Todos los benditos días leo en las redes sociales historias verdaderamente aterradoras sobre cosas que pasan gracias a la inseguridad descontrolada de todas las ciudades de Colombia.
En Bogotá cada día pasan vainas espantosas como robos y abusos con arma blanca, con arma de fuego, en los semáforos, en las esquinas, en las casas, en los centros comerciales, en las iglesias, panaderías, supermercados, en nuestra misma ‘jeta’ y no hacemos nada.
Solo nos quedamos impávidos viendo los videos morbosamente porque, eso sí, TODO queda grabado y se hace viral bajo una pequeña indignación terrorífica que, tristemente, no pasa de ahí.
Y eso, sin contar con que el sistema de justicia simplemente no funciona y agranda el horror de caminar por las calles al saber que los hampones que nos invaden van a salir como «Pedro por su casa» sin ser siquiera judicializados gracias a un juez inservible que considera que el delincuente que acaba de quitarle las pertenencias a alguien con navaja en mano «no es un peligro para la sociedad». ¡Ridículo!
La famosa «percepción de seguridad» dejó de serlo para convertirse en inseguridad latente, vívida, a flor de piel, diaria, sincera y certera. Y no pasa nada, no hacemos nada, entre otras cosas, porque estamos viviendo a los lados de la polarización que nos guía cada día. ¡Triste!
Pero si de dejáramos de indignarnos digitalmente y reaccionáramos orgánicamente, algo mejoraría. Y aquí no hablo de agarrar a ‘pata limpia’ a los hampones (que bien merecido se lo tienen), pero sí de estar pendiente del otro, de cuidar al ciudadano que va al lado, de tener los ojos abiertos al delito y, sobretodo, de reaccionar.
Este post no es una invitación a tomarse la justicia por mano propia ni mucho menos; se trata, simplemente, de dejar de hacernos los de la vista gorda cuando veamos un hecho delictivo, y de reaccionar ya sea con un grito o con una mirada acusadora que se convierta en una especie de eco. Si uno grita, que todos lo hagan; y si uno reacciona, que esa reacción se contagie.
Pensemos en nuestros familiares y amigos, y tratemos de sentir lo que sentiríamos en una situación de esas. Tengamos empatía.
Y lo más importante, tengamos el valor de denunciar y de estar atentos a ayudar.
Es cuestión de estar dispuestos a reaccionar y, sobre todo, de unirnos ante el hampa que de verdad ya llegó a un límite insoportable.
Cada vez que se suba a un TransMilenio, foco de delincuencia en la ciudad de Bogotá y en donde ocurren las historias más horribles, haga una revisión visual de la gente que lo rodea en vez de agachar la mirada para ver su celular.
De nosotros depende que todo cambie, eso deberíamos tenerlo claro.
Hagamos del miedo y de la prevención que sentimos al caminar por las calles una herramienta para estar unidos contra la violencia y la delincuencia. Si uno reacciona, todos reaccionamos.
Dejemos de ver desde la barrera y con la creencia de que no nos va a pasar a nosotros, todos estamos en riesgo de experimentar un mal momento gracias a la inseguridad.
Al menos esto debería motivarnos a unirnos con un fin común.
¡Es hora de hacer algo!
Gracias por leer,
Diego Pineda.
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