Que en la primera vuelta electoral los colombianos hayan dado la mayoría a los llamados “extremos” de la política es simplemente un reflejo de nuestra visión extremista de nosotros mismos. Lo que ocurrió en el Club Campestre de Medellín, con esa reacción agresiva y antidemocrática de la élite antioqueña, fiel representante de la “extrema derecha”, frente al derecho libre y democrático de la otra visión (léase “Extrema Izquierda”), para ir a exponer su plataforma política, y la campaña de esa “Extrema Izquierda” para censurar y amedrentar aquellos que no quieren votar por ninguna de las dos opciones, son signos de la polarización a la que hemos llegado y el debilitamiento de los valores democráticos que estamos experimentando.

Nuestra democracia ha sido secuestrada por esa noción de “los extremos”, diseñada para generar temor, discordia y polarización. Es un proceso apoyado por los medios de comunicación y manejado por una élite central, dueña de los medios y del poder económico, que está interesada en que esa visión de extremos se establezca en la conciencia colectiva de este país. Y a pesar de que muchos colombianos vemos la necesidad de un cambio racional, democrático y que transforme esa cultura política que nos ha llevado a estos extremos, no somos suficientes para que, por ahora, ese cambio ocurra.

Es por eso que es necesario desmitificar los extremos, que no son diferentes a una muy bien diseñada estrategia de mercadeo. La candidatura de Iván Duque no representa ninguna extrema derecha. Extremas derechas en el mundo significan racismo, nazismo, limpieza social, armamentismo y nacionalismo excesivo. Iván Duque y quienes lo apoyan no son nada de eso. La coalición que ahora busca el poder, es la que ha estado siempre en el poder. Son los políticos que han tenido algunos logros benéficos para el país, pero apenas suficientes para mantener la estabilidad y el control de la sociedad. Son realmente quienes manejan las maquinarias políticas y la corrupción, y representan a las élites antioqueñas, bogotanas, vallunas y costeras de Colombia. Vencen en los centros de poder económico y político porque representan la continuación del status quo en la economía, la política y la composición social del país. No hay tal extrema derecha.

La candidatura de Gustavo Petro no representa la extrema izquierda. Petro no piensa acabar con la propiedad privada ni el capitalismo, no piensa volver la economía de Colombia en un aparato del estado, no está interesado en eliminar la democracia ni los derechos civiles, instaurar una dictadura absolutista o replicar el modelo cubano o el chino, y mucho menos, el venezolano, si es que a eso se le puede llamar modelo, en Colombia. Petro ha sido miembro de la tradicional izquierda colombiana que cuando ha tenido el poder, se ha comportado, salvo algunas políticas sociales medianamente exitosas, como la tradicional derecha colombiana. La gestión de esa izquierda ha estado rodeada de escándalos de corrupción, malos manejos, poca capacidad de administración y ejecución, y, en lo positivo, algunos logros sociales para diferenciarse y mostrar resultados, pero que no afectan la posición de la elite y sus intereses en el aparato político, económico y social del país. Su discurso es más populista y busca que las clases populares se sientan más representadas, pero su ideología no pondrá en peligro ese status Quo de las clases dirigentes en Colombia

La elección que tenemos adelante no es entre extremos, es entre representantes de la clase política tradicional de Colombia, los mismos dos bandos luchando por el poder. Eso hace la decisión mas difícil, porque un cambio con cualquiera de estas dos opciones no ocurrirá. Lo que si es claro, es que una vez haya un ganador, nos daremos todos cuenta de que los “extremos” son simplemente, los mismos de siempre.