Estemos o no de acuerdo con el proceso de paz, ya ha pasado a la historia como una realidad. Dejando a un lado el conflicto con el ELN, la nueva guerra a la que se enfrenta Colombia, asumiendo que la desmovilización de las FARC y su transición a una fuerza política se produzca como se ha planeado, es la guerra que siempre debimos haber tenido. La de las ideas.
La oposición al acuerdo sigue viva, y las FARC y el gobierno lo defienden, a través de la discusión y de los escenarios adecuados para ello: los medios de comunicación, las redes sociales y los foros universitarios, públicos y sociales en las regiones del país. Es posible que el acuerdo de paz alcanzado genere otros fenómenos de violencia y que los compromisos alcanzados por las partes no se cumplan, o peor aún, que no representen un cambio positivo para el país. En ambos casos, el estado tendrá las herramientas necesarias para combatir nueva delincuencia y para reformar lo que haya que reformar. La oposición tendrá la oportunidad, a través de la democracia, de usar el poder constitucional para llevar sus ideas al pueblo, y buscar los cambios que proponen al acuerdo. Las FARC y el gobierno usarán el escenario político para continuar la implementación de lo acordado.
Los otros problemas del país continuarán esperando por una solución, pero menos problemas serán “debatidos” a través de las balas, y más problemas tendrán un nuevo escenario que no existía hasta hace algunos meses. El del debate y las ideas.