Tengo presente esa noche en mi mente, yo, sentado en la sala esperando una buena noticia que mi mamá tenía para darme, recuerdo estar ansioso preguntándome cuál sería mi sorpresa y quedar atónito cuando me dijo que el miércoles iríamos por primera vez al estadio “El Campín”.
La alegría me invadió, apenas era lunes y yo ya estaba contando los segundos para que llegara el día con la ilusión infinita que solo un niño tiene, no pude dormir en esos dos días, soñaba estar en el estadio, soñaba que marcaba un gol y la gente me aplaudía; no me importaba qué partido iba a ver porque lo que realmente me hacía gran ilusión era que iba a ir a vivir el mejor espectáculo del mundo. ¡El fútbol!
El partido al que íbamos a asistir era de carácter internacional; Millonarios y Cerro Porteño se enfrentaban por copa libertadores en la cancha de la 57 y mi mamá, un tío político y yo nos encaminábamos puntuales a nuestra cita con el fútbol, los goles y la emoción.
No recuerdo ser hincha a esa edad de ningún equipo, creo que era hincha de la selección del Cervantes del Retiro, tal vez, pero de un equipo profesional de verdad no era.
Llegar al estadio fue una vaina inolvidable, creo que mis ojos se abrieron de par en par al ver la cancha iluminada, profesional, inmensa. El estadio lleno que vibraba llamándome para unirme a su voz poderosa que gritaba ¡Millos, Millos! La gente vestida de azul que nerviosa esperaba el inicio del partido.
Y salieron los equipos, la lluvia de papeles llenó el campo de juego, nosotros, crispetas en mano, estábamos tan emocionados que hasta barra hacíamos; el partido comenzó y esa alegría, intensidad y pasión del fútbol nos invadió completamente.
¡Millonarios iba con toda! La tocaba, disparaba al arco desde todos los ángulos posibles, y siempre encontraban a Roberto “El gato” Fernández ahí, atajando de todo, recuerdo verlo “Volar” de palo a palo haciendo sentir al Campín que era virtualmente imposible hacerle gol, hasta el punto que los hinchas, desesperados cambiaban su cantar antes alentador de ¡Millos, Millos! A un agresivo ¡Gato, hijueputa! Al que nosotros nos unimos encantados. Creo que en ese momento era un poco hincha, de verdad odiaba al “Gato” Fernández.
Con Millonarios encima, y Cerro porteño defendiéndose, yo podía ver a Alberto Vivalda (arquero de Millonarios) ubicado en la mitad de la cancha, como quien quiere entrar al área rival a ser héroe, me impresionó mucho que estuviera ahí en el centro porque nunca había visto eso en un arquero, de repente, una descolgada gracias a un balón que atrapó el “Gato” Fernández, el jugador corrió dejando atrás a los defensas y con Vivalda en el centro del campo las cosas estaban perdidas… Gol de Cerro Porteño. El estadio enmudeció.
El partido siguió en la lucha, Millonarios atacando y Cerro Porteño esperando. El desespero se apoderaba de la multitud y los gritos de apoyo se convirtieron en expresiones de rabia, la gente había comenzado a perder la paciencia y en esa catarsis, un descuido y de nuevo la tristeza. Gol de Cerro Porteño…
A partir de ese momento mis recuerdos son visiones distorsionadas y veloces de algo parecido al juicio final. Los hinchas comenzaron a prender fuego en la tribunas, la gente se salió de control, unos corrían para escapar y otros tiraban monedas y pilas a los jugadores que antes apoyaban, la policía se apoderaba del recinto tratando de controlar la situación en vano y se comenzaron a oír explosiones.
A mí me agarraron de la mano y salimos corriendo entre la muchedumbre enardecida que corría descontrolada, unos huyendo otros peleando, los oficiales de la caballería tratando de controlar la situación enfrentaban con los caballos a la gente que caía al piso a nuestro paso.
No recuerdo sentir miedo, no entendía la situación aunque sabía que las cosas no estaban bien, lo cierto fue que nos abrimos paso entre el maremágnum y logramos llegar al parqueadero donde después de un enorme trancón logramos llegar a casa sanos y salvos.
En cuanto a mi mamá, creo que nunca regresó al estadio al igual que mi tío político. Parece que después de la experiencia quedaron curados.
Yo por mi parte volví varias veces, sin embargo, siempre me estresó el tema de la entrada y la salida; y hoy por hoy, no voy a fútbol en el Campín porque sencillamente no me gusta el plan.
Supongo que lo vivido en 1985 era solo el comienzo de lo que vemos ahora con los supuestos “hinchas” que se agreden hasta matarse, atracan sin contemplación y causan estragos a donde van.
Por esta razón en particular ya no me hace ninguna ilusión ir al estadio, como cuando era niño y no podía dormir. Ahora, cuando me dicen que vayamos al Campín, respondo con un no seguro y sigo viviendo tranquilo y apoyando el fútbol por televisión.
Porque como dicen por ahí. «Para qué ganarse problemas»
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