Colombia va perdiendo y a Venezuela le van saliendo las cosas como a Forrest Gump. Con unas limitaciones terribles va gozando de una suerte sin precedentes.

Las derrotas hay que admitirlas y reconocerlas. En este momento el gobierno colombiano por la vía diplomática no ha superado la crisis fronteriza. En la primer salida, la reunión bilateral en Cartagena de Indias no sirvió de nada porque Venezuela incumplió con los compromisos adquiridos.

Colombia elevó su queja a un organismo multilateral y volvió a perder. No se trabajaron los votos y fue insuficiente el apoyo de la OEA para convocar a un debate sobre la violación de derechos humanos en las fronteras. Y para colmo de males queda Unasur, donde se puede pasar de la frustración al ridículo. También está la ONU, donde Venezuela es miembro del Consejo de Seguridad y del Consejo de Derechos Humanos.

Pero nada está tan perdido, porque la CIDH ya se pronunció denunciando las violaciones a los derechos de los migrantes colombianos y exigiendo a Venezuela el cese de deportaciones sin un debido proceso. Se perdió en la OEA pero el debate ya está abierto en la región. Hay que aprovecharlo y aprender del pasado y de la experiencia.

La gran mayoría de los venezolanos considera que la situación de su país es mala y por tanto señalan al gobierno de Maduro como el culpable de la crisis económica. Razón que explica el desespero por buscar un culpable extranjero a la crisis general y a los bajos niveles de popularidad del oficialismo que según las últimas encuestas perdería las elecciones parlamentarias de diciembre. Agudizar el problema en la frontera es la salida que encuentra el gobierno venezolano para intervenir “excepcionalmente” en las votaciones de su país.

Sin embargo, buscar desesperadamente la atención de los venezolanos en momentos de crisis no es nuevo. En marzo de 2015, Maduro catalogó como agresión a la soberanía nacional el decreto de Obama y detrás argumentó una invasión militar de los Estados Unidos en territorio venezolano. Recogió firmas, utilizó el espanglish y no le prestaron atención.

Luego en un titular que provocó más risas que asombros, Maduro dijo que si él se lanzaba a la presidencia en España, ganaba las elecciones. Esta era la parte cómica de otro distractor: Un complot para derrocarlo y que se estaba gestando con el encuentro entre Santos y Rajoy en Madrid. Al gobierno español le dio risa y nada pasó.

Ahora le tocó a Colombia y aunque no causa risa ver todas las equivocaciones contra la dignidad humana en la frontera, no hay que perder de vista cuál es el juego desafiante de Maduro y con qué fin político lo provoca. Así Colombia esté sola en la OEA y de espalda con Unasur, debe permanecer seria pero unida. Sobretodo unida y lejos de incendiarios que busquen convertir lágrimas en votos.

Se necesita de una diplomacia inteligente y resolutiva que no le de juego a las pretensiones venezolanas. Audacia para ignorar los chistes malos y cabeza para atender el verdadero problema que al final no debe ser Maduro –porque él ya es un problema para los venezolanos-, sino los deportados que necesitan un retorno digno y una defensa robusta de sus derechos. Son las causas que obligan a emigrar el verdadero problema.

 

@JavierUrreaC