La última década le ha propinado a ese sueño de integración latinoamericano una estocada mortal. Si bien se han creado más organismos multilaterales en la región en los últimos 12 años que en los pasados 100, todos son inoperantes. En el mejor de los casos, o se han convertido en foros de políticas aislacionistas, atrasadas y poco democráticas, en el peor de los casos.

Con la aparición del club de las “democracias socialistas revolucionarias”, el movimiento de integración en América latina, antes liderado por 3 grandes bloques que mal que bien funcionaban (La comunidad Andina, Mercosur y Caricom) se convirtió en 2 bloques. El primero es el de los que están con Venezuela y su revolución bolivariana, su guerra contra la libertad, los derechos civiles, la propiedad privada, la inversión y las relaciones con las potencias económicas mundiales. El Segundo es el de los que están con la democracia, el desarrollo y la internacionalización del continente. Frente a estas alternativas, las naciones sensatas de la región, que pertenecen al segundo grupo, buscan la manera de integrarse y usan una nueva estrategia; miran como integrarse… hacia afuera.

Los últimos hechos en Venezuela y la debilitación de los valores democráticos evidente en los países del eje bolivariano (Ecuador, Nicaragua, Bolivia) y de su observador permanente (Argentina), han hecho que las naciones de la región reconozcan una realidad. Esa alguna vez añorada y factible integración regional, del rio grande a la Patagonia, no es posible. Y no puede ser porque las ideologías promulgadas por importantes naciones de la región son totalmente divergentes. Una unión en esas condiciones nunca prosperaría. Prueba de ello es la total parálisis de la CELAC, UNASUR y todas sus manifestaciones

¿Qué alternativa queda entonces? Ninguna integración? Todo lo contrario. Los países de la región con una visión clara sobre su desarrollo (Colombia, México, Panamá, Perú, Chile, Costa Rica, entre otros) han formado la alianza del pacifico, el intento de integración más reciente y más avanzado de la región. Esta alianza obviamente tiene como miembros países comprometidos con el libre mercado, los principios democráticos, la propiedad privada y la internacionalización. Y es este último factor lo que separa esta alianza de cualquier otro intento integracionista y la hace exitosa. Esta organización está mirando hacia afuera. Busca conectar sus miembros no solo entre ellos, sino con los mercados del mundo, y está mirando hacia el hemisferio del planeta donde se va a manejar la economía de los próximos años. Estados Unidos, Japón, China y otras potencias económicas están trabajando arduamente en crear una especie de NAFTA del Pacífico. La alianza latinoamericana es un esfuerzo muy inteligente por unirse en bloque, con mayor capacidad de negociación frente a este grupo de gigantes de la economía mundial. Y no se queda en eso, la libre circulación de bienes, personas y servicios es el próximo paso

Lo que hubiera podido ser una unión continental que hubiera traído beneficios a todos los latinoamericanos se tuvo que reducir, por culpa de las incongruencias de algunos líderes de la región, a un selecto grupo de naciones que quieren dejar el tercer mundo y unirse al primero. Quizás el éxito que estos países van a lograr empuje a los pueblos de la “revolución” a reaccionar y exigir a sus líderes que trabajen por ellos y por su bienestar. La Unión Europea tuvo ese efecto en todas las naciones ex-comunistas de Europa del Este, que paradójicamente seguían modelos de gobierno y económicos similares a los de los de la revolución bolivariana y con los mismos resultados catastróficos, y hoy muchas de ellas son miembros exitosos de la comunidad internacional, con niveles de vida superiores a los de América latina. De pronto la Alianza del pacifico se convertirá en ese elemento que ayude a transformar aquellos países aferrados a modelos fracasados de desarrollo que están sumiendo a sus pueblos en el atraso.