Los lideres latinoamericanos, de izquierda o derecha, tienen algo en Común. A ninguno le gusta decir que es lo que está pasando y cuales son sus condiciones, intenciones y a veces hasta políticas.
El presidente de Venezuela acaba de salir para Cuba para un «último tratamiento» en medio del mayor hermetismo y con muy poca información. El presidente Santos mantuvo en secreto por muchos meses los diálogos con la guerrilla y ciertamente fue sorpresa sus quebrantos de salud. El gobierno Argentino manipula y esconde las verdaderas cifras de su economía, a tal punto que publicaciones y organismos internacionales ya no las toman como ciertas. El estado mexicano escondía millonarias deudas de sus entidades estatales al público y a sus propios organismos de control. Los ejemplos abundan
Y si bien es cierto que eso no es un fenómeno latinoamericano (ni hablar de las mentiritas del gobierno griego sobre su estado financiero que cuando se volvieron insostenibles desataron la crisis del Euro, o al gobierno español con la cantidad que necesitaban sus bancos para volver a la solvencia!), es ya casi folclórico esperar que el jefe de estado diga una cosa, y unos días o semanas o meses después aparezca la verdad, generalmente contradictoria.
Esto tiene consecuencias graves de gobernabilidad. Una nación donde su estado no sea claro sobre las condiciones en las que gobierna a su pueblo, pone en peligro la democracia y la estabilidad social y económica. Si bien hay situaciones como operaciones militares, o hasta las negociaciones previas para sentarse a discutir la paz en Colombia por ejemplo, que justificarían secreto para no poner en riesgo el objetivo, una vez se conozcan los hechos el estado debe garantizar total transparencia en los motivos, resultados, costos y beneficios obtenidos. De otra manera las naciones de América Latina se arriesgan a tener dos estados: Uno que vemos en las noticias y en los comunicados oficiales, y otro que es el que gobierna y ejecuta políticas que no son sujetas el escrutinio ni análisis públicos. Es una actitud semiabsolutista que solamente genera desconfianza, incertidumbre y a la larga, inestabilidad.