Quienes negocian son las partes. Se llaman gobierno de Santos y las Farc; otra cosa es que ellos sean voceros de sus deseos. Ni más, ni menos. A partir de ahí surgen miles de narrativas, donde cientos de actores de la sociedad civil buscan persuadir o convencer a millones de colombianos alrededor de la paz; tema esquivo y complejo.

Después del plebiscito, el país quedó como un huevo roto, con dos cáscaras partidas por la mitad y una yema gigante de abstención. No supimos romper democráticamente un ciclo histórico de violencia y tampoco logramos superar la indiferencia frente a las urnas. Esas profundas mañas de conservación para perpetuar los conflictos con dotes de abstención inmortal pueden ser vistas como un fallo en la historia de Colombia. Sin embargo, la realidad de las calles surgidas después del 2 de octubre de 2016, nos puso como testigos de un acierto que solo se origina después del error.

Paz A La Calle justifica un experimento de una ciudadanía que se está moviendo no por sus costumbres históricas sino por su capacidad para construir una agenda de futuro, donde la sociedad civil participa, se moviliza, se concentra, se pronuncia y se organiza para incidir en la toma de decisiones de unas partes que la gobiernan o de otras que buscan gobernarla. Pudiendo serlo, no se ve como una rebelión de masas que persigue derrocar las élites, sino como una energía de inteligencia colectiva que construye agendas comunes sin buscar respuestas en quienes ocasionaron sus problemas.

Se evidencia un crecimiento exponencial de Paz A La Calle, dentro y fuera de Colombia y es natural que se manifiesten dudas sobre el significado de este fenómeno ciudadano surgido después del plebiscito. ¿Es Paz a La Calle un componente de algo o de algunos? ¿Es un canal o medio de movilización para la paz? ¿Es un objetivo en sí mismo, con fines sociales, políticos, académicos o culturales?

Hay que diagnosticar cuál es el alcance de Paz A La Calle para conocer las funciones y responsabilidades de cientos de actores y ciudadanos que interpretan el movimiento desde diferentes cuestionamientos. La efervescencia ciudadana que se multiplica por medio de redes territoriales necesita dejar un espacio para el análisis y la reflexión del comportamiento inherente del movimiento que para unos es un todo y para otros es un ciclo.


En la primer asamblea virtual de Paz A La Calle Internacional, participaron colombianos(as) de veinte ciudades del mundo. Presentaciones, intervenciones y propuestas, desde varios continentes, se vieron superadas por un debate que necesita prisa. ¿Qué es lo que defiende Paz A La Calle? La respuesta no es la misma para todos y se plantean tres opciones: un acuerdo inmediato con implementación, un reajuste de los acuerdos o una renegociación total.

La opción de la renegociación es la que menos suena, a pesar de ser una de las posiciones más defendidas por algunos «promotores del no» que también se unieron alrededor del objetivo ilimitado de la paz. Sin embargo, la máxima tensión se denota entre la defensa de la totalidad de los acuerdos alcanzados mediante la implementación de los mismos y la postura de un reajuste de los acuerdos sin desconocer los resultados del no.

El debate es la única opción para que las asambleas no se dejen condicionar por la opinión pública. Sin embargo, no hay debate que valga sin herramientas para consensuar. Si bien las decisiones asamblearias son autónomas, debería de revisarse las metodologías de participación deliberativa y los límites discursivos para evitar que las agendas de algunos territorios se sobrepongan sobre otras y se pueda trabajar en red, con base en dinámicas horizontales y mínimos consensuados.

El problema de fondo no es sobre las posturas que discrepan dentro de Paz A La Calle, sino sobre los mecanismos que deben garantizar espacios de consenso y construcción de una nueva ciudadanía colombiana.

¿Es Paz A La Calle un componente del Sí? ¿Un canal de divulgación de La Habana o de Quito?, ¿Una asamblea espontánea e independiente? ¿Para usted qué es Paz A La Calle? Bienvenido el debate.