No es lo mismo estar dormido que estar durmiendo, como no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo. Necesitamos de nuevo a Camilo José Cela para hacer la distinción entre dos conceptos parecidos, contrarios y ambiguos, muy utilizados en las vías de la actual reforma electoral: voto electrónico y voto digital.

En términos generales, la reforma electoral liderada por la Registraduría Nacional y el Consejo Nacional Electoral propone reformar el Código Electoral de 1986, introducir la cédula digital e implementar el voto mixto; es decir una mezcla de voto electrónico con voto presencial.

Sobre la propuesta del voto electrónico hay más luces rojas que verdes. Dentro de lo positivo encontramos que serviría para eliminar los votos nulos. Al ser un modelo electrónico se reduce el riesgo de marcar dos veces, o marcar por fuera de la casilla.

En tres pasos funcionaría así: (1) El ciudadano se acerca al puesto de votación y marca en una pantalla su voto; (2) Acto seguido se imprime el voto en un tarjetón que luego es introducido en la urna; y (3) Al correo electrónico del votante llega el certificado electoral.

Para el conteo, un software consolida la votación de la jornada que debe coincidir con los votos de la urna y produce un E14 sistematizado. En suma, se minimiza el riesgo de marcar mal los tarjetones y que los jurados de votación marquen errónea o malintencionadamente el formulario E14.

El voto electrónico no ofrece garantías absolutas para la transparencia en el proceso electoral.

Aparece un intento por promover la participación, pero no es garantía suficiente para reducir el abstencionismo. Razones sobran para que la ciudadanía no vote, sin embargo, desde una mirada menos estructural y más operativa, siguen existiendo barreras que dificultan el derecho al voto sin mencionar todos los avances necesarios para disminuir la brecha digital, garantizar conectividad a internet, uso de dispositivos y apropiación sobre nuevos modelos de plataformas de participación digital.

Con el modelo de voto electrónico “al estilo vaya a un cajero y vote” no se resuelven los problemas de acceso al sistema democrático. Por ejemplo, los colombianos en el exterior tienen que hacer desplazamientos kilométricos y costosos para poder votar e incluso la propia ciudadanía, dentro del territorio nacional, que habita en zonas rurales o alejadas del país. No es solución.

Una de las grandes alertas es que el voto electrónico como lo plantea la Registraduría no ofrece garantías absolutas para la transparencia en el proceso electoral y la tecnología que se pretende usar será obsoleta en el corto tiempo, además de ser vulnerable.

Existen varias demandas en el mundo sobre este modelo de ir a votar a máquinas electrónicas. Por otra parte, quien compre las máquinas seguirá teniendo el poder, porque detrás de las máquinas hay un software que centralizará la información.

Quien compre el software seguirá controlando la política. La democracia hay que abrirla y no centralizarla.

También preocupa los costos ocultos de las tecnologías del voto electrónico. La compra de las máquinas, el almacenamiento, el mantenimiento de hardware y software, los costos operativos, el valor que le pondrán de forma deliberada a cada proceso generará un costo alto e innecesario para la democracia y para la ciudadanía.

Lo que se necesita es una tecnología que ofrezca seguridad, transparencia y anonimato. Esa tecnología se llama blockchain y sirve para tener más alcance ciudadano, sin necesidad de desplazamientos maratónicos y sin suspicacias de intervención y manipulación de las decisiones ciudadanas. Su costo sería más bajo y su implementación también. Sin duda, el voto digital con tecnología blockchain es el camino adecuado para pasar gradualmente el voto presencial, a la soberanía digital.

Por eso, no es lo mismo estar jodido que estar jodiendo, como no es lo mismo el voto electrónico que el voto digital (blockchain).

 

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