Los grandes imperios de la humanidad, aquellos que parecían eternos como el Romano o el británico, terminaron siendo reemplazados por nuevos y ambiciosos poderes, pero su declive fue iniciado desde adentro. Cuando el grupo equivocado de líderes logró ascender al poder, poco a poco las decisiones tomadas erosionaron los valores y principios sobre los que esos imperios se habían establecido.
La elección de Donald Trump en los Estados Unidos y su primer año de gobierno parecen indicar que el principio del fin de la hegemonía americana ha comenzado. Su equipo de gobierno y su control sobre los líderes de su partido han hecho que el Estado comience a perder su rumbo. Tensiones internas están comenzado a resquebrajar los principios de convivencia y entendimiento que han regido a la sociedad americana desde la época de lucha por los derechos civiles. Pero quizás lo más relevante de este declive es que está logrando, con su política de aislamiento y nacionalismo, volver a la nación líder en el mundo: irrelevante.
Si durante la presidencia de Obama e incluso la de Bush la concertación y el liderazgo americanos lograron avances significativos en Irán, el cambio climático y el libre comercio, y se cometieron errores como Iraq o Siria, Estados Unidos siempre estuvo al frente de sus aciertos y errores, y el mundo siempre miró hacia esta nación para decidir el rumbo a seguir. Si bien es cierto que sus errores le abrieron la puerta a otras naciones, como China o Rusia, para de alguna manera retar la hegemonía americana, la comunidad internacional tenía muy claro que sin los Estados Unidos cualquier iniciativa global no tenía muchas esperanzas de éxito.
Ahora la situación es muy diferente. La salida unilateral de Trump en su primer año de gobierno del acuerdo de París, la negación del acuerdo con Irán, el retroceso de los avances en las relaciones con Cuba, el retiro de la alianza del pacífico, su cambio dramático de política en el medio oriente y su ataque al sistema migratorio y humanitario internacional, entre otras acciones, además de las esperadas este nuevo año como su retirada del NAFTA o la muralla con México, han enviado un mensaje muy claro: Estados Unidos está en retirada. Sin embargo, lo más impactante es la reacción de la comunidad internacional. Por primera vez desde la segunda guerra mundial, el mundo está sintiendo que puede continuar sin los Estados Unidos. El acuerdo de París se ha fortalecido, los demás países participantes en el acuerdo de Irán han continuado con sus esfuerzos para mantenerlo, Europa ha surgido como una nueva opción de supremacía que defienda los valores de occidente, el resto de América ha profundizado sus relaciones con Cuba y otros nuevos actores, para bien o para mal, han tomado las riendas de Siria y el medio oriente.
Las acciones de Trump han debilitado la posición internacional de la nación más poderosa del mundo, y le están dado un claro signo de debilidad a otras naciones interesadas en reemplazar el liderazgo americano, como China o Rusia. Con esta transición, el riesgo para la comunidad internacional se resume en dos elementos: primero, estas naciones que quieren convertirse en los nuevos imperios no representan los valores que la hegemonía americana, incluso con su doble moral, ha buscado establecer a nivel mundial: la democracia, la libertad y el fortalecimiento de la comunidad internacional, donde el consenso es el camino para lograr los cambios necesarios en busca de la solución de los problemas que aquejan el planeta. Estos valores no existen y peor aún, no le interesan a ninguno de estos países. Segundo, los Estados Unidos, con el ejército más avanzado y poderoso de la historia y una persona claramente inestable al mando, hacen pensar que cualquier cosa puede ocurrir. Algunos de esos imperios que dominaron la humanidad terminaron, pero con las personas equivocadas en el poder, lo hicieron de manera destructiva. Es el momento de que los líderes sociales y políticos de los Estados Unidos recuperen su nación, por su propio bienestar y el del planeta