Argentina, Chile, Perú, de alguna manera Ecuador y ahora Colombia en América Latina. Estados Unidos en Norteamérica, Austria, Polonia, Inglaterra, Republica Checa, Turquía, Rusia y ahora Italia en Europa. Y esto solamente son algunas de las democracias (o cuasi democracias) del mundo. Los pueblos de estas naciones han elegido gobiernos que se hacen llamar de derecha, pero que, en muchos casos, parecer ser regímenes de estilo nacionalista y autoritario, lo que algunos llaman la “extrema derecha”.
Adicionalmente, países donde una visión más socialista y más liberal del estado ha prevalecido, como Alemania, por ejemplo, enfrentan retos serios de movimientos de extrema derecha. Solo algunas naciones del mundo parecen girar a la izquierda, a una visión más liberal del estado (México, España y Brasil, por ejemplo).
Hay varias explicaciones posibles a este fenómeno. En algunos casos, especialmente en Estados Unidos y Europa, puede explicarse como un rechazo a la globalización y al reto que este proceso mundial ha impuesto a la idea de fronteras y soberanía. Los pueblos de los países donde esta “extrema derecha” ha ganado, la han elegido porque le dieron una respuesta al temor y la incertidumbre que los ciudadanos sienten al ver sus sociedades transformarse en una mezcla de lenguajes, culturas, razas y religiones; al ver sus industrias trasladarse a otros países, y al ver sus fronteras volverse poco a poco más “débiles”.
En otros casos, como el de Latinoamérica, es básicamente la política del temor. Del temor a un giro a la izquierda como el que ha ocurrido en Venezuela, Nicaragua o Bolivia, países donde el experimento socialista ha sido un total fracaso, y un deseo de autoridad que permita controlar la inseguridad y la corrupción rampante en las ciudades y pueblos de estos países. La derecha en América Latina ha usado la imagen de autoridad y de fuerza, de “caudillos”, que juega bien en las sociedades de esta región, para vender su mensaje de estabilidad y de no permitir que el “Castro-Chavismo” se apodere de sus países.
La transformación de nuestras sociedades es una corriente inevitable, y en muchos casos ya, necesaria para la supervivencia de muchas naciones. El elemento fundamental que quizás ha faltado enfatizar en este proceso es el de asimilación, fundamental para que esos choques culturales, sociales y religiosos no se produzcan, o por lo menos permitan la convivencia. El temor a la Izquierda y al socialismo en las sociedades latinoamericanas, aunque justificado, debe superarse a medida que la implementación de mejores sistemas de protección social se desarrolle y la izquierda en el continente deje esa imagen de dictadura empobrecedora. Eso solo se logra con gobiernos eficaces, que protejan las libertades y la democracia, y se alejen de ese estigma comunista y radical que ha acompañado a la izquierda en la región. Solo cuando estos elementos se logren, las justificaciones para el nacionalismo y el caudillismo se irán desvaneciendo.
Lastimosamente, el mundo se está enfrentando a una nueva oleada de aislacionismo, nacionalismo y gobiernos de carácter autoritario, militarista, revanchista y en algunos casos hasta represivo. Los resultados de estos periodos en la historia no han sido nada positivos. Quizás es un proceso que debe ocurrir para que la comunidad internacional reaccione, y como ha ocurrido en otras épocas, termine corrigiendo aquellos elementos que le quitan legitimidad a la globalización, o generan temor frente a políticas más socialistas y liberales, que hoy causan temor y rechazo. Las naciones que hoy se vuelcan a esa “extrema derecha” terminarán por entender que ese tampoco es el camino correcto para enfrentar sus dificultades. La esperanza es que no se caiga en la injusticia, represión, segregación y autoritarianismo que hemos visto en el pasado. Sería un retroceso muy doloroso, por temporal y efímero que pueda ser.