Es evidente que en Washington, América Latina no es una prioridad dentro de la política internacional Americana, y es lamentable que no sea así. Es cada vez más grande el número de factores en los que Latinoamérica Juega y jugará un papel fundamental en el desarrollo del hemisferio y especialmente, en la transformación que Estados Unidos ha vivido política y socialmente en los últimos años.

Son muchos los elementos que unen las dos regiones y que hacen urgente una política norteamericana diferente, inclusiva y agresiva hacia Latinoamérica, agresiva en la asistencia al desarrollo económico, político y democrático de la región. Para empezar, basta reconocer que casi el 15% de la población norteamericana es de origen hispano, y que el valor de las divisas que son enviadas fuera del país hacia las naciones del sur es inmensamente superior a la asistencia privada y estatal que Estados Unidos ofrece a Latinoamérica. Además, la influencia social y política de los hispanos en Norteamérica es cada vez más importante, pero los políticos y los partidos no parece reconocer el lazo que une a esos 45 millones de hispanos con sus naciones, y la importancia que tienen esos lazos para las decisiones y el accionar político de la comunidad hispana en los Estados Unidos.

Esto se ve agravado por la falta de una política migratoria clara y  adecuada para el fenómeno que se vive, algo que es realmente lamentable. El fenómeno de inmigración ilegal, generado en gran medida por la falta de oportunidades en las naciones latinoamericanas, ha sido ignorado por la ley norteamericana, creando dificultades para los empresarios necesitados de mano de obra, condiciones propicias para la explotación de los inmigrantes en los Estados Unidos, y un peso adicional en los servicios sociales y educativos de la nación, al proveer servicios a millones de inmigrantes ilegales que no pagan impuestos. Más allá de las causas de una inmigración tan masiva, Estados Unidos ha actuado como si no ocurriera, o como si la represión ocasional a dicho fenómeno es suficiente para contenerlo y satisfacer a la vez a los grupos pro-migratorios y los que abogan por el control y el cierre de la frontera a los ilegales. Los flujos migratorios son un fenómeno económico natural de oferta y demanda laboral que es incontenible, pero que debe regularse para lograr unas condiciones justas para ambos los empresarios y el pueblo norteamericano, y los inmigrantes.

La verdadera clave que debe hacer cambiar el rumbo de la política Norteamericana frente a estos y otros aspectos de la región, es que Latinoamérica se ha convertido en una de las fuentes de mano de obra calificada y no calificada más grande del mundo. Adicionalmente, es la única región que comparte los valores religiosos, culturales, y, en alguna medida, sociales de los norteamericanos y europeos. Los latinoamericanos somos la región más joven y dinámica del mundo occidental. Si bien es cierto que China, India, el sudeste asiático y algunas regiones de África son también centros de desarrollo, con grandes recursos humanos, esas regiones no comparten los valores, cultura e idiosincrasias del oeste de la manera que Latinoamérica lo hace. Europa poco a poco ve su mano de obra envejecer y se enfrenta a la inmigración africana e islámica, extraña a sus valores y cultura.

Estados Unidos tiene la enorme posibilidad de construir un hemisferio sólido, benéfico para la cultura occidental, y eso se logra promoviendo el desarrollo y el imperio de la ley y la democracia en Latinoamérica. Una estrategia tan agresiva como el plan Marshall implementado con Europa hace 60 años, es la clase de estrategia que Norteamérica, e Incluso Europa, deberían emprender en Latinoamérica. Sinembargo, la realidad es diferente. Los tratados de libre comercio, las iniciativas de inversión y desarrollo para la región son constantemente bloqueadas en el congreso norteamericano con razones realmente entorpecedoras para el desarrollo de las regiones. Si bien los TLC no son una estrategia totalmente acertada, si representan un paso en la dirección correcta, pero sectores políticos aduciendo razones que pertenecen a discusiones de otro tipo, que nada tienen que ver con la integración económica, se han empeñado en, una vez más, dejar de reconocer la importancia de Latinoamérica y la necesidad de ayudar desde el norte a resolver sus problemas económicos y de estabilidad política.

Estados Unidos y el mundo occidental en general aun no reconocen la importancia estratégica que Latinoamérica tiene. En un mundo a la vez más polarizado y regionalizado, con ideologías y estrategias de desarrollo tan distintas, la alternativa occidental de desarrollo económico y democrático parece debilitarse lentamente, frente a la realidad de su envejecimiento y el límite de sus propios recursos. Estados Unidos entendió esas limitaciones después de la segunda guerra mundial y emprendió una tarea faraónica de reconstrucción en Europa con el objeto de consolidar el poder económico y político de occidente. El surgimiento de China, India y el bloque asiático, así como una nueva Rusia, parecen representar un nuevo reto para occidente. Es el momento que Norteamérica estructure una verdadera política hacia Latinoamérica, basada en la promoción decidida del desarrollo económico sostenible y al consolidación de los valores democráticos, de respeto a la ley y al ser humano que se viven en las naciones de occidente. Es tiempo de dejar de ver a Latinoamérica como las repúblicas del sur que solo sirven a los intereses norteamericanos cuando se necesitan y como la fuente de millones de inmigrantes que proveen la mano de obra que la economía norteamericana requiere. Ahora Latinoamérica se tiene que convertir en ese socio estratégico de occidente, el centro de una nueva estrategia para sacar de su ostracismo político y económico  al continente cultural, político y económicamente más joven y vibrante del mundo, y convertirlo en el nuevo polo de desarrollo de la cultura occidental.