En la medida que uno se va acercando a la muerte se va despojando de ataduras materiales y al mismo tiempo se va dejando poseer por una manta de protección espiritual. Hace poco crucé palabras con el autor de una investigación doctoral en psicología que buscó demostrar las necesidades espirituales en los enfermos terminales de cáncer. El doctor entrevistó a varios adultos por todo el mundo y yo quedé convencido de su tesis.

Avergüenza escribir que en Colombia la desnutrición infantil pueda considerarse como una enfermedad terminal. La muerte agónica infantil por culpa del hambre crónica se tomó La Guajira y de nuevo un horripilante caso en Manaure se cobró la vida de dos niños que no tienen ni ataduras materiales, que poco saben de religiones y que seguramente desconocen la cantidad de recursos naturales y agrícolas que posee su país.

Una niña o un niño es bueno por naturaleza. Es inocente y solo la sociedad es capaz de corromperlo. Pero en Colombia pasa lo contrario. En La Guajira, los niños son presas inofensivas de una de las peores gestiones en la región. La corrupción y la política sucia acabaron con todo. Allí el hombre es un lobo para el hombre y de una forma inimaginada por Hobbes, el hombre es un lobo para los niños.

El país no puede depender de un líder para solucionar sus problemas y las medidas urgentes no deben forzarse únicamente cuando atentan contra los límites de Colombia. Los conflictos fronterizos con Nicaragua y Venezuela han sido los únicos momentos donde el presidente Santos ha movilizado su comitiva ministerial y ejecutiva para proteger a los colombianos.

¿Y por qué no se ha hecho lo mismo para proteger a los niños de La Guajira que también son colombianos? ¡Que el gobierno lo está haciendo, que lo va a hacer! No se admiten disculpas y menos aquellas postradas en el discurso de las amenazas limítrofes para tomar acciones visibles, porque la soberanía también significa la presencia de un Estado moderno capaz de defender los derechos de quienes lo conforman, incluidos los niños, así no representen un voto.

Qué diferente si el Icbf no sólo se hubiera dedicado a echarle la culpa a la corrupción en la región, sino que al mismo tiempo, también hubiese hecho una apuesta por superar la tradicional respuesta de la administración pública que tenemos en Colombia: la de culpar al otro, la que desobliga al diálogo, la que interpone los espíritus. Esa misma llena trabas, roscas y odios que desactivan cualquier iniciativa pública capaz de salirse de la línea burocrática.

Imagínese a un Icbf capaz de plantarle cara a la realidad colombiana mediante un liderazgo distribuido entre varios actores: Cruz Roja, líderes Wayú, autoridades regionales, ministros, contraloría, procuradurías, fiscalías, medios de comunicación, universidades, empresas, organizaciones ciudadanas y todos aquellos actores que desde el primer síntoma de desnutrición infantil podrían generar una deliberación suficiente para tomar mejores decisiones respecto al problema.

Existen dificultades y Cristina Plazas tiene en sus manos la posibilidad de cambiar el rumbo de los niños en La Guajira. Su cercanía con el presidente Santos puede ser mejor aprovechada. El Icbf debe mover las diferentes estructuras de poder hacia una decisión fortalecida y comprometida entre varios actores de la sociedad, para solucionar los problemas de hambre en La Guajira. No existe política pública perfecta porque nadie se las sabe todas, pero sí existe una mejor manera de tomar decisiones que no se enmarquen en “el problema viene de atrás y desde la administración estamos haciendo lo que podemos”.

Volviendo a la tesis inicial sobre las necesidades espirituales en los enfermos terminales, me pregunto: ¿y qué pasa si los enfermos cerca de morir son niños por culpa del hambre? ¿Qué pasará por la cabeza de un niño sobre las oraciones y recursos espirituales de la administración pública? Tal vez en su infinita inocencia ni entenderán por qué mueren de esa forma. La responsabilidad es estrictamente institucional, el desconsuelo no lleva nombre y espiritualmente no creo que exista Dios que se quiera meter en ese debate, porque simplemente ningún niño merece morir así.

 

@JavierUrreaC