Por estos días hemos visto en Netflix la trilogía de El padrino. Pero ¿Por qué sentimos empatía por un personaje tan peligroso y corrupto? En la vida real lo detestaríamos y en la ficción lo amamos.

¿Qué hizo el escritor Mario Puzo para crear esta conexión emocional? Y en general ¿Cómo hacen los escritores para que sintamos empatía por los ladrones de bancos, estafadores y criminales?

Empatía por El padrino, empatía por un protagonista transgresor

El padrino, de Mario Puzo, narra la historia de Vito Corleone, el capo más respetado de New York. Déspota, benevolente, implacable con sus rivales, inteligente y fiel a los principios del honor y la amistad. Dirige un emporio que abarca el fraude y la extorsión, los juegos de azar y el control de los sindicatos. La vida y negocios de don Corleone, así como los de su hijo y heredero Michael, conforman el eje de esta obra.

Una de las virtudes de Puzo, es la destreza para hacernos sentir lo que significa el poder. Pero no solo eso. También es importante la fuerza con la que comunica la pasión irracional y los lazos de sangre. La obra cuenta la historia de un protagonista transgresor que tiene la voluntad para regirse por sus propios códigos. En una parte de la novela comenta sobre sus antagonistas, sobre el estado, la iglesia y la ley y dice lo siguiente: “¿Por qué debemos obedecer unas leyes dictadas por ellos, para su propio beneficio y en perjuicio nuestro? Y ¿con qué derecho se inmiscuyen cuando pretendemos proteger nuestros intereses? Nuestros intereses son cosa nostra. Nuestro mundo es cosa nostra, y por eso queremos ser nosotros quienes lo rijan.” Don Corleone pretende tener sus propias leyes, gobernarse por códigos primarios que el tiempo y la cultura no consiguen domar.

Acá intentaremos proponer algunos mecanismos narrativos para crear empatía sobre un tipo de protagonista muy específico, uno que se fabrica su propia moral y va en contra de los valores tradicionales, un protagonista transgresor, uno que tiene sus propios antagonistas. Los villanos, para este caso, son los representantes de la ley y la moral, son las instituciones, la iglesia, el estado y los bancos. Para el padrino son los peores enemigos.

Hay muchas maneras de crear esa empatía por un protagonista transgresor. Acá vamos a proponer cuatro mecanismos narrativos: Los deseos de los personajes, sus habilidades racionales y perceptivas, sus valores morales y las decisiones tomadas en situaciones de presión.

Los deseos de los personajes:

Es la manera más básica para generar empatía por el protagonista, de hecho, en los manuales de narrativa es la primera regla para diferenciar al protagonista de los personajes secundarios. El protagonista es quien tiene la pulsión más intensa, su deseo más fuerte.

Por ejemplo, el caso de un estudiante de doctorado volviéndose loco por terminar su tesis. Un padre de familia quebrándose la espalda por pagar el colegio de sus hijas. El deseo del viejo Quijote es lanzarse en su aventura para vivir experiencias de la caballería. Juan García Madero en Los Detectives Salvajes quiere estudiar letras. La identificación del lector vendrá por parte de las peripecias y aventuras que tenga que vivir nuestro protagonista para alcanzar sus metas.

En el caso de El padrino:

Don Corleone es un visionario que desea conservar el bienestar de su familia, dispuesto a hacer cualquier cosa para que los suyos no sufran carencias.

En uno de los apartes de la novela se dice: “Tengo nietos, y espero que sus hijos lleguen a ser gobernadores o, incluso, presidentes. Quién sabe, en América todo es posible.” Para hacer esto realidad, necesita saber quién será su heredero, quién proyectará los negocios y de esta manera seguir brindando la ventura y bonanza familiar. La generación de empatía viene por parte de esa preocupación.

Además de proyectar el bienestar familiar, Don Corleone está buscando salir del negocio ilegal, lavar su dinero y dedicarse a una vida lícita y debida: “…debemos empezar a luchar para ponernos a la altura de los tiempos. Ya ha pasado la hora de las pistolas y los asesinatos. Debemos ser astutos como los demás hombres de negocios, y ello repercutirá en beneficio de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.”

El Padrino pretende sumarse a la vida legal, sin dejar sus propias reglas, sin bajar la cabeza y por el contrario, estableciendo su lógica y su idea de orden, en busca de mantener sus intereses: “No tenemos obligación alguna con respecto a los líderes actuales que se consideran a sí mismos como rectores del país, que pretenden dirigir nuestras vidas, que declaran las guerras y nos dicen que luchemos por el país. Porque, en realidad, lo que quieren es defender sus intereses personales.”

Las habilidades racionales y perceptivas

En su libro Crítica y ficción, Ricardo Piglia tiene un ensayo titulado Sobre el género policial, en el que escribe: “las reglas del policial clásico se afirman sobre todo en el fetiche de la inteligencia pura. Se valora antes que nada la omnipotencia del pensamiento y la lógica imbatible de los personajes encargados de proteger la vida.”

En estos relatos, la figura del detective es el protagonista. El investigador, el policía, representa el bien, el orden, la justicia, y el lector siente confianza sobre sus métodos racionales y sabe que tarde o temprano, luego de sortear variados peligros y obstáculos, se resolverá el caso.

Por ejemplo, Sherlok Holmes tiene métodos de investigación empírica, técnicas racionales y científicas. Esto genera empatía. En la saga Millenium Stieg Larsson practicó este mecanismo con la hacker Lisbeth Salander, una punk que gracias a su habilidad en el espionaje, logra despertar la admiración por parte del lector. De ella se ha dicho que es la “cara del nuevo feminismo” o “metáfora de la subversión cultural”. ​

En este mecanismo, la empatía por el protagonista viene por parte del asombro que genera su inteligencia, sus juicios y reflexiones, sus razonamientos, su concentración, sus capacidades racionales. Pero no solo eso, además, por la agudeza de su olfato, su observación, el detenimiento en los detalles, sus capacidades perceptivas. Lo dicho arriba, razón y percepción.

¿Y en el caso de El padrino?

Don Corleone privilegia la razón y el sentido común, evitando tomar decisiones ligeras y motivadas por sus impulsos.

El libro está plagado de frases al estilo de “se quedó en silencio para pensar antes de dar su respuesta”.

Los negocios son administrados usando su capacidad de raciocinio y su poder de convencimiento.

En un aparte del discurso que Don Corleone, ofrece en una cena con las otras familias italianas dice: “¿Qué clase de hombres seríamos si careciéramos de la facultad de razonar? Seríamos como las bestias de la selva. Pero la razón preside todos nuestros actos. Podemos razonar el uno con el otro, podemos razonar con nosotros mismos.”

En la misma escena, buscando hacer la paz, luego de un riesgo de guerra entre la mafia, dice: “Estoy dispuesto a sacrificar mis intereses comerciales en aras del bien común. Esta es mi palabra de honor. Y todos los aquí reunidos saben que mi palabra ha sido siempre sagrada.”

Valores morales

Es más probable que sintamos empatía por un personaje sincero que por un mentiroso, por un valiente que por un cobarde. Claro está, sin caer en caracterizaciones planas y personajes simples. Se puede sentir empatía por un papá que miente a su jefe en la oficina porque necesita asistir a la representación teatral de su hijo en la escuela.

Pongamos otro caso: un soldado atrincherado y bajo fuego enemigo, azuzado por un comandante que le ordena saltar y ganar la siguiente posición. El soldado se niega, y parece un cobarde, lo cierto es que su comandante lo es en mayor intensidad cuando prefiere exponer a sus subalternos antes que exponerse él mismo.

¿Y en la novela de Mario Puzo?

El Padrino se rige por una moral personal, unas reglas, y por lo tanto sigue unas convenciones, las propias, las de la familia siciliana. Entre otros valores morales están: el amor por la familia, los hijos y su esposa. También por la fidelidad a sus amigos, socios y conocidos.

Si por un lado está orgulloso de sus principios morales, por el otro, tiene claro que sus procedimientos tienen que cambiar, es decir, tiene una dosis de culpa y remordimiento: “Pero ninguno de nosotros quiere que sus hijos sigan nuestros pasos, porque sabemos cuan dura es esta vida. Todos creemos que ellos pueden ser como los demás, que nuestro valor servirá para proporcionarles posición y seguridad.”

En la narrativa, y también en la vida real, un asesino puede llegar a despertar empatía si siente culpa, si se avergüenza, si siente remordimiento y pide perdón.

Decisiones en situaciones de presión

El profesor Robert Mckee explica que: “El público se identifica con la personalidad profunda de los personajes, con las cualidades innatas que quedan desveladas al tomar decisiones en situaciones de gran presión.”

Pongamos un caso: un personaje acaba de encontrarse en el Metro de Medellín una billetera con un fajo de billetes. Podría hacer entrega en el departamento de objetos perdidos y buscar al dueño. O decidir quedarse callado. ¿Qué hacer?

Allí hay un dilema. Podría entregarla y seguir esperando el fin de mes, desesperado, con los bolsillos limpios. Por otro lado, podría pagar alguna deuda y llenar la nevera. Solo en la medida de la decisión que tome, el lector podrá interpretar de qué está hecho este personaje.

Una nota importante, si el protagonista solo tiene un camino, el de ser honesto, el lector no alcanza a notar la diferencia. Lo mismo sucede con otras particularidades del carácter del protagonista que quedan reveladas en las decisiones tomadas en situaciones difíciles.

Lo mismo sucede en la vida real. Solo en las decisiones tomadas en situaciones de presión se conoce a fondo nuestro vecino, nuestros familiares, nuestros hijos, nuestra pareja.

¿Y en el caso de El Padrino cómo funciona este principio narrativo?

Cuando su hijo es asesinado, El Padrino podría tomar la decisión y vengarse contra las familias que lo mataron y así comenzar una gran guerra entre capos. La decisión de Don Vito es olvidar esa muerte y seguir adelante.

En uno de los apartes de la novela dice: “¿De qué me serviría reanudar las hostilidades, reanudar la violencia? Mi hijo está muerto, y su muerte es una desgracia que debo soportar. ¿Por qué tendría que hacer que el mundo sufriera conmigo?”

Con esta decisión Don Vito, hace un pacto de paz para lograr proyectar el bienestar de la familia. De no haberlo hecho, hubiera estallado una guerra entre familias.

Otro fuerte deseo que tiene don Vito es mantener sus negocios en calma. Por eso cuando Sollozo, El turco, le propone entrar en el negocio de las drogas, Don Vito tiene delante de sí un dilema. Es una gran oportunidad para producir más dinero. Sin embargo, le duele tener la posibilidad de ver las drogas en los colegios y en los muchachos. ¿Cómo decidir frente a este problema?

Dependiendo de su decisión, los lectores sentiremos empatía o rechazo.

El Padrino se niega a entrar en el negocio de las drogas. Es una decisión tomada en una situación de gran presión.

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Un novelista es un diseñador de emociones, que juega con la empatía del lector que podría entusiasmarse con el robo y la delincuencia y sentir desprecio por la ley y el orden. Allí está Rubem Fonseca, y su relato Lauriña, en la que el lector podría legitimar la brutalidad del papá que venga la muerte de Lauriña, su hija. Allí está Chuck Palahniuk, con El club de la pelea, donde el lector podría llegar a estar de acuerdo con el saboteo contra el sistema financiero. Es la misma lógica que tienen todas las historias en las que los civiles realizan las acciones de defensa, en vista de la ineficacia del estado y las instituciones.

En el caso de El padrino hay un protagonista que trasgrede las normas y los códigos, un protagonista corrupto y ladrón, un protagonista trasgresor. La clave, creo, es la diferencia en el peso de los valores morales. Si tienes a un ladrón de bancos que llega a su casa para cuidar a su madre en silla de ruedas, de pronto ya el ladrón no es tan detestable. Si hay una chica corrupta que, por una parte, quedó viuda, y ahora tiene que defender a capa y espada a sus hijos, el tema adquiere otro matiz.

El tema se complica cuando nuestro personaje tiene tanto cinismo como pudor. Personajes inolvidables, como el señor Julien Sorel, protagonista de la novela Rojo y negro,  de Stendhal. También hay protagonistas de novelas que son detestables y no tienen que ser antagonistas. Son protagonistas que generan, creo, más manía que empatía, como el caso de Harry Conejo Angstrom, de la novela Corre, Conejo de John Updike o Ignatius J. Reilly de La conjura de los necios del señor John Kennedy Toole. En fin, las posibilidades se abren. Pero esas son otras historias.