Hace unos días, mientras empacaba mi vida en cajas para irme a vivir mis sueños, encontré una agenda dentro de un cajón donde guardo las chucherías que por alguna razón considero «tesoros». En esa agenda habían varias notas viejas, cartas que solía escribir en épocas donde se hacían «borradores» para luego «pasar en limpio».

Estaban escritas varias notas, cuentas de pagos y deudas pendejas que tenía, teléfonos de 7 dígitos de las casas de amigos y mis tías, letras de canciones en inglés que utilizaba como «karaoke» de vieja data, borrones, tachones, mamarrachos que reflejaban momentos aburridos, y poemas que nunca revelaré.

Estuve revisando esa pequeña agenda durante un tiempo, intentando alimentar mi alma con sus recuerdos, pasando cada hoja con la sorpresa de una nueva historia.

De repente ante mis ojos, en una hoja doblada desde una esquina encontré dos cartas mal escritas pero sinceras, una de ellas fue entregada pero no valió la pena porque la destinataria «no tenía corazón» la cito porque esas fueron sus palabras.

La otra, fue escrita con un fin y un propósito, la escribí con lo que salió de mi corazón una tarde de lluvia desde el quinto piso del apartamento donde vivía mientras soñaba con un momento que hasta ese día nunca había tenido…

Y me causó tan buen recuerdo leer esas letras mal escritas y tan viscerales que después de revisarla varias veces, decidí que quería compartir ese «borrador» en este texto, y luego de hacerle un par de arreglos, este es el resultado final de lo que esa tarde gris escribí para ella…


«Regálame una tarde donde al menos sepa que cuento con tu mirada más de 5 minutos, regálame una tarde para hablar, para oírte, para vivir contigo lo que dura un vaso.

Regálame una tarde sin prejuicios, sin cuentos, una tarde donde de verdad nos conozcamos sin máscaras virtuales siendo sinceros y sobretodo reales.

Regálame una tarde que pase rápido para que se repita pronto, donde veamos al mundo desde nuestros puntos de vista pero desde el mismo rincón.

Una tarde de música, de palabras que nunca olvidemos, donde no exista el tiempo aunque exista, un momento de la vida donde nos encerremos en mutua atención.

Regálame una tarde donde nuestros pasados se hagan humo y podamos hablar del presente con la tranquilidad del olvido. Donde quien nos mire desee ser nosotros

Regálame una tarde donde una historia comience, donde el cuento de hadas se haga real ante nuestros ojos haciéndonos mejores uno al otro para crecer juntos.

Una tarde que termine sin despedidas. Tomados de la mano como señal de que valió la pena»


Recuerdo muy bien para quién fue escrita esta carta, recuerdo muy bien sus ojos negros y esa sonrisa que me hacía sonreír, recuerdo esas clases pensado en ella mientras miraba por la ventana tratando de salir de los muros del colegio para encontrarla, recuerdo esas tardes entre amigos inolvidables que compartimos juntos.

Sin embargo esta carta nunca llegó a sus manos, no tuve el valor de hacerlo, tuve la carta en mi billetera durante días y mil oportunidades para entregarla.

Y aunque cada letra fue escrita con el alma entera, siempre supe que no podía ser, que estaba mal sentir lo que sentía por la novia de uno de mis amigos.

Nunca la volví a ver ni saber de ella, pero fuimos a despedirla al aeropuerto con todos los amigos cuando se fue a estudiar al extranjero; ese día aún sentía lo mismo. Nos abrazamos fuerte y nos dijimos adiós… Yo tenía la carta en el bolsillo.

Tampoco la entregué, ya no valía la pena.

Creo que ese día aprendí que no debo quedarme sin decirle a las personas que me rodean lo que siento por ellas, ese día aprendí de la tristeza que da cuando se ha hecho tarde para decir lo que sentimos.

Que no les pase.

Gracias por leer.

Pineda.