La nueva frase, el nuevo rótulo que los medios y la comunidad internacional le endilgan a nuestra región es sencillo pero profundo: Latinoamérica despertó. Y es gracias a las protestas sociales en Ecuador, Chile, Bolivia y Venezuela, donde los pueblos de estos países rechazaron, en muchos casos de manera violenta, a sus gobernantes y a los altos niveles de corrupción, desigualdad, inseguridad y negligencia del estado. Es importante entender que los movimientos de protesta son en contra de los que ahora ostentan el poder, no en contra de la democracia o los sistemas políticos de estos países, quizás con la excepción de Venezuela, en donde los derechos y valores democráticos han sido debilitados por el régimen de Nicolas Maduro.
Al parecer, ya no había otra salida para los pueblos de Latinoamérica que reaccionar de manera radical, decisiva y en algunos casos violenta contra el establecimiento político, para poder lograr un cambio. Sin embargo, Colombia le demostró este domingo a la región y al mundo que si había otra salida. Las elecciones regionales en nuestro país, literalmente, revolcaron el ambiente político. Los lideres de las fuerzas políticas mas radicales de izquierda y derecha sufrieron una apabullante derrota. El país les cobró su polarización y su manipulación de la política en el país. Les cobró sus campañas sucias, tratando de anular a aquellos que no se alineaban con sus influencias y poder político. Figuras asociadas con caciques electorales, apoyadas en corrupción y en las viejas practicas clientelistas de la política corrupta tradicional, fueron aplastadas por independientes, que surgieron de movimientos nuevos como el Partido Verde, o directamente del pueblo, sin el aval de los partidos tradicionales de gobierno y oposición.
Hubo casos tan dramáticos que hasta las encuestas no habrían podido estar más alejadas de la realidad, ciegas frente a lo que la sociedad colombiana estaba preparando para esta jornada electoral. Los colombianos tenían una revolución diferente en mente, la de la democracia. Parecía como si los mismos de siempre iban a continuar ostentando el poder, usando su caudillismo y sus prácticas antidemocráticas para asegurar su victoria en las elecciones, En algunas regiones lo lograron, pero en la gran mayoría del país, y sobre todo en sus centros económicos y políticos más importantes, la derrota fue apabullante, y con ello nació la esperanza de una clase política mejor, diferente, que abrió sus puertas en un país que ya no veía salida a un ciclo vicioso de poder y corrupción.
Si bien es cierto que esto solo es el comienzo, y que las fuerzas tradicionales de poder en Colombia siguen vivas y seguramente darán la pelea para no dejar quitarse el poder, e intentarán aplastar a quienes les quitaron sus posiciones de control y buscarán aferrarse a sus viejas prácticas, ya tendrán que convivir con una nueva clase política que hará las cosas de manera diferente y sobre todo, con una sociedad vigilante que ya les demostró que no está dispuesta a tolerar ese tipo de política. Estos hechos pueden generar cambios positivos en todo el sistema político del país. La esperanza es que todos aquellos independientes, aquellos que fueron elegidos con la responsabilidad de representar un cambio, así lo hagan y comiencen, en las regiones y pronto en las instituciones nacionales, a transformar una clase política que cada vez está más desprestigiada. Los resultados están por verse.
Por ahora, lo más importante es que Colombia con esto le demostró a la región y al mundo que en una democracia, cuando se tienen las instituciones para protegerla, las protestas y la demostración de inconformismo son legítimas y necesarias, pero el arma más poderosa que tiene el pueblo es el simple, pero fundamental acto y deber ciudadano que le da razón y sentido a este sistema político: El voto libre, consciente y responsable. Es por ello por lo que la defensa de ese derecho debe ser una prioridad en toda la región.