Hace 7 años cuando los juegos olímpicos se adjudicaron a Rio de Janeiro, Brasil estaba volando alto. En lo económico, político y hasta en lo deportivo. Tener la sede del mundial de fútbol y de los juegos olímpicos de manera consecutiva era un reto mayor, pero Brasil parecía estar listo, casi que destinado. Era su coronación como nación preparada para entrar a las grandes ligas de la economía y la geopolítica mundiales. China utilizó sus juegos olímpicos para mostrar al mundo sus avances tecnológicos, su infraestructura y su poderío económico. Brasil planeaba hacer lo mismo

El Brasil de hoy enfrenta una situación muy diferente. Si bien la copa mundo logró hacerse de manera relativamente exitosa por lo menos en el aspecto organizacional del torneo (no necesariamente en el deportivo para la nación anfitriona), ya se empezaban a ver las grietas en el entorno económico, las obras terminadas 2-3 días antes de comenzar el torneo y peor aún, las inconclusas o las promesas nunca cumplidas. El pueblo brasileño vio cómo se gastaron miles de millones de dólares en elefantes blancos en medio de la selva Amazónica y poco o nada en mejoramiento de infraestructura, transporte, o de inversión en zonas deprimidas, es decir, poco mejoró y en muchos casos se ha dicho que de hecho empeoró la calidad de vida de los brasileños con el torneo. Lamentablemente esto ocurre con casi todas las naciones que sirven de títeres para el juego multimillonario de la FIFA y el Comité Olímpico internacional, tema de otro blog.

Luego vino el escándalo de corrupción que hizo que la presidenta dejara de serlo y que hizo que, acompañado de la crisis en los precios del petróleo y las materias primas que le dieron a Brasil sus años de riqueza y despilfarro, la economía entrara en recesión. Si los brasileros veían con dolor el malgasto y las promesas rotas del mundial de futbol, no pueden ya contener su ira frente a las de los juegos olímpicos. Si bien el mundial llenó de promesas a toda la nación y los olímpicos con algo más local, el mundo ve como una a una todas las buenas intenciones en Rio de Janeiro alrededor de mejoras en su infraestructura, su contaminación, su seguridad y su pobreza extrema se han desvanecido. Un amigo portugués expresaba su asombro de ver como a un país como Brasil, con los niveles de pobreza y corrupción que se le conocen, se le habían adjudicado un mundial y unos juegos olímpicos con dos años de diferencia entre ellos. Naciones como Estados Unidos, el país más rico del mundo, tuvieron dificultades para hacer el mundial de 1994 y los juegos olímpicos de Atlanta en 1996 y esos eran los años donde la economía estadounidense tuvo su mayor crecimiento en décadas.

Para los brasileros ahora lo mejor es lograr que los juegos de Rio 2016 sean exitosos. Su cultura, su gente y su espíritu seguramente harán que así sea. Su democracia ha demostrado ser lo suficientemente madura para sobrevivir la corrupción del estado y su economía, aunque debilitada, aún puede hacer frente a los retos que se avecinan y el mundo quiere ver a un Brasil que saque adelante sus Juegos, así como lo hizo en el 2014 con el mundial de futbol. Ojalá una lección de este episodio, para los brasileros y el mundo en general, sea que el despilfarro y la corrupción de estos eventos deportivos opacan el verdadero espíritu que ellos deben crear. Brasil debe aprovechar sus compromisos con estos eventos para sacarles el mayor jugo en lo único que es realmente positivo para las naciones anfitrionas: Hacerse conocer al mundo, explotar sus inmensas riquezas turísticas y la increíble calidez de su pueblo. Está en el interés de los brasileros mostrar lo mejor de su país porque, así como la corrupción y el despilfarro preparándose para estos eventos les dejo muchas promesas quebrantadas, lograr unos olímpicos exitosos les abrirá nuevas puertas para salir de la crisis. Arriba Brasil y sus juegos Olímpicos. ¡La mejor de las suertes!