En la primera sesión del dialogo que comenzó entre la oposición y el régimen venezolano, Nicolás Maduro afirmó que para el estado existía una sola Venezuela, la del socialismo, donde todo el país estaba unido alrededor de sus políticas. Enrique Capriles entonces explicó como eso era falso. Explicó cómo si había dos Venezuelas. Una que el gobierno llamaba fascista, traidora de la patria y de la revolución, y otra con el estado. Una donde la clase alta, hoy en su mayoría miembros del régimen, tiene acceso a todo lo necesario y otra donde la gente no puede conseguir ni harina para hacer arepas y donde la violencia y la inseguridad los amenaza constantemente.
Cristina Kirchner en Argentina ha resistido fuertes protestas en las que los argentinos le quieren hacer ver que hay 2 Argentinas, una que sufre con las altas tasas de desempleo e inflación y el mal manejo económico, y otra que disfruta de las mieles del nacionalismo que concentra la riqueza y el poder en unos pocos.
En Colombia, el país se ha polarizado entre aquellos que apoyan al gobierno y a su proceso de paz, y entre aquellos que ven esto como una rendición a un grupo terrorista, donde el gobierno vendió la soberanía y la justicia por motivos políticos y electorales. Se enfrasca en odios entre líderes, partidos y sus seguidores, donde promesas se rompen, logros se ignoran y coaliciones se construyen llenas de intereses políticos y tristemente, de corrupción. La transformación que convirtió a Colombia en un líder de la región, cuando era definitivamente el estado fallido, paria de América Latina hace apenas 12 años se traicionó, en vez de continuar lo que logró transformar el país, y cambiar lo que se hizo mal.
Estos ejemplos son apenas una muestra de la separación social, política y económica que está ocurriendo en la región. No sólo hay una gran desigualdad económica, la mayor del mundo, sino que ahora las posiciones políticas son tan antagónicas que parecen irreconciliables. Lo más grave de esto es que males latinoamericanos como el caudillismo, la corrupción a todos los niveles y la falta de instituciones sólidas y de poderes públicos realmente independientes han hecho que la confianza en los modelos políticos democráticos se debilite, y con ello, el pueblo y sus líderes se polaricen de manera intransigente, irreconciliable.
Todo eso lo podemos llamar una consecuencia, un paso en la evolución de los sistemas democráticos. Sinembargo en nuestros países esa polarización está encegueciendo a la población, y convirtiéndonos en enemigos. Eso es muy peligroso! En Venezuela, hermanos de sangre se proclaman odio por apoyar o rechazar la revolución Bolivariana, incluso ignorando los problemas que uno y otro modelo tienen, y que saltan a la vista. La segmentación social e ideológica es tan marcada que el temor de una guerra civil es latente dentro de la sociedad Venezolana y la comunidad internacional. En Colombia, el desprecio expresado por seguidores de Santos y de Uribe, ambos antiguos aliados políticos, y el que buena parte del país siente por toda la clase política en general, hace que el país desvíe su atención de las verdaderas prioridades e ignore y reproche el legado rescatable de todos los dirigentes. Lo más triste es que parece que la gente se ha dedicado al mismo ejercicio, a reprochar, dividir e ignorar la realidad y la historia, incrementando la división interna y casi que eliminando la posibilidad de continuar construyendo sobre logros importantes. Uno y otro bando se dedican a destruir lo positivo y a desmontar las políticas de estado que transformaron positivamente al país. Todos los bandos buscan beneficios en el descrédito de los demás.
Sí, todos sabemos que así es la política, no solo en Colombia, Venezuela, México, Ecuador, Argentina o Brasil, sino en el resto del planeta. La diferencia es que somos naciones en desarrollo, donde solo el consenso y la continuidad de políticas exitosas, al igual que la modificación de aquello que no funcione, permitirán la evolución de nuestras economías, sociedades y democracias a un nivel más estable, más duradero. Es hora de que todos empecemos a empujar en la misma dirección, porque lo que estamos haciendo ahora no está funcionando, por el contrario, parecemos estar alejándonos de lo que verdaderamente importa: Reducir la desigualdad, mejorar la seguridad, consolidar las instituciones y promover el desarrollo económico, el empleo, la inversión y la estabilidad.
Esto no quiere decir que la oposición, la crítica y la reflexión no sean positivas. Son Necesarias!, pero debe estar orientada a empujar y a promover y sobretodo, esa crítica debe ser honesta, apoyando el debate sano y democrático. Esto en la gran mayoría de los casos no se puede esperar de nuestros políticos, pero se hace urgente y necesario, de nuestros pueblos. Es hora de dejar de seguirles el juego a los líderes de la región que le apuestan a la división de esas dos Latinoaméricas, y exigirles que empiecen, con nosotros, a apostarle a objetivos, propuestas y logros comunes, construyendo sobre lo bueno hecho, que en cada nación de la región existe, y reconstruyendo lo que anda mal.