Golpe de estado en Venezuela propiciado por la dictadura venezolana, escándalos de corrupción en Colombia, Brasil y Perú, debilitamiento general de las democracias de América Latina. Eso parece ser el pan de cada día en nuestras naciones. Latinoamérica había logrado restablecer la democracia en casi todo el continente, pero nuestros sistemas políticos son tan débiles y corruptos que vemos cómo poco a poco, bajo el manto de las “elecciones libres y democráticas”, líderes políticos se perpetúan en el poder o logran que sus subalternos directos obtengan el poder, manejando los hilos políticos detrás de ellos. Lo vemos hoy en Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Venezuela.

Pero igualmente, ahora vemos a los pueblos de Latinoamérica reaccionando. La presión popular logró que el escándalo de corrupción brasilero se destapara, la oposición y la gran mayoría del pueblo venezolano está haciendo tambalear la dictadura; el pueblo protesta contra los resultados de una opaca elección en el Ecuador. El pueblo de México se levanta frente a la ineficiencia de su Estado y su incapacidad para hacer respetar a México en el concierto internacional. Cientos de miles de colombianos salieron a marchar pidiendo el fin de la corrupción en todos los estamentos políticos. Estas manifestaciones son la muestra de un pueblo activo, que finalmente es el único capaz de darle validez y fuerza al sistema democrático.

Sin dejar de ser riesgoso, como lo vimos en la represión violenta de la oposición en Venezuela, esta es la última opción que nos queda en la región para salvar nuestras democracias de las garras del autoritarianismo y la corrupción. El arma más importante de un pueblo es su voz y su VOTO. Los latinoamericanos hemos avanzado mucho en el establecimiento de una sociedad activamente involucrada en su futuro político, como lo son las sociedades europeas o norteamericanas. Si la corrupción, ignorancia o represión nos han hecho elegir mal, somos nosotros los llamados a corregir el error. Y cuando nuestros derechos democráticos se ven vulnerados o eliminados, nos queda nuestra voz, la que hoy se puede amplificar de manera exponencial gracias a las redes sociales y la atención que ahora existe en la comunidad internacional. Cuando no hay más opciones para salvar nuestras democracias, nos queda solo una: la unión de millones de ciudadanos dispuestos a defender sus derechos, su libertad y a derrotar la opresión y la corrupción que parece arrebatarnos nuestro futuro como naciones libres y democráticas.