Israel es como un veterano que le tira piedras a la casa de la vecina (Palestina). Así lo describió alguna vez Hernán Casciari en uno de sus escritos sobre el mundo. Las piedras que arroja Israel se las proporciona un amigote que le fascina meterse en líos; mientras que los hijos de la vecina, sin ser santos de devoción, responden con caucheras desde su pequeño tejado.
Sobre el cruce de cohetes sofisticados y bombas primitivas solo queda una cosa: «nada». No pretendo justificar ninguna posición ni ideológica, ni política, ni religiosa entre Israel y Palestina, pero sí reflexionar sobre la naturaleza humana del asunto. Aunque es un tema que debería de solucionarse por una vía distinta a la desigual confrontación bélica de de hace años, se busca rescatar la única posición válida que está por encima de la guerra: la posición humana. ¿pero qué naturaleza la define?
La circunstancia que nos convierte naturalmente en humanos supera la condición de nacer, reproducirse, matar o morir. Nos hace más humanos usar la razón, pero nos hace menos, creer tenerla siempre de nuestro lado. Contar con la posibilidad de cambiar nuestras condiciones y nuestras relaciones con los entornos y demás individuos nos convierte en humanos, sin embargo fracasar en la transformación y llevarnos directo a la muerte puede ser la peor de nuestras frustraciones como civilización.
Apuntarle con armas a niños (y en el peor de los casos matarlos), independientemente si defienden o no con piedras un territorio, es la acción más contradictoria de nuestra naturaleza humana. El orden natural se convierte en un corto salto de nacer a morir sin derecho a la mínima reproducción.