Las redes sociales son para todos y definitivamente cambiaron el mundo. Nuestras vidas giran en torno a ellas hasta el punto que compartimos cada detalle sin ningún tapujo dejando a un lado la privacidad que tanto se cuidaba en otras épocas.
Y es que a partir del momento en el que entendemos que las redes sociales son fáciles de manejar y en cuanto comprendemos sus alcances, nos convertimos en una suerte de «figuras públicas» que medimos nuestras vidas en el número de me gusta que nos dan «cariñosamente» las personas que nos «rodean». O mejor, que nos siguen. Porque ahora tenemos seguidores.
Y es que se nos ha quitado la vergüenza de mostrar al mundo exactamente lo que somos, conocemos a los bebés de nuestros amigos desde la ecografía en 3D publicada en Facebook recién salida del doctor y convertimos a nuestros hijos en memes, denunciamos a quien nos estafó con foto sacada de su perfil, anunciamos nuestras enfermedades más graves, creamos perfiles a nuestros padres muertos y a nuestras mascotas y hasta los ladrones cuentan y publican el botín logrado.
Eso sin contar el lado oscuro que también existe donde algunos nos dejan ver en vivo y en full HD su último día de vida antes de dispararse en la cara o como hace poco, ahorcarse ante miles de personas que desde la barrera y poseídas por un morbo oscuro y para mí lleno de maldad, la alentaban a hacerlo. Triste.
Mostramos nuestra vida en las redes sociales sin la menor vergüenza. Somos nuestros propios paparazzi
Lo cierto es que las redes sociales están aquí para quedarse, y nosotros estamos en ellas para mostrar lo que hacemos y dar un punto de vista con la sensación de ser escuchados. Porque ahora, y por si no lo había notado, usted tiene una cámara y la posibilidad de que el mundo entero lo vea a la altura de su bolsillo.
Pero después de esta introducción un poco larga que espero no lo haya aburrido, voy a contar dos historias cortas sobre redes sociales que le van a gustar… o bueno, eso espero yo.
Un hombre de 23 años se dejó llevar por sus más profundos deseos de hacer el amor salvajemente con una mujer mayor, según él por aquello de la experiencia de las «veteranas» y con el fin de incrementar su proceso de aprendizaje para la vida.
Entonces sumergió su fetiche en la aplicación social (TINDER) para no tener nada que perder y comenzó el proceso en rango de edad deseado; todo iba bien hasta que entre las mujeres que salían en la aplicación sus ojos se llenaron de terror al ver a su Mamá entre las posibles candidatas. Su fetiche había muerto.
Un hombre se puso de acuerdo con su secretaria para ir a bailar pegado a un oscuro lugar de esos donde todo se vale y todo pasa, y después de planear por mucho tiempo el evento e incluso de ensayar la hora de salida, las rutas de escape y el discurso que utilizarían, llegaron al lugar a la hora indicada y como estaba dispuesto ella entró sola y él también, el plan había sido un éxito y entre aguardiente y besos húmedos celebraron la fechoría consumando su actuación en un motel cercano. Todo quedó impune hasta una noche donde por (Twitter) una persona desconocida posteó una foto de una fiesta en un bar, otra persona la retuiteó y ese retuit apareció en la pantalla de la esposa. En la foto se veía un grupo de amigos posando y en el fondo, agarrándole las nalgas con pasión se veía el hombre con su secretaria. Matrimonio acabado.
Entre estas hay millones de historias que suceden todos los días, unas más fuertes que otras. Sin embargo, ese es el modo de vida que llevamos y nosotros mismos nos sometemos dichosos a ser vigilados y a vigilar, a grabar nuestra vida en un mundo donde muchas veces quizás sea mejor ser invisibles.
Gracias por leer
Por
Pineda.
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