*A partir de hoy tendré autores invitados al blog, este primer artículo es escrito por el psicólogo y psicoterapeuta Alejandro Arteaga.

El ser humano es una obra maestra de la evolución. A través del tiempo la madre naturaleza nos ha dotado de un conjunto increíble de maravillas: la marcha en bipedestación, los pulgares opuestos, entre muchas otras cosas. Sin embargo, lo más increíble que la selección natural nos otorgó fue un cerebro con capacidades sin precedentes en el reino animal. Este último fue el que verdaderamente nos llevó a ser la especie dominante del planeta tierra. Somos capaces de anticipar consecuencias, hacemos operaciones matemáticas, producimos impresionantes obras de arte, construimos casas y aviones y lanzamos cohetes a otros lugares del cosmos.

A pesar de esto, nuestro cerebro no es una computadora como cualquier otra, sino más bien es un dispositivo procesador de información que nos prepara para la vida en el mundo salvaje, es decir, tiene como primera misión la conservación de nuestra vida en un ambiente lleno de depredadores y amenazas externas. Por esta razón, nuestra mente animal siempre prima la velocidad sobre la precisión. De allí que en ocasiones la psique nos presente alguna que otra jugarreta a la hora de interpretar una situación, pues nos expone un mundo con información transformada a la medida de nuestros pensamientos y esquemas previos. En la actualidad, debemos entonces hacerle frente a un mundo civilizado mientras cargamos con un cerebro animal.

Este tipo de distorsión lleva por nombre “sesgo cognitivo” y aunque creamos que la información que percibimos y las interpretaciones que hacemos son 100% acertadas, debemos entender que más veces de las que quisiéramos somos engañados por nuestra propia mente. Por ejemplo, tendemos a prestar más atención a la información que está en concordancia con nuestras propias ideas y valores personales que a aquella que contradice lo que ya pensamos. Dicho atajo cognitivo lleva por nombre “Sesgo de confirmación”. Pongamos el caso de una persona que piensa, hipotéticamente, que es poco atractiva: Esta tenderá a prestar más atención a las experiencias que confirmen dicho esquema, aún si son más las experiencias que ratifican lo contrario, pues para nuestra mente es más económico el confirmar dicho pensamiento ya establecido que entrar en disonancia con aquello que ya aprendió. Así mismo, sus experiencias se verán deformadas a la hora de interpretarlas, con el fin de ratificar, inconscientemente, que sus pensamientos son correctos.

Un desafío importante en el mundo posmoderno es la experiencia de la virtualidad. Nuestro cerebro, originado en las planicies de la sabana africana, no tiene los dispositivos evolutivos para hacerle frente a la vida detrás de las pantallas. Si bien el internet y las redes sociales pueden ser de los mejores inventos recientes de la humanidad, debemos comprender que nos exceden en complejidad dada nuestra condición intrínsecamente animal.

Los ambientes sociales de la red nos hacen supremamente susceptibles de caer en errores del procesamiento de la información, pues son un espacio de debate “libre de juicio”, donde nos permitimos ser nosotros en nuestra versión más pura y nuclear (a veces para bien, a veces para mal). A la hora de juzgar y ubicar nuestras opiniones en términos de la masa, somos vulnerables de interpretar que más gente piensa como nosotros de la que en realidad existe. Este sesgo lleva por nombre “sesgo de falso consenso” y tuvo mucho que ver en la polémica de Cambridge Analytica, donde a través del movimiento en redes sociales, se consiguió que presuntamente algunas personas movieran su intención de voto hacia el ganador de la contienda electoral de 2016 en los Estados Unidos. Los seres humanos somos seres que vivimos en comunidad, para nosotros el grupo social representa no sólo la compañía y el afecto, sino nuestra posibilidad de tener éxito en el ambiente. Así como una zebra sola y relegada de su manada puede ser un blanco fácil para los depredadores, la idea de exclusión de un grupo social mayoritario y fuerte se relaciona en nuestra mente con una posición de vulnerabilidad. El constructo de pertenencia al grupo, para nuestra psique, tiene todo qué ver con la supervivencia. Nuestra interacción en los espacios sociales se ve atravesada por este tipo de cognición.

Un tema adicional que es necesario abordar es el de los algoritmos presentes en las redes sociales. Mientras cada uno de nosotros navega en Instagram, Facebook, o cualquiera de estas plataformas, estamos enviando datos que muestran nuestros gustos, opiniones e ideas a dichas compañías. Estos datos son analizados y procesados de modo que nuestro feed está cada vez más lleno de contenido que nos guste, que nos atraiga, que genere tráfico y reacciones de nuestra parte. Esto, si bien es benéfico pues hace que el contenido sea más personalizado, puede impactar haciendo que nuestro cerebro interprete dicha situación como un falso consenso.

En cada ocasión que la humanidad hace un descubrimiento o inventa un nuevo artefacto, descubrimos más tarde que temprano sus potenciales peligros. La energía nuclear es una fuente de energía limpia, pero también puede utilizarse para engendrar atroces daños en una población. Un auto puede ser un bien que facilita nuestra vida, pero es también un arma mortal sobre cuatro ruedas si no se hace un uso responsable. Más allá de satanizar el uso de las redes sociales, el propósito de este escrito radica en facilitar para el lector un uso consciente de las rede sociales, por lo que quisiera proponer las siguientes medidas que ayudarán a abordar el contenido de las mismas de una mejor manera:

1. Si un contenido me genera demasiada emoción debo confirmar que sea real.

El propósito de la manipulación en redes sociales es hacernos caer en el procesamiento de información de forma errónea y sesgada. Cuando las personas presentamos un nivel muy alto de emoción, tomamos decisiones con poco raciocinio. Tomémonos el tiempo de calmarnos y evaluar la factibilidad de lo visto en redes sociales.

2. Las noticias falsas se viralizan muy fácilmente.

Es importante verificar al menos 3 fuentes de información seria antes de creer algo visto en redes sociales. Debido al sensacionalismo que genera un título llamativo, a veces podemos caer en el error de replicar contenido que tiene la finalidad de desinformar. Cada persona tiene la responsabilidad individual de ser veedor de la veracidad de su contenido.

3. Nuestros valores y creencias son resultado de nuestras experiencias de vida.

A raíz de nuestra crianza, los sucesos que hemos enfrentado, los problemas que hemos tenido, cada persona construye su propia identidad y una escala de valores individual. El espacio de las redes sociales, si bien se presta para el debate, debe estar atravesado por el respeto. Los otros pueden tener otros puntos de vista, pues han vivido cosas diferentes. Estos puntos de vista son igualmente válidos que los nuestros.

4. Las palabras se las lleva el viento, lo posteado no.

El internet no perdona. Todo lo que publicamos queda por la eternidad almacenado. En la vida real podemos esperar que los demás olviden, pero en internet las cosas prevalecen.

5. Pensar dos veces antes de publicar siempre es la opción más acertada.

Debemos preguntarnos siempre antes de oprimir el botón de enviar: ¿Esta información es cierta? ¿Esta información le hace daño a la imagen de alguien o puede afectar negativamente la mía? ¿Puedo sostener esta opinión frente a cualquier persona de mi entorno familiar, laboral o social?

En conclusión, debemos entender que la virtualidad es un contexto de intercambio de ideas y construcción de relaciones. Las redes sociales nos abren muchísimas posibilidades de desarrollo personal, aprendizaje y recreación si son empleadas con el respeto y consciencia que merecen. Una vez más aplica para la humanidad el adagio de: “No es la herramienta, sino el uso”.

 

 

Por: Alejandro Arteaga Gil, Psicólogo y psicoterapeuta