El mundo reacciona ante el horror de una tragedia que sume una de las naciones más pobres del planeta en una miseria aun mayor. La humanidad parece olvidar por un momento sus conflictos, divisiones, prejuicios y comportamientos destructivos, para rodear a otros seres humanos que están sufriendo su peor momento.

Sin embargo es triste descubrir que solo después de la tragedia es que estas manifestaciones de hermandad universal se presentan. Haití y su pueblo han vivido un drama humano por décadas, y, al igual que muchas naciones en África y Asia, han sufrido los rigores de la dictadura, la violencia y la falta de oportunidades. Tenía que ocurrir una catástrofe de esta magnitud para que el mundo abriera los ojos frente a esta realidad tan lamentable, tan desigual y que dice tan poco de nuestra comprensión sobre las prioridades que deberíamos tener como planeta, como seres humanos.

Lo que es más lamentable aun es que, mientras un pueblo como el haitiano sufre los rigores de la naturaleza, algunos seres humanos se dedican a crear más horror e inestabilidad. El pueblo haitiano ha sufrido su propia tragedia por décadas, creada por sus coterráneos y la indiferencia mundial. Mientras el mundo despertaba a la realidad del terremoto, un suicida asesinaba decenas en Afganistán. El mundo continúa con sus tensiones, disputas, intereses territoriales, dictaduras, amenazas nucleares, crisis económicas, tensiones regionales, nacionalismos enfermizos y terrorismo. Si dedicáramos nuestra pasión de manera constante a la solución de nuestras desigualdades, problemas y conflictos como especie, en vez de espasmos momentáneos de solidaridad frente al dolor humano, el mundo seria definitivamente un mejor lugar. Los seres humanos demostramos que somos eso, HUMANOS, cuando el infortunio de los nuestros es tan extremo y repentino como el que ocasiona un terremoto como el de Haití, pero que tal si miráramos al sufrimiento constante de tantos Africanos bajo la opresión y el terror en Zimbawe, Sudan, Somalí, etiopia o Mozambique. Qué tal si usáramos los miles de millones de dólares que se utilizaron para salvar la economía mundial y los 700 mil millones que se usaran para financiar las guerras en el mundo en reducir las desigualdades sociales y la pobreza en Asia y América Latina, que tal si usáramos la fuerza no para defender modelos ideológicos o proteger nuestros propios intereses, sino para salvar vidas y reconstruir sociedades, como lo están haciendo ahora, de manera irónica, soldados de Estados Unidos, Irán, Venezuela, Jordania, Israel, Alemania y China juntos. Los portaviones americanos no están llevando armas para la guerra, están llevando hospitales, medicinas y médicos, personal para proteger a quienes quieren ayudar y a quienes necesitan ayuda.

Sabemos que la realidad mundial es diferente, y que en algunos días (o hasta horas) la humanidad volverá a oír de Ahmadinejad y Chávez, de Uribe y Correa, de Obama y Putin, de Sarkozy y Jintao, de Lula y Kirchner, de las guerras en Irak y Afganistán, del terrorismo, de la crisis económica, de las tensiones entre Chávez y el resto de la región. Sin embargo es refrescante sentir, aunque sea por unos momentos, que el mundo se olvidó de sus banalidades y recordó que significa pertenecer a esta especie. Es refrescante ver que, dentro de toda la tragedia, la condición humana sale al frente en su mejor expresión. A veces parece mucho pedir, pero estos momentos nos hacen ver de lo que seriamos capaces si nuestra mentalidad, nuestra visión sobre el mundo y como lo hemos estructurado cambia, y por un momento, los países, los intereses, los juegos de poder pasan a un segundo plano y el ser humano vuelve a ser la razón y el centro de lo que hacemos.