Recuerdo las clases de religión por allá en mis años de primaria, aquella frase que decía “Mi libertad termina donde empieza la libertad del otro”. Nos enseñaban también los conceptos de libertad y libertinaje, y cuando era importante identificar la diferencia entre ellos.
En los países de occidente, que continúan siendo el centro mundial de la epidemia, algunas personas, cansadas de las restricciones impuestas por los gobiernos, comienzan a protestar. Estos países son los más afectados por el virus porque sectores de sus sociedades parecen no entender la diferencia entre esos conceptos de libertad y libertinaje. Las naciones occidentales han representado el individualismo, la protección absoluta de las libertades, la democracia, y el derecho a todo: A tener un arma o un arsenal, a protestar por todo y hasta a sospechar del estado y sus líderes.
Estos valores los han hecho naciones prósperas, que han usado lo mejor de esos conceptos para crear sociedades más justas, derechos civiles que son ejemplo para el mundo, unas democracias y sistemas judiciales avanzados, altos niveles de innovación, crecimiento económico y un liderazgo mundial en casi todas las áreas del conocimiento. Sin embargo, para una situación como la crisis del coronavirus esos mismos valores hacen que algunos sectores de la población los tergiversen y los conviertan en un obstáculo para enfrentar una pandemia. Es aquí donde es evidente que algunos ciudadanos del mundo occidental confunden libertad y libertinaje, y más aun, que están convencidos que su libertad es infinita y no puede ser limitada o regulada por la libertad de los demás y mucho menos por el estado.
La respuesta a la epidemia ha sido analizada y discutida hasta la saciedad en los medios y círculos médicos de cada nación. Italia comenzó muy tarde sus medidas de control, y apenas está estabilizando la situación. Inglaterra, España y Francia de igual manera reaccionaron de manera tardía y tuvieron que vivir situaciones difíciles en sus sociedades y sistemas de salud. Brasil y México tienen líderes que decidieron ignorar el riesgo de la pandemia y ahora pagan el precio de su negligencia.
Ahora, los Estados Unidos son un caso particular. Si hubiera implementado medidas similares a las de la China y otros países asiáticos, a nivel nacional y con firmeza, hoy no sería el centro de la crisis en el mundo. Pero la falta de políticas centrales de control de la propagación hace que hoy el foco de la epidemia, que estaba en Nueva York y Nueva Jersey, ya se mueva a otros estados que fueron más relajados en sus políticas de control y aislamiento. Si no hay una respuesta nacional, el problema solo se traslada de región, no se controla, y prácticamente se garantiza el brote de nuevas epidemias en regiones que parecían superarlo.
Pero la demostración más evidente de esa conciencia individualista y errónea de la libertad se ve en las protestas, de pequeños grupos, pero en algunos países como Estados Unidos, con arsenales de guerra en mano, frente a capitolios y alcaldías, demandando el fin de las restricciones a través del amedrentamiento y persecución de los lideres políticos. Si bien es cierto que protestar de manera pacífica y responsable dada la crisis, para exigir medidas que permitan sobrellevar la crisis económica que muchos viven en este momento, es un derecho y una necesidad, es preocupante ver que existen unos pocos tratando de forzar a punta de intimidación, y sin tener en cuenta las consecuencias de una reapertura inmediata y sin control, un cambio en las políticas estatales para manejar la pandemia, porque es inconveniente para ellos y viola su derecho a hacer lo que les provoque, así sea a costa de la salud y bienestar del resto de los ciudadanos.
Ha habido casos de ciudadanos que han atacado a otros, incluso de manera letal, por el simple hecho de pedirles que usen una máscara en sitios públicos, y peor aún, hay políticos que por intereses electorales han incitado a estos grupos a prácticamente quebrantar la ley y hacer caso omiso a las advertencias, como lo han hecho Bolsonaro en Brasil, y Trump en Estados Unidos, por mencionar algunos.
Aunque son pocos los que actúan así, y la gran mayoría de los habitantes de occidente piensan que la mejor medida es el aislamiento y la apertura gradual de manera responsable y con reglas de distanciamiento y control claras, necesaria para salvaguardas las vidas de millones de personas sufriendo una dura crisis económica, es preocupante ver personas que piensan que la libertad de ellos no tiene limites y que, aun frente a una crisis de estas proporciones, nadie tiene derecho, ni siquiera las autoridades competentes para ello, a obligarlos a tomar medidas para su protección y la de la sociedad en general. Ellos quieren su libertad (O mejor, libertinaje) total y la quieren ya. Es en momentos como estos donde el bien común debería ser la convicción que nos dirija para determinar cómo manejar esta crisis porque, como nos enseñaban en el colegio, ¡mi libertad termina donde empieza la libertad del otro!