Desde que el giro dramático del universo nos abrió las puertas al mundo de la comunicación de primera mano, sin intermediarios y sin voceros, nuestra forma de ver la vida también cambió.
Y es que el mundo se abrió a la participación directa donde todos nos sentimos con el derecho (que todos tenemos) de exponer nuestro punto de vista ante todo lo que ocurre.
Esto nos ha convertido en seres humanos apasionados por defender nuestras ideas hasta el punto de imponerlas con algo de soberbia porque en el mundo de la comunicación digital TODOS nos sentimos con la posesión de la verdad absoluta solo porque es lo que creemos.
Y pues viendo esto en un sentido un poco poético tenemos razón, defendemos nuestras ideas con convicción pretendiendo hacer cambiar a nuestros desconocidos interlocutores su punto de vista.
Pero lo que no vemos debido a nuestra creencia ciega es que nos pasamos la vida comunicando disparates y lo peor… Defendiéndolos.
Los políticos son expertos en esta materia, basta leer los últimos 5 mensajes escritos en cualquiera de sus redes sociales y se dará cuenta usted mismo. Haga el ejercicio. ¡Se sorprenderá!
Lo cierto es que nosotros, como usuarios y esclavos voluntarios de las redes sociales nos enamoramos de los políticos, las marcas, los famosos y todo lo que sentimos al alcance de nuestra mano, tomando sus contenidos como propios y compartiendo los mensajes sin siquiera detenernos a leer lo que estamos comunicando por más ridículo que sea.
Y ahí es donde explotan las pasiones y se arman las polémicas más intensas que normalmente terminan en ofensas e incluso amenazas.
Nuestro amor profundo por las redes sociales nos impulsa, sin utilizar el cerebro, a hacer famosa a la gente más y pusilánime, desadaptada, chifloreta y sobretodo ridícula.
Esto hace que las redes sociales se conviertan en un circo de cuerdos, locos, imbéciles, chistosos, coherentes e importaculistas.
Cada uno tirando para su lado mientras que el mensaje se hace más grande a cada segundo haciendo virales para el mundo personas que no aportan nada y si dejan mucho que desear… Aunque pues, están en su derecho. ¡Qué dilema!
A mi modo de ver, y ejerciendo mi derecho a opinar, eso si, sin pretender cambiar nada ni a nadie; deberíamos utilizar nuestras redes para no seguir a cualquiera que simplemente no nos cae bien, nos parezca un imbécil o simplemente no nos guste como piensa.
Así al menos nos permitimos la tranquilidad de nuestras opiniones y nos evitamos tener que andar peleando por lo que no vale la pena.
Las redes sociales están hechas para que todos digamos lo que nos salga a la hora que nos salga, pero también nos permiten no leer a quien no queremos.
Téngalo en cuenta y siga escribiendo lo que le dé su regalada gana.
Por
Pineda
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