamiento normal de la sexualidad femenina en condiciones sociales que la interpretaban como patológicas: entumecimiento de las partes, disposición tímida y asustadiza, ansiedad continua, tristeza, ganas de dormir a toda hora y unas continuas ganas de echar chisme. Hubo un médico en el siglo XIX, Robin Haller, quien, -dejando una nota aparte afirmaba que cabalgar era uno de los tratamientos para la impotencia-, describía los síntomas de la histeria como “lloros, irritación, depresión, debilidad física y mental, miedos mórbidos, olvidos, palpitaciones del corazón, jaquecas, agarrotamientos al escribir, confusión mental, miedo de locura inminente y preocupación.” Parece ridículo, pero es cierto, todos estos, y otros más, eran los síntomas definidos como histeria hasta 1952.

En el artículo Tecnología del orgasmo, de la historiadora Rachel P. Maines, se dice que: “En un breve repaso por la historia de la sexualidad en occidente es fácil ubicar el modelo androcéntrico y la construcción de una sexualidad femenina ideal que se ajuste a él.” La cita no dice nada raro, eso más o menos lo sabemos, y es una lástima que todo haya girado alrededor del hombre. Pero saqué la cita porque gusta el término “androcéntrico”, un término que si lo hubiera dicho yo hubiera sonado pretencioso, además siempre es mejor cuando esas cosas inteligentes las dice otra persona y uno queda medio inteligente cuando cita a otros autores, o al menos eso es lo que dicen en la universidad.

La visión androcéntrica de la actividad sexual distingue tres pasos: la preparación para la penetración, la penetración y el orgasmo masculino. Bajo este modelo se esperaba que la mujer tuviera orgasmos por la penetración. Sin embargo, cuando se miran las estadísticas se concluye que esos orgasmos, en esa situación, pocas veces suceden. Cualquier expresión sexual femenina que estuviera por fuera de ese modelo, digamos, las constantes ganas de masturbarse, la apatía sexual, o simple y llanamente la falta de orgasmo por la penetración, era considerada una enfermedad y requería tratamiento.

El modelo androcéntrico de sexualidad era necesario para la institución del matrimonio, pro-natalidad y patriarcal, y fue defendido por líderes del establishment medico occidental por lo menos desde el tiempo de Hipócrates. También se creía que el matrimonio curaba la enfermedad, sin embargo, los datos empíricos demostraron lo contrario. Eso fue lo que quedó claro cuando la histeria fue borrada de los catálogos de enfermedades.

En vista que la masturbación femenina estaba prohibida por no ser casta y posiblemente insalubre; y el fracaso del modelo androcéntrico de la sexualidad para producir orgasmos en la mayoría de las mujeres, la supuesta enfermedad tuvo que ser atendida por los médicos quienes diseñaron, practicaron y justificaron la producción clínica de orgasmos en mujeres. Los galenos estiraron cuello y recibieron con gracia la responsabilidad, además, porque el negocio resultaba rentable y mucho más cuando se encontró el mecanismo para aumentar la productividad del tratamiento. Así se convirtió la tarea de aliviar los síntomas de la excitación femenina en una tarea médica, que definía los orgasmos femeninos en condiciones clínicas como las crisis de una enfermedad, el paroxismo histérico. Qué tristeza, le digo sinceramente. La película Hysteria narra este cambio en el procedimiento de los dedos al vibrador, en la época victoriana.

En su ensayo Rachel P. Maines: escribe: “Nathaniel Highmore observó en 1660 que era difícil aprender a producir orgasmos mediante masaje vulvar. Dijo que la técnica «no es diferente de ese juego en que los niños intentan frotarse el estómago con una mano y darse golpecitos en la cabeza con la otra».” Según la literatura médica, los hombres no disfrutaban dando tratamientos de masajes pélvicos y además cansaba mucho. Había que buscar la manera de sustituir sus dedos por otras opciones como las atenciones de los maridos, las manos de las matronas o algún aparatejo. Cuando se desarrolló el primer vibrador electromecánico, el tiempo en lograr resultados se redujo de una hora a diez minutos en promedio.

El primer vibrador electromecánico fue inventado en el siglo XIX como respuesta a las demandas de los médicos para desarrollar la terapia de manera más rápida y eficiente. En 1883, Joseph Mortimer Granville solicitó la primera patente para un vibrador electromecánico con el nombre de Granville’s Hammer, Martillo de Granville. Con su aparato no pretendía aportar al tratamiento para la histeria sino para desórdenes musculares, fueron otros doctores quienes lo empezaron a usar como un masajeador para el área genital.

Los silencios y malentendidos aprendidos a lo largo de la historia acerca de la sexualidad femenina podrían explicarse por dos preocupaciones. La primera es que el orgasmo femenino no es necesario para la concepción y la segunda es que puede llevarse a cabo por fuera de una relación sexual sin interferir con el gozo masculino. Esto, en occidente, porque en Asia, en algunas culturas en que el orgasmo femenino se integraba con mayor facilidad al patriarcado, por lo menos alentaban a las parejas casadas a que exploraran métodos y posiciones que condujeran al placer de la mujer. En esa época, y aun hoy, en muchos casos, la sexualidad de las mujeres queda por fuera del paradigma sexual dominante y por eso saludamos a Perogrullo: tenemos que educarnos.

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