Hemos hablado mucho en este espacio de la globalización. De aquella globalización representada en los tratados de libre comercio, en la inversión extranjera, en la regionalización y los bloques políticos y económicos que están surgiendo en el mundo. Mucho se ha hablado de las ventajas y desventajas de la globalización, los efectos para el país, sus instituciones y su economía.
Sinembargo, hay un aspecto de la globalización con gran importancia, normalmente olvidado: el aspecto humano. Y no me refiero a la suerte de los campesinos en Colombia, o los empleados de manufacturas en los Estados Unidos, o a la suerte de las pequeñas y medianas industrias y sus dueños. Me refiero a esa globalización que se desarrolla cada día, con los millones de seres humanos que han dejado sus países para convertirse en testimonio vivo de el elemento más complejo de este proceso que está viviendo el mundo: La migración. No vamos a hablar del valor económico de este fenómeno, de su importancia social, cultural,etc.. Vamos a hablar aqui del componente humano.
Cuando las personas emigran a otros sitios dejan atras sus familias, costumbres, recuerdos, sueños, en general, su historia. Esta historia que muchas veces duele, otras veces reconforta, pero que siempre genera la nostalgia de estar lejos del único sitio que de una u otra forma será siempre “la casa”. Al llegar a una nueva sociedad, a un nuevo país, los inmigrantes viven experiencias que són dificiles de comprender a menos que se hayan vivido: La soledad, la incertidumbre, el temor de enfrentarse a culturas, costumbres y hasta idiomas diferentes. El fantasma del racismo, de la discriminación y de igual forma, el sueño realizado de las oportunidades, las puertas abiertas y el despertar de nuevos horizontes y expectativas.
Los inmigrantes són el elemento humano de una globalización imparable, a veces justa, a veces injusta, pero que representa esa nueva visión del mundo que poco a poco se afianza. No vivimos más en un país o una ciudad, somos ciudadanos del mundo. A pesar de las barreras y dificultades impuestas en algunos sitios del planeta al proceso migratorio, las puertas se abren cada vez más alrededor del mundo para que ese talento humano que todos tenemos sea aprovechado. Esto, sinembargo, tiene efectos complejos en los protagonistas de ese proceso. Los sentimientos, las raíces y culturas, el significado que para nosotros tiene familia, comunidad y país, entre otros factores, hacen que la inmigración sea un proceso más facil o más dificil para cada persona. En nuestro país en particular, nuestra cultura, una parte de lo que somos, de nuestra esencia, se queda atrás, sin importar las razones por las que emigremos. Al encontrar las oportunidades y opciones que llenan nuestras expectativas y necesidades afuera, nos enfrentamos al dilema más difícil: el de decidir si debemos regresar!. Todos los dias en miles de sitios en el mundo, hay millones de personas viviendo un conflicto interno que los hace debatir entre las oportunidades de un nuevo país y de aquel en donde está todo lo que quieren, conocen y sienten propio. Obviamente esto depende de la experiencia propia de cada persona en el proceso, pero en mayor o menor grado, ese conflicto existe alrededor de decidir “entre la tierra que amamos, y la que aprendimos a querer”.
La globalización de la gente es quizá el fenómeno que está transformando de manera más profunda, y a la vez, más sutil, nuestra concepción del planeta, su política, su estructura y su esencia. Poco a poco los países se parecen más unos a otros, no por sus políticas o sus gobiernos, sino por su gente. Este fenómeno genera diferentes reacciones que van desde el rechazo a lo foraneo hasta la asimilación y apertura de las sociedades a esta nueva era, una en la que realmente, como siempre ha sido cuando los grandes cambios históricos han sucedido, el protagonista es el elemento a veces más olvidado en estos procesos llenos de estudios politicos, economicos y financieros: El ser humano.