Enamorarse es un riesgo y al mismo tiempo una incertidumbre. Alguna vez le escuché a mi abuela Ángela que enamorarse significaba “morar en el otro”, y tenía razón. Una persona enamorada se despoja de sí mismo para vivir por y para su pareja. Hasta tal punto que estando enamorada puede quedar ciega y acompañada de la locura. ¡No es una exageración!

Imagínese una pareja con diferencias entre sí, pero al mismo tiempo con la necesidad de convivir. Cuando no se encuentra el equilibrio, la paz, la tranquilidad y la tolerancia pueden asomarse las peleas. Algo parecido sucede con la política. Cuando el individuo socializa, aparecen las diferencias y las desigualdades, generando un riesgo de conflicto.

Ese riesgo produce incertidumbre sobre el futuro y razones para buscar seguridad. ¿En qué momento pasamos del amor al temor? Las dos caras de la moneda también se dejan ver en la política cuando se transita del bienestar al miedo. ¿Cuántas veces la política nos domina desde el miedo? ¿Cómo es nuestra relación con la política?

Podemos ver a la política como algo sexy cuando intentamos conocer sus ventajas y placeres. Me gusta pensar que la tecnología puede ser un poema demasiado provocador para la política. Pensemos si no es sexy decir lo que uno piensa por medio de las redes sociales o si no es seductor hacer lo que uno dice gracias a ciertas tecnologías.

Hace unos días participé en una audiencia pública en la Comisión Quinta de la Cámara de Representantes sobre el voto electrónico. El congresista que citó a la audiencia habló sobre el voto virtual, el Registrador habló de máquinas para el voto electrónico, algunas organizaciones hablaron del voto mixto (mezcla de lo virtual con lo presencial) y la ciberciudadanía habló del voto digital con blockchain a bordo.

Qué hacer con los que no tienen internet, cómo proteger la vulneración del software, cómo evitar que la tecnología se convierta en un medio de manipulación; muchos riesgos salieron a la luz como si de una terapia de pareja se tratara antes de plantear un divorcio. Del otro lado, cada quien buscaba la forma de conectar con la política para consolidar una nueva relación. La tecnología se convirtió en la carta mágica para conquistarla.

Con la democracia digital podemos ir mucho más allá de las urnas. Es como si pensáramos que el placer solo se encuentra en el acto sexual, que en democracia sería en el acto de votar. Con la tecnología el placer se puede dar antes y después del acto. Con los mecanismos digitales la democracia aparece antes y después de las elecciones porque podemos controlar, vigilar, participar y colaborar por fuera del “acto de votación”.

Decidir todos los días y no cada cuatro años debe ser un placer ciudadano.

La tecnología aparece como un instrumento que nos permite mantener una nueva relación entre los ciudadanos y sus decisiones. Es una carta que hay que saberla manejar: es un poema, una canción, una danza, un recurso que nos permitirá convertir lo imposible en realidad. Podemos descubrir sus misterios, dejándonos seducir por su parte más sexy, para dejar de verla como algo lejano y complicado, por más dudas que nos presente. También hay que medir el poder seductor de la tecnología, no vaya a ser que termine usando a la ciudadanía (y sus datos) hasta desencantarla. Hay soluciones para eso.

Casi siempre cuando hablamos de política la relacionamos con algo negativo, como si fuera una relación tóxica, gracias a sus desilusiones y engaños. A la política no hay que temerle, sino que por el contrario hay que hacerle el amor. La tecnología no es la única carta para la democracia, pero puede ser el joker en ese proceso de conquista, para redefinir nuestra relación con la política. Sin miedo.

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