El presidente de los Estados Unidos quiere construir un muro, una barrera física entre Estados Unidos y México, que es realmente una barrera entre los Estados Unidos y el resto del continente. Si bien es cierto la relación entre los Estados Unidos y sus vecinos al sur (todos sus vecinos) ha tenido altibajos, acuerdos y diferencias, momentos de tensión y de acuerdos, hay algo que ha sido constante: la influencia norteamericana en la región ha sido desproporcionadamente mayor a la influencia que Latinoamérica ha podido ejercer en los Estados Unidos. Este país sigue siendo el socio esencial de los países de la región, pero para esta nación los países latinoamericanos no han estado, salvo en crisis específicas, dentro de su lista de prioridades.

Ahora Trump y su política de “América Primero”, sus intenciones de cerrar la frontera, controlar la migración, renegociar NAFTA y evitar que compañías norteamericanas que quieran producir en América Latina lo hagan, entre otras medidas, les da un giro dramático a las relaciones entre los Estados Unidos y el continente. Y este giro, aunque parezca preocupante, discriminatorio, racista, aislacionista y hasta equivocado, se puede convertir en una oportunidad para la región.

Olvidemos por un momento nuestros problemas de corrupción, democracias débiles o cuasi-dictaduras, desigualdades y miremos hacia el futuro bajo esta nueva perspectiva. La oportunidad está en que, sin la influencia constante, positiva o negativa pero constante, de los Estados Unidos en la región, las naciones de América Latina van a tener que buscar nuevas alternativas, alternativas de desarrollo autóctonas. Nuestros mercados principales pueden estar en nuestros países. El mercado Común Europeo es el principal socio comercial de cada país en Europa. Con todos nuestros acuerdos, instituciones regionales, Mercosur, Pacto andino, Alianza del pacifico, etc… nuestros países tienen sus principales socios comerciales fuera del continente. Quizás con este giro del gigante del norte, nuestras empresas tengan que prepararse, nuestras economías renovarse y mirar hacia la región. Volviendo a la realidad, es claro que existe el peligro de que nuestros males políticos regionales, la corrupción, la violencia y la desigualdad, eviten que esta oportunidad para crecer como región se desaproveche.

La presidencia de Donald Trump está revolucionando y desbaratando los paradigmas de la hegemonía norteamericana. El mundo debe adaptarse a esta nueva realidad. Para Latinoamérica puede ser una oportunidad para crear un nuevo paradigma donde nuestra región lidere su desarrollo y su futuro. Ojalá tengamos la capacidad y el tesón para hacerlo. Enfrentemos nuestros problemas internos y usemos este momento histórico para crear una nueva región, que nos dé una nueva perspectiva de como interactuar con el resto del mundo, sin dependencias, influencias y controles externos