Seguidores de Gustavo Petro, Sergio Fajardo y Humberto De La Calle nos reunimos en las puertas del Planetario de Bogotá el 31 de mayo del presente. La convocatoria se hizo por redes sociales tres horas antes, y la ciudadanía, en su mayoría joven, con energía, altruismo y creatividad, asistió a la cita.
Fui con la convicción de trasladar un mensaje claro de invitación y defensa desde la ciudadanía, que hoy en día debe escoger entre dos modelos diametralmente opuestos y una tercera opción sin ningún tipo de efecto vinculante. Aquí no se juega el oro, la plata y el bronce, se juega la medalla de oro o la derrota.
Colombia está en medio de un acuerdo de paz que requiere implementarse para sentar las bases de una sociedad que no se mate entre sí por pensar diferente. Los niveles de conciencia están supeditados por la ignorancia supina y las emociones, lo que hace complejo entender que la justicia no es sinónimo de barrotes sino de verdad y reparación, y que la venganza no es dulce sino amarga, porque eterniza la violencia y la convierte en un gen social que reproduce hijos al servicio de la guerra.
Se imaginan ustedes que país tendríamos si hace cuatro años la ciudadanía colombiana se hubiese decantado por el voto en blanco (no vinculante), o la opción de prolongar el conflicto armado. ¿Se imagina qué Colombia tendríamos? ¡Piénselo!
La invitación
Con el respeto que se merece la vereda, el corregimiento, el municipio y la ciudad de cada uno de ustedes, los invito a que estacionen en sus mentes la palabra “pueblo”. No la abandonen desde el punto de vista geográfico o toponímico, pero sí deténganla de ahora en adelante porque ya no somos pueblo. Desde el siglo pasado nos han dicho que el pueblo es soberano y tiene un mandato legítimo que se lo confiere al Estado, pero el problema es que nos dijeron que lo hiciéramos cada cuatro años.
La ciudadanía no toma decisiones cada periodo de tiempo ni cuando lo convocan a las urnas, la ciudadanía toma decisiones todos los días. “Nos tocó liderar a nosotros”, porque estamos cansados de las decisiones de los políticos. La crisis ideológica de los partidos ha generado una desafección por la democracia y sus instituciones. En pleno siglo XXI seguimos discutiendo si la paz es buena o mala, en lugar de estar debatiendo por la educación, la salud, el transporte o el futuro social.
Los líderes de los principales partidos políticos se han dejado llevar por cálculos electorales y de opinión pública sin pensar que por encimas de sus intereses está la ciudadanía colombiana con sus habitantes, recursos naturales e instituciones. Eso está primero que una respuesta políticamente correcta o un pedazo de poder.
Conocemos a lobo en el Congreso, que respira en la nuca de la presidencia y asoma las orejas en los tribunales. No permitamos que en Colombia se concentren los poderes.
La defensa
Propongo que defendamos todos los días y desde la ciudadanía tres elementos: la paz, la transparencia y la Constitución de 1991.
Quien llegue al poder debe respetar los acuerdos de paz y su implementación, no debe proponer cambios estructurales ni cambiar las reglas de juego sobre lo acordado. Pensemos que los verdaderos frutos del acuerdo los veremos en el mediano plazo y para ello requerimos reconciliarnos. El tiempo será el mejor juez y testigo, será actor y parte, será la justificación perfecta que nos sacará del delirio electoral para cerrar un ciclo de histórico de violencia generacional.
Defendamos la transparencia de forma vehemente. La Registraduría se ha visto muy cuestionada desde la consulta interpartidista hasta en el conteo de votos en las pasadas y actuales elecciones legislativas. Devolvieron curules tarde, los formularios evidenciaron corrupción y las alternativas de actualizar la democracia con voto digital que utilice tecnología blockchain se sepultaron en la última reforma política.
Sorprende como el Fiscal General de la Nacional manifiesta que la corrupción electoral es asquerosa pero anuncia que nada hará hasta que no pasen las elecciones de la segunda vuelta a la presidencia. Esa complicidad con el delito nos mantiene en un atraso inmundo y pestilente. Del realismo mágico al realismo melancólico con la crónica de una corrupción anunciada.
No le hagamos juego al vecino. Defendamos la Constitución de 1991 con la independencia y control de los poderes públicos. Muy cerquita de Colombia, la revolución comenzó con la concentración de la autoridad en una sola persona. Control del poder ejecutivo, el legislativo y el judicial desde 1999 hasta la fecha una vez nombrado su sucesor.
La propuesta, aún no radicada, de eliminar las cortes es la puerta de entrada al pasado. Conocemos a lobo en el Congreso, que respira en la nuca de la presidencia y asoma las orejas en los tribunales. No permitamos que en Colombia se concentren los poderes, como sucedió en Venezuela.
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