Hace poco se aprobó un proyecto de ley que permite aumentar de una a dos curules en la Cámara de Representantes la circunscripción especial para los colombianos en el exterior. El tema genera noticia porque afecta a los partidos políticos minoritarios que votaron negativamente la propuesta del Representante Jaime Buenahora, con el argumento de que se pone en riesgo constitucionalmente las garantías de representación para las minorías políticas.
Bastante obvio es que el movimiento religioso mira, los verdes y el polo se opusieran a la ampliación de un espacio más de representación política en el exterior, puesto que amenaza a sus intenciones de ocupar una silla más en el Congreso desde el interior. Irónicamente, para las minorías políticas no contamos los que afuera estamos; sin embargo, no será extraño verlos en unos meses avalando candidaturas de representantes colombianos en el exterior.
El asunto está en que la curul que antes era para las minorías políticas, no pudo ser utilizada y al mejor estilo de una silla vacía, siempre ha estado allí como garante constitucional pero sin ningún tipo de representación real. Otra vez más la filosofía política distanciada de la realidad colombiana.
Eso es mas o menos como tener un estacionamiento vacío que nunca ha podido ser utilizado porque no hay carro para ese espacio. Las minorías políticas y en especial las étnicas están montadas en otros carros, tienen lugares definidos en la Cámara y en el Senado y ahora sienten el recelo que llegue un autobús (que represente a más de 4 millones de inmigrantes colombianos) con la necesidad de buscar más espacios de representación, no dimensionados cuando se hizo la Carta Política de 1991.
Sorprende la falta de tolerancia que no permite entender que los colombianos en el exterior también somos minoría, también hay mestizos, mulatos, afrodescendientes e indígenas. También desempleados, separados, obreros, amas de casa, estudiantes, pensionados, exiliados y en general personas con dignidad que necesitan más voz y voto dentro de Colombia.
No existe una regla general, pero suele estar presente en las mentes y corazones del migrante colombiano regresar al país y salvo en casos excepcionales, el arraigo familiar, cultural y económico persiste. Sin embargo, pareciera estar presente un sentido discriminante que ubica al colombiano en el exterior como un personaje mimetizado, agringado o europeizado que poco le interesa los asuntos propios del país. Esa falsa creencia debe ser superada.
Son varias las preocupaciones que involucran a los gobiernos de los países de origen y destino. El tema del retorno, los convenios sobre pensiones y seguridad social, el desempleo del migrante colombiano, la fuga de cerebros, los procesos de reintegración (social, financiera, académica y profesional), las tasas consulares, el apoyo para los colectivos artístico-culturales en el exterior y la participación ciudadana en temas no directamente relacionados con las elecciones, son solo por mencionar algunos casos que hacen del colombiano migrante un ciudadano necesitado de mayor representación política desde el poder legislativo.
La problemática es estructural y debe superar los enfoques económicos, a pesar de los grandes aportes en divisas que el migrante colombiano genera para el desarrollo del país y el sustento de las familias colombianas. Sin embargo, aumentar los espacios de representación política significa tener posibilidades más reales de generar políticas públicas, leyes y acuerdos que permitan dar respuesta a las necesidades más inmediatas de los colombianos en el extranjero.
Una curul es poco, dos siguen siendo escasas pero son un logro. Al final es mejor tener el veinte por ciento de algo, que el cien por ciento de nada.