Papá llega a casa todas las noches antes de las 8 p.m. y hace lo que suele hacer alguien que llega a la casa después de vivir el caos del tráfico bogotano, se queja. Está cansado y con hambre pero se toma el tiempo de sentarse en la sala de la casa y compartir con sus hijos; hablan de todo, de fútbol, de política, de la novela que ven todos fielmente como una familia tradicional, del clima, de que no está de acuerdo con que su hijo se haga un nuevo tatuaje… Hablan de la vida.
Así pasa cada día en esta casa común, de una familia común, donde como decimos los colombianos con esperanza “Cada día tiene su afán” siendo una familia unida, que se apoya y está dispuesta a darlo todo por todos, donde se gana el sustento con honestidad y donde hay comprensión y libertad de expresarse, porque tienen bases firmes de respeto y buen trato.
Y aunque la rutina del día a día los invade como a la mayoría de las familias colombianas, el domingo es el día más especial. Es día de toros y hay que levantarse temprano. Padre e hijo se levantan y discuten por la demora en la ducha, el padre debe salir más temprano y siempre debe ser el primero en darse un baño. El hijo, mientras tanto, coordina su día por las redes sociales, lugar de reunión, hora de encuentro, quién se encarga de las pancartas, vainas así.
El padre sale primero y siempre, cada domingo, le da la bendición a su hijo, le dice que se cuide, que procure no meterse en líos, que no se haga el valiente, le recuerda que el cementerio está lleno de ellos, que corra y se vaya para la casa si las cosas se ponen feas. Lo abraza y con una sonrisa de esas que solo un padre le puede dar a un hijo le echa la bendición y se despiden.
El hijo sale más tarde, toma el servicio público y llega al sitio de reunión, ahí está todo el “combo” dispuesto a darlo todo en la “Faena” del día, unos hacen calentamiento, otros están encargados de la parte artística y las arengas del día, otros se muestran indiferentes, alejados, violentos, pero todos unidos por un fin común en el que creen con firmeza. ¡No más corridas de toros!
Mientras tanto en el otro lado de la ciudad, Papá espera mientras se deleita con los paisajes de la sabana, observa con interés cómo esas personas son capaces de meter esos animales tan enormes en el camión mientras espera atento la llamada que le indica que ya es hora de recoger la los toreros para llevarlos a la plaza.
Está feliz de conocer a esas personas que para él son estrellas, estrellas verdaderas; pide fotos y tiene una libreta en la guantera donde colecciona autógrafos, autógrafos que solo él mira de vez en cuando para llenarse de recuerdos el alma.
Al llegar a la plaza, padre e hijo se cruzan desde dos mundos. El padre, maneja despacio para tratando de no golpear con la camioneta a nadie, maneja precavido ante los gritos y los golpes que de vez en cuando se sienten fuerte; mientras maneja piensa en su hijo y con sus 5 sentidos a tope trata de ubicarlo entre la multitud que se ahoga en gritos vehementes de “Tortura, tortura, ni arte ni cultura”.
Y en medio del maremágnum, padre e hijo cruzan miradas, el hijo entre arengas sin pausa, el padre entre toros y toreros…
Y desde allí y con la cautela que amerita la situación, el padre hace un guiño a su hijo, como saludo cariñoso que habla de tolerancia, y el hijo les responde mientras grita con la misma intención.
La faena comienza, el padre la disfruta, el hijo la protesta hasta perder la voz y juntos, alejados en los polos opuestos la viven cada uno a su manera.
A eso de las 8 de la noche, padre e hijo se encuentran en la casa normal de esta familia normal. Ambos llegan cansados, con hambre. Pero dispuestos a sentarse en la sala para hablar de todo un poco. De la vida…
Quiero aclarar que no estoy de acuerdo con las corridas de toros, pero sí estoy de acuerdo con el derecho a elegir que tenemos todos.
Y nadie, nadie tiene derecho a imponer con violencia lo que cree sobre las otras personas
@Tuitere_sinjeta