Nunca pensé en escribir sobre esto algún día. Sé que me estoy metiendo en terreno desconocido, silencioso e inexplorado.

Un verdadero tabú al que los hombres miramos de lado y procuramos evadir sin opinar al respecto pero no por rechazo, es más bien porque de verdad no sabemos qué hacer.

Yo lo he enfrentado varias veces y en su peor versión, incluso terminando en el hospital casi una vez por mes suplicando por una inyección para calmar ese sufrimiento.

Lo he enfrentado en insultos, desprecios y malos ratos soportando con paciencia y preocupación mientras llevo en mi mano un agua de alguna yerba tratando de aportar un poco de alivio.

Lo he odiado profundamente al ver cómo la hace sufrir. Al verla retorcerse de dolor mientras yo, estando al lado no puedo hacer nada.

Lo he enfrentado por sorpresa a media noche y me he llenado de miedo hasta el punto de rezar para que se vaya pronto y pueda dormir tranquila mientras yo espero.

He lidiado con él de manera más débil pero no menos intensa, haciendo que el desespero se apodere de ella y me pida que me vaya mientras llevo una bolsa de agua caliente para hacerle frente… Y me he quedado ahí, en silencio.

Lo he visto prácticamente invisible, y he ganado la batalla con una pastilla aunque tuve que caminar a las 4 a.m. por no tener el teléfono de la farmacia.

Pero la verdad… Es que no he enfrentado nada. Solo he estado ahí para dar apoyo moral a un dolor que no me pertenece y que nunca entenderé.

Un dolor que significa vida y que es más grande que mi comprensión y al que no debo ignorar.

Al contrario debo estar ahí para dar la mano, para tener paciencia, para atender, ayudar…

Por amor y por respeto.

Si usted, amigo. No entiende este texto. Lo invito a que se lo lea a la mujer que tenga al lado. Ella lo instruirá.

Yo por mi parte diré que esta reflexión salió de una situación que tuve que ver y que no voy a mencionar. Pero que incluyó la frase detestable que cito a continuación.


«¿Por qué llora?, si sabía que estaba en sus días, ¿pa qué no compró las putas pepas?»


¡No sean así!

Gracias por leer

Por

Pineda

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