El grito más perturbador y terrorífico es el de un niño llorando a su madre y padre asesinados. Ni el propio Gabriel García Márquez habría sido capaz de semejante descripción; pero por difícil que sea de explicar, y aunque nos encontremos en medio de una crónica de muertes anunciadas, los que estamos en el exterior y dentro de Colombia tenemos la obligación de no hacernos los sordos frente a tan desgarrador sonido.

Decía mi abuelo Antonio que la mejor cama es el sueño y la mejor almohada es la conciencia tranquila. No nos quedará rastro de consciencia si nos quedamos dormidos frente al asesinato casi a diario y sistemático de líderes sociales, campesinos(as), defensores(as) del territorio y del medio ambiente, indígenas y afrodescendientes. Tampoco olvidemos a los excombatientes, policías y soldados que el círculo vicioso de la guerra se tragó sus vidas.

No permitamos que la violencia nos arrebate la conciencia y el odio nos imponga su razón. Nos queda poco tiempo para la batalla más importante de nuestra vida: la batalla por la vida misma.

Muchos símbolos del bicentenario nos recuerdan al rojo de la bandera como la sangre que derramaron nuestros patriotas. Poco ha cambiado con más de 200 años de independencia. Seguimos atados a un pasado violento que hoy en día llora la sangre derramada por nuestros líderes.

Es uno de los peores momentos de nuestra reciente historia, más de 620 vidas han sido aniquiladas después de la firma del Acuerdo de Paz, son 3.700 litros de sangre derramada después de un esfuerzo de reconciliación. Podemos quedarnos aquí en medio de la insensibilidad y que nos maten uno a uno, o podemos unirnos y abrirnos paso hacia la vida, para salir de este infierno.

En Colombia el margen de error entre la vida y la muerte es muy estrecho y en esa distancia corta tenemos que estar nosotros para mirar a los ojos a los verdugos, respirarles sobre sus consciencias y decirles que no les tenemos miedo. Pero también debemos exigirles responsabilidades a nuestros políticos, y ahora que se vienen las elecciones regionales en Colombia, no darles ningún tipo de apoyo a las candidaturas que no se comprometan con la vida, los derechos humanos y el acuerdo de paz.

Aprovechemos la fuerza de la juventud para construir los cambios que necesitamos, para entender que si nosotros no hacemos algo, nadie vendrá a hacerlo por nosotros. Aprovechemos la experiencia de nuestros mayores, para aprender que no hace falta perder las cosas para extrañarlas, que no hace falta que se pierdan más vidas, para comenzar a valorarlas.

Nos queda poco tiempo para la batalla más importante de nuestra vida: la batalla por la vida misma.

El fenómeno migratorio, sea de origen voluntario o forzoso, comienza en los territorios, no en las fronteras. No se puede ignorar esa violenta realidad y menos cuando se ocupa una curul para representar a la migración colombiana en el poder legislativo. Usemos las redes sociales para exigirle al representante de los colombianos en el exterior, Juan David Vélez, una postura responsable con relación al asesinato de los líderes sociales en Colombia.

Preguntémosle por qué no ha hecho ningún pronunciamiento por el respeto de los derechos humanos, por qué no se ha solidarizado con la vida, por qué no se ha sensibilizado con las víctimas de la guerra, por qué su silencio frente a un grito tan desgarrador como el de un niño que llora a sus padres asesinados por culpa de la violencia.

 

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