En las pasadas elecciones presidenciales de Colombia, la abstención fue del 60% y en el exterior del 82%. Esas cifras indican que estamos haciendo las cosas muy mal. La participación es pobre y vergonzosa. Los colombianos en el exterior no participamos porque preferimos mantenernos alejados de los asuntos internos del país, cometiendo el grave error de ignorar nuestra capacidad para incidir en temas fundamentales e históricos como la finalización de un conflicto armado que tiene más de 50 años de historia.
A eso, hay que sumarle los escasos esfuerzos de la Registraduría Nacional del Estado Civil de Colombia que en el exterior no destina recursos suficientes para informar y preparar al ciudadano con acciones efectivas de pedagogía electoral. Los consulados no se involucran más de la cuenta y pocas ganas demuestran para exigirle a la Registraduría que habilite más puestos de votación, simplifique el proceso de inscripción de cédulas y exija el funcionamiento del voto electrónico.
Y como si fuera poco, los colombianos por fuera de la nación permitimos con nuestra abstención que las decisiones más importantes del país se queden en manos de un obediente movimiento político-religioso que siempre vota. Gracias a nuestra apatía, ellos dominan la votación en el exterior. La orden de su máxima líder es apoyar la guerra como consecuencia de una revancha contra el gobierno que lidera la paz, porque no los salvaron del escándalo por discriminación en el que estuvieron envueltos.
Se pregunta uno para qué la universidad, el Icfes, el informe Pisa y otras pruebas académicas si quedó demostrado en dónde estamos ubicados con los resultados presidenciales de la primera vuelta. Afortunadamente también existen otras alternativas distintas a la guerra, sin embargo a la mayoría les metieron el cuento mañoso que Colombia será otra Venezuela o que la paz es sinónimo de impunidad. Falso. Ni el Presidente Santos será Chávez y ni la guerrilla pasará de agache frente a la justicia.
En Colombia existe un modelo de justicia transicional, el cual busca que los responsables de la violación de derechos humanos rindan cuentas de sus actos y satisfagan los derechos a la justicia, la verdad y la reparación de las víctimas. Vendieron el cuento de la impunidad y se atrevieron a burlar la justicia con una institucional lustrada de zapatos. Ya me imagino a Heriberto de la Calle en esa situación recordando que aquí la única impunidad que existe es la de una justicia selectiva, estratificada y politizada que no puede tocar a los ex presidentes ni a sus hijos.
No se puede creer en todo lo que dicen. Eso de llegar a la paz a punta de guerra, es como pegarle a la mujer y luego decirle “te amo”. Que quede claro cómo funciona en la ultraderecha caudillista la ley del embudo. El que vende la guerra no le interesa la reconciliación nacional ni la paz duradera y sostenible porque vive del conflicto y come de las estructuras armadas ilegales. Ya se hizo el trabajo con el acuerdo de paz con los paramilitares, pero no se puede con la guerrilla porque se acaba un negocio que produce mucho dinero, muertos y discurso popular.
Somos una sociedad tan absurda que le tenemos más miedo a la paz que a la guerra. Y esa incoherencia entre indiferencia y agotamiento con el conflicto interno la aprovechan una lista cerrada de políticos desbocados que encuentran rentable dividir al país. No se entiende cómo la mayoría de colombianos dice “querer la paz” pero con indiferencia, inconformismo blanco o sedentarismo democrático lo único que hacen es “quererla bien lejos”. Y otro gran puñado desean la guerra, pero no están dispuestos a enviar a sus hijos a combatir. ¡Así cualqueira!
Para la segunda vuelta, el voto en blanco representará una alternativa sin trascendencia porque no tiene efectos jurídicos. Por sensatez, hay que decidirse y convertir ese inconformismo en una herramienta de transformación real que nos rescate de la guerra.
O volvemos a un pasado que ya conocimos por las chuzadas, asesores extraditados y encarcelados, diplomacia altanera, amague de bases militares y visados hasta para ir a la casa de la abuela; o nos unimos y seguimos avanzando por la ruta de la paz, facilitando la solución de muchos problemas y entendiendo que todos esos recursos destinados para la guerra se podrán invertir en las necesidades más inmediatas de un país que no hemos terminado de descubrir. De aquí, hasta el 15 de junio usted decide: paz o guerra.