La política tradicional tropezó con un nuevo paradigma de acción colectiva y transformación tecnológica que lo cambió todo. La revolución digital provocó una ciudadanía cada vez más informada, interconectada y capacitada para incidir en las decisiones públicas, superando el hermetismo de los gobiernos tradicionales para dar paso a los gobiernos abiertos e innovadores.
Al principio los gobiernos análogos utilizaron el papel, las ventanillas físicas y los sellos para fortalecer el vínculo burocrático entre la ciudadanía y sus instituciones. Antes las operaciones eran cerradas, pero con el impulso de las tecnologías de la información y la comunicación los procesos se centraron en el acceso a la información pública mediante modelos de gobierno electrónico y abierto.
Los gobiernos pasaron de ser análogos a electrónicos; para luego de ser abiertos y digitales extenderse a gobiernos inteligentes.
Cuando los gobiernos se enfocaron en la apertura de los datos y posibilitaron la interacción ciudadana con la gestión pública en doble vía, se transformaron los procesos hacia los modelos de gobiernos digitales apoyados en la tecnología para mejorar la eficiencia de los servicios y las respuestas institucionales. Esto permitió hacer uso de los datos abiertos, la analítica de datos y las tecnologías para el empoderamiento ciudadano donde el gobierno abierto dejó de ser una premisa para convertirse en una práctica.
Es necesario precisar que el gobierno inteligente no solo usa la tecnología, sino que innova, transforma y resuelve con ella los problemas públicos. Por eso un gobierno que convierte la burocracia documental en burocracia digital no es un gobierno inteligente, como tampoco lo es un gobierno que solicita virtualmente los mismos datos una y otra vez.
Un gobierno inteligente podría definirse como una extensión del gobierno digital que, bajo la filosofía del gobierno abierto, utiliza las tecnologías emergentes (como blockchain, big data, inteligencia artificial, etc.), y se basa en la colaboración y el aprovechamiento de la inteligencia cívica para innovar y solucionar los problemas públicos, garantizando el bienestar de las personas, del medio ambiente y de la democracia.
El gobierno inteligente promueve la eficiencia porque agiliza los servicios gubernamentales, racionaliza la burocracia, toma decisiones con base en los datos y logra predecir problemas para anticiparse a ellos. Pero también es más efectivo porque mejora la experiencia ciudadana, personaliza la prestación de servicios, reduce costos, minimiza tiempos de respuesta y aumenta la calidad de vida de los gobernados.
¿Cómo resolvemos los problemas actuales con un gobierno inteligente? Sería un error pensar que únicamente con la mejor de las tecnologías como la inteligencia artificial. El gobierno inteligente no solo se debe centrar en las operaciones eficientes, sino también en la validación y legitimidad ciudadana. Un gobierno inteligente se ve reconocido en sus ciudadanos porque co-gobierna con ellos haciendo uso del conocimiento emergente.
Es indispensable la suma de la mejor de las inteligencias, es decir la de “todas” las inteligencias juntas. Y no solo porque esté demostrado que la inteligencia colectiva funciona; sino porque los problemas de ahora (con la tecnología de ahora) se pueden resolver con otro nivel de pensamiento muy distinto al que se tenía cuando se crearon.
¡Todo cambió!