Aquellos que defienden a Piedad Córdoba y sus declaraciones basan su defensa en la libertad de expresión. Pero es que en la democracia y los derechos civiles hay una línea muy fina entre ello y el delito. Cuando la libertad de expresión se convierte en difamación, traición y en un instrumento destructivo para la sociedad, es no solo el deber, sino el derecho de una sociedad plenamente democrática, saber castigar el abuso de ese inalienable derecho.
Ahora, si el abuso de esa libertad es cometido por una figura pública, que está supuestamente comprometida con la defensa y protección de los derechos humanos y civiles de aquellos a quienes dice representar, que juró ante la constitución y la ley preservar, defender y mejorar las instituciones políticas de Colombia, eso se llama traición. Y es traición a la libertad, a las instituciones que representan legítimamente (quizás más legítimamente que nunca antes en Colombia) la voluntad del pueblo, y más aun, es traición y absoluta ignorancia frente a los hechos que aquellos que la senadora trata de héroes de la patria, cometieron. Ningún grupo terrorista en el mundo ha causado tanto dolor a gente inocente, gente no involucrada en el conflicto, de manera tan salvaje y desalmada, como el grupo del líder que la senadora hoy exalta como un luchador, un héroe, un patriota. Eso es una traición a su deber como representante de ese pueblo al que dice defender, a su deber fundamental de proteger el bienestar de sus compatriotas y la conservación de sus derechos como ciudadanos y como seres humanos.
La senadora Córdoba ha declarado ya abiertamente sus afectos y sus intereses políticos. Los colombianos nos hemos dado cuenta desde hace algún tiempo de ello, pero el “show” del intercambio humanitario nos hizo creer por un momento en su interés de lograr aliviar el dolor de las familias colombianas que sufren este flagelo. La realidad es bien distinta. Es realmente poco lo que esto le importa a la senadora. Hoy nos podemos preguntar que están pensando los cientos de Colombianos (porque gracias a Dios son pocos) que se unieron decididamente a la campaña de Piedad Córdoba y su amigo Bolivariano para lograr la liberación de los secuestrados, honrando a Chávez y a la senadora de héroes de la patria, de ser los verdaderos líderes interesados en Colombia, y despotricando del presidente de los Colombianos y su pueblo. Que estarán sintiendo hoy, que se saben las perturbadoras verdades de la relación FARC-Chávez, y hoy que la senadora llama a Manuel Marulanda un héroe nacional, el mismo héroe que masacró, torturó, asesinó, secuestró y violó los derechos de miles de Colombianos, incluso de los que están secuestrados. Esos partidarios de la senadora quedan muy mal parados y con una posición frente a la sociedad que los vió apoyar a la gente equivocada e insultar a quien legítimamente estaba luchando por las instituciones, la ley y la libertad en Colombia, bastante comprometedora. Nadie va a negar que todos los colombianos, especialmente los familiares de quienes sufren el secuestro, estamos interesados en su pronta y segura liberación, pero alinearse con un par de figuras que de hecho han apoyado ideológica, militar y económicamente a quienes cometen esos secuestros y otros crímenes atroces, es algo difícil de comprender.
Lo más importante es que esa misma democracia que permitió que la Senadora Córdoba llegara a donde está, es la que provee las herramientas necesarias para corregir el error cometido. Si es que nuestra democracia no actúa antes con las herramientas que provee la constitución y la ley, dentro de 2 años los colombianos tenemos en nuestras manos la herramienta más importante de todas para decirles a la senadora y a sus pocos aliados, cada vez son más pocos gracias a la acción del gobierno, las instituciones y el ejército legitimo y constitucional de Colombia, que la traición tiene su precio. Y si es que aun cree tener la capacidad de representar algún segmento de la sociedad civil, libre y democrática de Colombia como para presentarse como candidata en unas elecciones, le podemos decir a la senadora que está muy equivocada, y se lo podemos decir de la manera más contundente, civilizada y democrática posible: Con el voto popular, o más claramente, con ningún voto.