En la plenaria del Senado se buscada debatir sobre el narco-paramilitarismo en Colombia. Una mayoría respaldada por el Centro Democrático, el Partido Conservador y el Partido de la U consideró inviable dicho debate. Por otro lado, el Polo, el Partido Verde, el Partido Liberal y las excepciones de la U (R. Rodríguez, Barreras y Benedetti) o de Cambio Radical como C. Galán, votaron por el si. De 102 senadores, 52 no aprobaron el debate, 30 si lo aprobaron, 13 se declararon impedidos y 7 no aparecieron.

El debate se hundió por expresiones de lealtad, conveniencia y razones que giraron en torno a la atemporalidad de la discusión, las emociones inmersas y la normativa del Congreso.

Sobre la atemporalidad, algunos consideraron que no era necesario discutir sobre el pasado teniendo tantos problemas por resolver en el presente. Hablar del pasado es perder el tiempo. Sin embargo, no podemos estar de acuerdo con eso; porque hablar del Proceso Ocho Mil, de San Vicente del Caguán, del Carrusel de la Contratación o de San Andrés y Providencia, por poner algunos ejemplos, sirve para evitar caer en los mismos errores de siempre. Si el problema en el Senado es de tiempo, la solución está en más días de trabajo y menos días de vacaciones.

El argumento de las disputas emotivas se cae por su propio peso, porque el debate no es sobre el amor o el odio entre senadores. Los congresistas en sus curules no se afligen, son actores racionales que carecen de apasionamientos y se mueven en medio de alianzas coyunturales o divisiones esporádicas que mayor utilidad les representan a ellos, a sus partidos y a sus electores -en ese orden-. Si al caso, algunos sentirán miedo (a ser descubiertos), pero nada de sentimientos.

El debate tampoco puede ser tan personal como dicen, cuando están implicados más de cinco millones de desplazados y víctimas por el conflicto interno. Toda la población colombiana pide verdad y justicia. Eso de personal no tiene nada y más cuando hay miles de víctimas de por medio. Si este Congreso le cierra la puerta al debate del narco-paramilitarismo, también le podrá cerrar la puerta al debate sobre la narco-guerrilla o la corrupción.

Y la otra explicación, considera que el reglamento del Congreso no expresa por ningún lado que un senador pueda hacerle control político a otro senador, entendiendo que el Congreso no se puede convertir en estrado judicial. Lo primero es que mientras el reglamento no lo exprese pero tampoco lo impida, el control político no se puede calificar de irregular entre senadores. Además la propuesta se modificó para citar a Ministerios, Aeronáutica Civil e invitar a Procuraduría, Contraloría y Fiscalía. El debate de control no es para nada descabellado. Y lo segundo es que en un Estado Social de Derecho, es absurdo reclamar un Congreso libre y sin autocontroles como al mismo tiempo, en una democracia es sensato exigir a los congresistas un “control político de verdad”. Aún así, bajo la justificación de otros escenarios para el debate en el Congreso, todos reconocemos que la Comisión de Acusaciones y la Comisión de Ética; dejan mucho que desear.

El asunto va mucho más allá de un pulso entre los senadores Uribe y Cepeda. Y en efecto no se trata de estar a favor o en contra de un debate. El verdadero punto de discusión está entre permitir o impedir el ejercicio más sublime de un Congreso en una democracia, es decir; la acción legítima de poder de debatir.

¿Para qué sirven las leyes y los controles si no se puede debatir?, ¿Qué sentido tiene en una democracia evitar el debate público sobre aquellos temas de interés nacional que comprometen seriamente la legitimidad institucional de Colombia durante los últimos años?, ¿Acaso los escándalos de narco-paramilitarsmo, narco-guerrilla y corrupción no merecen ser tenidos en cuenta en el Congreso? ¿Son debates atemporales, emocionales e irregulares?. La verdad, no.

Infortunadamente, el mensaje que está recibiendo la ciudadanía es; que el Congreso es incapaz de debatir sobre los asuntos más sensibles que durante décadas han afectado a los colombianos y a sus instituciones; que el Congreso es antidemocrático porque veta las propuestas de debate de las minorías y; que en el Congreso existe un inevitable temor por abrir o remover un sinnúmero de acusaciones entre parlamentarios.

El filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, afirmaba que el individuo es siempre y en todo momento libre, pero que dicha libertad tiene un costo cuando se experimenta la angustia o la incertidumbre. Un congresista con miedo no puede actuar con autonomía y libertad. Vi la plenaria y se notaba el miedo, a unos senadores ni se les escuchaba cuando votaban, otros votaban con señas, algunos recibieron órdenes y otros ni siquiera estaban. Aquel 29 de julio de 2014, el miedo se tomó algunas curules del Senado y un valiente que está de último en la lista sacó pecho cuando la contienda había terminado. Tarde o temprano habrá debate.

@JavierUrreaC