Desde niño siempre me dijeron que entre más aburrido el lugar, era donde mejor se pasaba.
Los que me conocen saben bien que soy muy cansón para salir, me gustan los lugares calmados y donde se pueda hablar al ritmo de un par de cocteles, no le hago con muchas ganas a la rumba frenética, aunque pues tampoco exagero en límites como el yoga, acostarme temprano y a palo seco un viernes y mucho menos madrugo a correr un domingo.
Sin embargo, tampoco soy el más parrandero.
En esta historia les voy a contar la mejor cita de mi vida entera, a la que tengo que aceptar que fui porque no tenía plan y estaba entumido de aburrimiento y que se dio a partir de unos eventos inesperados, los cuales fueron los que me dejaron una valiosa lección.
Todo comenzó por Twitter, allí tengo grandes amigos con los que amo salir en ese plan de eventos y esas cosas, pero no me gusta salir a ciegas con alguien con quien solo hablo por esa red social a menos de que me sienta con la confianza suficiente. En resumen, no salgo con tuiteras y con las que he salido se pueden contar con una mano.
No me gusta salir a ciegas con alguien con quien solo hablo por esa red social a menos que me sienta con la confianza suficiente
Esa noche llovía en Bogotá y era viernes, yo estaba aburridísimo porque no tenía un peso y estaba manifestando mi sentimiento en Twitter cuando de repente un «Hola» por mensaje directo (DM) llamó mi atención, me saludó amable y ante ese estado de ánimo en el que andaba, pues le hice la charla, le conté que no tenía plata y una cosa llevó a la otra. «Salgamos», me dijo, y yo no sé por qué diablos en 20 minutos estaba en un taxi rumbo a su casa.
Desde ahí todo fue muy raro y lleno de situaciones que de verdad aún hoy no entiendo y que cada vez que recuerdo me alegran el día.
Al llegar a la casa nos saludamos como si nos conociéramos, pero había algo raro en ella, estaba llorando y lo noté, no dije nada pero ella se veía muy mal y su cara disfrazada de alegría me incomodó de algún modo, sin embargo estaba muy bonita y me sentí bien recibido.
No alcancé a sentarme en el sofá cuando ella salió cartera en mano, me dijo ¡nos vamos! Y pues yo simplemente le hice caso, era algo raro para mí, yo estaba embobado y solo hacía caso, subimos al carro y arrancamos por la séptima hacia el norte hablando de todo un poco sin tener claro el rumbo.
Paramos en un supermercado y allí compramos papas, y dos botellas de whisky, arrancamos de nuevo y comenzamos a subir a la Calera.
Estaba aterrado de mí, siempre soy complicado y esa noche me estaba dejando llevar a un lugar desconocido con una desconocida… Y me sentía cómodo y confiado, como si ese fuera el lugar donde tenía que estar.
Tomamos un camino y de repente estábamos en una casa tipo chalet completamente oscura, entramos y al encender la luz estaba deshabitada, cajas en el piso, papeles, nada de muebles solo un sofá y una grabadora vieja a la que por alguna razón no le funcionaba sino el CD.
Prendimos la chimenea y nos sentamos en el sofá, con whisky en mano la conversación se abrió de par en par y nos dejó el camino libre a hablar de todo, de conocernos, de mirarnos, de criticarnos, mostrarnos nuestros defectos y ser nosotros…
Buscamos música y solo encontramos un CD variado, que con el ánimo del whisky, bailamos, lloramos, hicimos catarsis, dejamos que todo fluyera y vivimos la vida con libertad, ebrios nos besamos, nos revolcamos como ostiones con limón en ese sofá y vimos el amanecer comiendo papas y con mucha sed que el whisky no podía curar. Esa noche sentimos que nos conocíamos y así fue. Nos conocimos perfectamente.
Amaneció y estando sentados en esa sala al calor de las brasas que se apagaban despacio, ella tenía algo más que decir.
Me contó que amaba a su papá, que él era todo en su vida, me contó también que esa noche, cuando me habló, estaba triste porque sus padres habían tomado la decisión de separarse y esa casa donde estábamos ya la habían vendido.
Me confesó que mientras ella leía mi mensaje de aburrimiento en Twitter ella estaba escribiendo una carta, y que en ella estaba todo lo que quería decir antes de despedirse; también me dijo que tenía miedo de lo que venía y que no quería saber ni vivir esa parte de su historia.
Estuvimos ahí hasta que salió el sol por completo, nos arreglamos y salimos con el hambre y la sed que solo da un buen guayabo, insistió en dejarme en mi casa y yo le pregunté si estaría bien; dijo que ahora sí lo estaría.
Al despedirse, me entregó una carta, era la que estaba escribiendo la noche anterior, me dijo la frase «Ciclo cerrado» y luego me pidió que la quemara, me autorizó a leerla y solo pude leer la frase…
«Mamá, Papá… Adiós, los amo mucho»
No quise leer más, la doblé y la quemé como ella me dijo, no supe nunca si era una carta de despedida de su casa, o si quizás era una despedida definitiva de la vida. Hasta hoy, cuando hablamos, nunca tocamos el tema.
Salimos por un tiempo pero hubo cambios en su vida y su papá se fue a vivir a otro país, así que ella se fue con él. Me alegró verla tan feliz.
Nos alejamos, pero seguimos hablando por Twitter de vez en cuando y siempre me alegra verla por ahí, y me alegró más cuando me dejó contar esta historia para publicarla hoy, en su cumpleaños.
Esta experiencia hecha historia es un homenaje a la vida, a tomar las decisiones correctas ante los problemas y sobre todo a entender que en la vida todo tiene una salida, y que aunque a veces tomamos la decisión incorrecta, hay tiempo siempre para rectificar y ver.
Feliz semana.
Gracias por leer.
Por
- Pineda.