Me subí al avión todavía sin entender bien lo que sucedía, como si fuera de paseo, con alegría y sin muchas expectativas porque me gusta dejarme sorprender del mundo y creo que ese es un paso clave para vivir feliz.
El avión era maravilloso, un enorme Boeing 787 de esos que se aclaran y oscurecen según día y noche gracias a la iluminación sugestiva de su interior, pantallas más grandes y un menú variado de películas y series para tener un viaje de 5 horas y 52 minutos más placentero hacia Santiago de Chile.
El vuelo era nocturno y hasta ahí yo aún estaba pensando por qué no había hecho check- in más rápido y no me había tocado ventana, también pensaba en lo que me servirían a la hora de la comida porque tenía hambre gracias a ese cuba libre y a esa gota de whisky que me vendieron en el aeropuerto por 17 mil pesos y que consideré un atraco completo.
Les diré que hasta ese momento seguía sin entender lo que estaba pasando en mi vida, estaba sentado allí, sintiendo el poder de las turbinas acelerando, disfrutando ese momento que me fascina, el momento en que esa máquina enorme es liberada con la fuerza que se siente en la espina dorsal de los pasajeros para elevarse como una pluma sin posibilidad de detener ni echar atrás. Me estaba yendo… De mi casa, de mi país. Pero aún no lo entendía.
Les diré que hasta ese momento seguía sin entender lo que estaba pasando en mi vida
Volamos, y a los pocos minutos de estar en vuelo, pasaron ofreciendo la comida, dos opciones. Causa de pollo con puré y Raviolis a la crema con porotos. Verán, esas decisiones simples son complicadas para mí, es extraño pero decidir qué voy a comer y a donde voy a ir son cosas que me preocupan tan poco que se me complican mucho, así que decido siempre la primera opción. Causa de pollo con puré y una copa de malbec.
Una vez cené, me dediqué a pensar en cómo pasar el tiempo, entonces centré mi atención en la pantalla, puse películas y otra vez las decisiones complicadas, entonces hice el siguiente ejercicio: cerré los ojos y elegí al azar una película. Abrí los ojos y había elegido «The Secret Life of Walter Mitty» di play y solo me dejé llevar.
La película es hermosa, cuenta la historia de un hombre que cambió su vida completamente y prácticamente sin darse cuenta pasó de ser un hombre con una vida normal y monótona a vivir momentos increíbles, solo dando un simple paso. No les cuento más pero sí les recomiendo verla.
Traté de dormir en el avión y definitivamente no lo logré, no podía acomodarme. Vencido por el cansancio, tuve varios microsueños y así pasé la noche hasta aterrizar en una invisible Santiago de Chile gracias a la neblina.
Tenía que tomar otro avión, mi destino final era Mendoza, en Argentina. y después de caminar por el aeropuerto de Santiago y notar con tristeza que los chilenos no nos quieren mucho quizás por culpa de algunos compatriotas, me dispuse a tomar el último avión.
Ya volando rumbo a Mendoza me tocó en ventana, estaba ansioso y cansado, sin embargo el movimiento intenso del avión le puso adrenalina al viaje… Y entre oraciones de la gente y un momento de calma, está imagen apareció ante mis ojos.
¡Los Andes!… En ese momento me enteré de lo que había hecho, entendí el paso que había dado, entendí que estaba lejos y que sin mucho esfuerzo había dado un salto enorme, que había dejado todo atrás. Familia, amigos, calles, momentos…
Entendí que era el momento de nuevos comienzos y que cuando todo se da con tanta fluidez y sin contratiempos, hay que estar seguro de que ese es el camino.
Estaba lejos de casa, cambiando mi rumbo para ver otros horizontes.
Estaba comenzando de nuevo y solo había dado un paso…
Feliz semana para todos
Gracias por leer
Por
Pineda.