Las naciones de occidente aun representan los valores de libertad, la justicia y la esperanza. Esa esperanza de una vida mejor movió a millones de ciudadanos de otras naciones a dejar sus vidas atrás y emigrar a estos países. Las naciones de occidente igualmente se beneficiaron de esta situación. Su crecimiento económico y estabilidad social se la deben a sus sistemas políticos, económicos y sociales, pero también a tantos inmigrantes que han hecho aportes fundamentales y transformadores.
En la primera mitad del siglo 20, Occidente estaba dominado por ideologías nacionalistas, inmerso en guerras, limpiezas étnicas, crisis económicas, dictaduras y sociedades segregacionistas. Los años 50 y 60 dieron lugar a esa transformación fundamental que convirtió a las naciones de occidente en el centro de la política, la economía y le entregaron una nueva clase de contrato social al mundo. Poco a poco, y con muchas dificultades, las sociedades de occidente vivieron una transformación social que se centró en la tolerancia, la diversidad, los derechos civiles y la igualdad. Este proceso continuó hasta comienzos del siglo 21. Pero con el nuevo siglo también llegó el terrorismo y con ello el temor a la diversidad y a las diferencias.

Esta situación despertó ideologías extremistas en muchos lugares del mundo, que no habían desaparecido, pero que habían cedido terreno y parecían debilitarse. Paradójicamente, el resurgimiento violento y masivo del terrorismo ha estado acompañado con guerras, dictaduras y violaciones a los derechos humanos que han hecho que Occidente vuelva a ser ese lugar de esperanza, donde una vida digna y libre puede ser posible.
Pero pareciera que hoy Occidente le dice al mundo: Sí, una vida digna y libre puede ser posible, pero solo para nosotros. La segunda década del siglo comenzó con un giro, o mejor, un retroceso a esas épocas que Occidente parecía haber dejado atrás. La amenaza terrorista y la migración masiva que ha resultado de conflictos internacionales, ha hecho que una nueva generación de líderes con ideologías nacionalistas, segregacionistas lleguen al poder o se acerquen a él. Estados Unidos, el país que quizás logro una transformación más profunda y dramática para llegar a ser una sociedad de inmigrantes, abierta al mundo, está ahora liderado por un presidente abiertamente opuesto a la inmigración, los refugiados y las libertades sociales. El Reino Unido ha decidido, por razones nacionalistas entre otras, dejar el experimento de integración más exitoso de la historia, la Unión Europea. Buena parte del resto de Europa está en medio de una ola nacionalista, anti-migratoria y de aislamiento que hace recordar, con temor, aquellas épocas previas a las guerras mundiales. Los líderes que aun apuestan a los valores que han hecho occidente lo que es hoy, como El canadiense, el francés o el español, se ven cada vez más solos frente a otros líderes que parecen querer negar los inmensos avances en Integración económica y social, política ambiental, promoción de las libertades individuales y de comunicación, entre otros logros, que la cultura occidental ha construido por décadas en el ámbito internacional. Si bien ajustes son necesarios debido a las nuevas condiciones de la comunidad internacional, este es el momento de consolidar y mejorar el sistema actual, no desmantelarlo.
El mundo siempre ha mirado la cultura occidental con sentimientos encontrados. Recelo y desconfianza se combinan con admiración y ejemplo. La realidad es que el mundo ve con preocupación lo que se puede definir como “la retirada” de occidente. Una retirada de sus valores y principios que han construido para sus sociedades y promovido en el mundo. Sus puertas se abrieron para millones de habitantes del resto del mundo que encontraron en estas sociedades la vida y oportunidades que sus propias naciones les negaron. Esas puertas se están cerrando y con ello una nueva transformación, definitivamente preocupante, se avecina.