Los Brasileros olvidaron sus protestas sociales para mostrarle al mundo un país estable y seguro durante el Mundial de fútbol, aunque la realidad de la inseguridad y desigualdad de la sociedad brasileña sigue presente. Los colombianos ven como la seguridad y la convivencia se deterioran vertiginosamente y continuamos presenciando el circo de la corrupción política, pero continúa la vida, adaptándose a ese nuevo ciclo de violencia y esperando que un milagro despierte las conciencias de nuestros dirigentes y nuestros delincuentes. Los venezolanos viven la crisis económica y social más severa en muchos años, pero ante las pocas alternativas que les quedan y la represión estatal, aprenden a vivir con lo poco que la revolución bolivariana les permite obtener y envueltos en una espiral de violencia y depresión económica. Los argentinos ven como su gobierno declara el no pago de la deuda, con el dinero para pagarla, llevando a su economía a un nuevo bloqueo de los mercados financieros, pero a pesar de ello el estado y sus dirigentes continúan al mando y la vida de los argentinos sigue su camino
Si este tipo de crisis ocurrieran en naciones donde la sociedad civil tiene un mayor peso dentro de la democracia y esta es representativa de esa sociedad, los resultados serían muy distintos. En países europeos, en los Estados Unidos y en otras naciones, el pueblo exigiría a su gobierno soluciones, castigos y acciones concretas frente a problemas como los que vivimos día a día en nuestras naciones, ciudades y zonas rurales, o habría consecuencias. Esa inseguridad constante y galopante que se vive en las ciudades latinoamericanas no sería tolerada en otros lugares y los dirigentes tendrían que tomar medidas o la ciudadanía, los inversionistas y los medios se vendrían encima de ellos. En todas las naciones del mundo el estado tiene ineficiencias, corrupción, comete errores y es lento para reaccionar frente a las necesidades del país. En muchos casos las personas a cargo de las áreas del estado no son las más adecuadas para dirigir los destinos de la nación. Ese es un riesgo de la democracia con el que todas las naciones democráticas conviven y funcionan.
Lo que es incomprensible es que en América latina la clase dirigente parece estar al frente de países diferentes a los que gobiernan, a los que sus pueblos viven día a día, y por ello omiten, ignoran y menosprecian los problemas más inmediatos de sus naciones, y se dedican a gobernar, pareciera en algunos casos, como dirigentes de una nación escandinava. Más grave aún es que el pueblo no pareciera reaccionar y salvo las protestas o desordenes temporales, reciben cualquier prebenda o promesa electoral como solución que luego se esfuma una vez la clase dirigente logra continuar en el poder.
La pregunta es entonces: es parte de nuestra idiosincrasia el sentir que no podemos elegir mejor? Que no podemos exigir resultados? Que no podemos esperar mas de quienes nos gobiernan? Es tal el nivel de corrupción de nuestra sociedad que el miedo, o el desinterés, o la apatía, o la desesperanza hacen que las sociedades de nuestros países toleren la desigualdad, la inseguridad, la desorganización, la falta de valores sociales y políticos de nuestra clase dirigente y la nuestra propia?
El pasatiempo favorito de todo ciudadano, diría yo que casi en todos los países del mundo, es quejarnos o justificar a nuestros gobiernos, y el nivel en que lo hagamos depende de nuestro nivel de afinidad con el gobierno de turno. Pero en América Latina, no pasamos del pasatiempo, mientras en otros lugares del mundo la madurez política de sus sociedades las lleva a actuar, a exigir resultados y a abrir los ojos de sus políticos para que entiendan que es lo que su pueblo espera de ellos. Los latinoamericanos somos famosos mundialmente porque nos adaptamos hasta las circunstancias más difíciles y salimos adelante. Ya es hora de dejar de adaptarnos y empezar a exigir de nosotros mismos y con ello de nuestros líderes las naciones que deberíamos tener, que merecemos.