Nadie puede negar el progreso en términos de seguridad que el país ha vivido en los ultimos años. Las consecuencias de esta disminución en la violencia son palpables: Mayor inversión extranjera, un crecimiento económico que no veiamos hace décadas, y todo esto empieza a verse reflejado en los niveles de consumo, desempleo e ingresos de los colombianos.
Sin embargo, algunos inversionistas y analistas extranjeros aun ven con cierta incertidumbre la situación de Colombia. La realidad es que el conflicto existe, está tan vivo como siempre y en cualquier momento puede destruir lo que llevamos ya 5 años construyendo. Colombia es aún considerado como uno de los sitios más peligrosos del mundo para viajar, invertir o establecerse.
El potencial de nuestro país no tiene límites. Las posibilidades son inmensas en términos de inversión, desarrollo turístico y económico. Para poder desarrollar este potencial necesitamos lograr el fin del conflicto a cualquier precio. La política de seguridad democrática ha sido exitosa en contener los efectos del conflicto, pero ha fallado hasta ahora en lograr su conclusión ya sea a través de la derrota militar de los grupos insurgentes, o en obligarlos a aceptar negociaciones y desmovilización. No se trata de reconocer el importante avance en la desmobilización de los paramilitares, pero la realidad es que la amenaza más grande a la estabilidad política y económica del país ha venido de los grupos guerrilleros.
Es en estos momentos de decisiones que la nación debe tener claro su objetivo fundamental: La pacificación. Sin esta condición es muy posible que los años prósperos que estamos disfrutando se evaporen con un simple ataque de la guerrilla a las instituciones o a los centros económicos o turísticos del país. Basta solo un atentado de magnitud importante en Cartagena, en Bogotá o en Medellín para que la confianza que llevamos 5 años construyendo desaparezca. Colombia ya no se puede dar el lujo de vivir con esa incertidumbre y esa inestabilidad. La solución del conflicto debe ser la prioridad máxima del estado y del pueblo Colombiano, para poder garantizar la continuidad en los otros elementos que están permitiendo el desarrollo del país y el mejoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes.
Y sobre la mesa deben estar todas las opciones: Militares, políticas, de negociación y mediación y hasta de intervención internacional. Aquí no se trata solo de soberanía, ni nacionalismo, ni patriotismo. Aquí se trata de acabar de una vez por todas con esa imagen de un pais entregado a la guerra, a los grupos del narcotráfico y a la guerrilla. Y no solo se trata de la delicuencia organizada en gran magnitud. Colombia tiene que erradicar los elementos que han hecho que sea catalogado como un país de delincuentes. La justicia debe fortalecerse aun más y los organismos de seguridad y control deben imponer el orden y la ley, con penas más fuertes que le demuestren a aquellos que violan las leyes que seran castigados severamente. El narcotráfico debe arrancarse de la sociedad Colombiana con firmeza y eliminar todas sus razones, ventajas y opciones para que desaparezca como el gran estigma de los colombianos en todo el mundo.
El fin del conflicto y del imperio de la delincuencia se logra rodeando una democracia y un estado que deben ser fuertes, una sociedad abierta al diálogo pero dispuesta a demostrar que si esa opcion no se acoge, entonces a los violentos y delincuentes no les queda más alternativa que rendirse ante el imperio de la ley. En la historia muchas de las normas y comportamientos sociales que hoy son naturales en el mundo desarrollado; como la valoracion de las libertades individuales, el respeto a las instituciones, el cuidado a los niños y los ancianos, el valor de respetar la ley y de acoger normas sociales de comportamiento y convivencia que valoren a todos los miembros de esa sociedad, fueron aprendidos a traves de la creación de normas y del castigo por su incumplimiento. Con el pasar del tiempo estas normas se convirtieron en comportamientos que se adquirieron de generación en generación y hoy parece algo natural. Nuestro país tiene que recorrer ese camino para que los Colombianos aprendamos que la corrupción, el soborno, el irrespeto a la ley, el “ser vivo y saltarse las normas”, tiene precio y es costoso. Cuando estos elementos se interioricen, esa nueva cultura cuidadana se convertirá en algo natural y cotidiano en nuestro comportamiento. La delincuencia, que existe y existirá en todas partes del mundo, deberá empezar a sentir que hay un precio que pagar por sus actos. Finalmente, aquellos grupos y organizaciones terroristas, guerrilleras y narcotraficantes deben ser expuestas como lo que son y el estado debe endurecer su accionar y llevarlos a escoger su camino: deben o entablar conversaciones claras, precisas y cortas que lleven a su desmobilización y el pago de sus delitos, o se exponen a su eliminación de la sociedad. Si Colombia quiere seguir por el camino que se ha empezado a trazar hacia un mejor futuro tiene que eliminar aquellos elementos que aun generan incertidumbre, dolor y deseperanza.