El proceso de paz en Colombia tiene muchas fallas. Procesos como este, a menos que se trate de una rendición unilateral, son una negociación. Una negociación significa ceder en algunas cosas, alcanzar acuerdos y compromisos que, aunque imperfectos, van en busca del bien general, o por lo menos ese es el deseo. Sin embargo, dentro de lo que se ha acordado en Colombia hay varios elementos que parecen perpetuar la injusticia, olvidar las atrocidades cometidas por la guerrilla y premiar a aquellos que las perpetraron con un retorno limpio a la vida civil y posiblemente hasta con cargos públicos.
Eso a la luz de las generaciones que vivimos el horror que ocasionó este grupo guerrillero puede sonar inaceptable, una traición a la patria y una deshonra a todos los muertos de esta guerra. Para aquellos que perdieron seres queridos en el conflicto ciertamente se puede sentir así. El precio que parece que tenemos que pagar por ver a los guerrilleros fuera de las montañas y campos de Colombia parece ser muy alto.
Como en Inglaterra, donde las generaciones de antes decidieron con un voto casi que destruir el futuro de esta nueva generación de ingleses, los colombianos de mi generación y las anteriores que hemos vivido en un país en guerra por décadas, podemos quitarles a las nuevas generaciones una oportunidad de crecer en un país donde las palabras “Guerra Civil” sean algo que lean en los libros de historia.
Sí, es posible que este proceso termine en mayor delincuencia común, incluso en agravados problemas sociales, pero Colombia dejará de hacer parte de ese tristemente selecto grupo de países en guerra. Todas las naciones del mundo, en mayor o menor medida, luchan con problemas de delincuencia, injusticia social, corrupción, etc. Basta ver el conflicto social y racial tan complejo que se vive en los Estados Unidos, Pero los americanos tienen la oportunidad de usar el estado de derecho, la movilización social y las fuerzas legítimas de su estado, que representan a su pueblo, para buscar la solución de esos problemas. Sin la culminación de este proceso de paz, la guerra en Colombia continuará con las balas, las tomas de poblaciones, los secuestros, el asesinato de policías y civiles en nombre de la “supuesta revolución” y los colombianos de mañana seguirán sumidos en el miedo, la desesperanza y el horror de la guerra. La única herramienta que les dejaremos es la continuación de la guerra.
Nos debemos concientizar de que aquí lo más importante es que le estamos dando a la Colombia de mañana la oportunidad de solucionar esos problemas sociales de otra manera. Nos debemos abstraer de la corrupción y el descrédito de este Gobierno y mirar el objetivo que debemos tener como nación. Este sacrificio de nuestro dolor histórico y nuestros rencores de hoy, puede darles a los colombianos del futuro la posibilidad de crear un nuevo país. Por esto mi generación y las que han pasado y vivido en guerra debemos mantener nuestro deseo de justicia, pero no usarlo como obstáculo para que los colombianos de hoy y mañana hagan efectivo el derecho que tienen por un país en paz, o por lo menos por un país que pueda empezar a sentirse en paz, así el camino que siga sea difícil. Nosotros les podemos dar el empujón más importante para eliminar el estigma de la guerra de nuestra conciencia nacional. Por ello el proceso de paz tiene que ocurrir, y Colombia será, de manera indiscutible, mejor después de que eso ocurra. NO les entreguemos la Colombia que nos tocó vivir, sino la Colombia que siempre quisimos. El día que el gobierno y las FARC anunciaron el fin de la guerra, con todo el show mediático que montaron, muchos colombianos sentimos, por un momento, que sí era posible, y que ese momento en el que esas palabras se pronunciaron, por ambas partes, era una luz de esperanza para ver ese país que queremos. Esto hay que culminarlo, porque nuestros hijos y el futuro del país lo merecen. Por esas generaciones la paz y este proceso, con todas sus imperfecciones, debe ser posible.