Cientos de miles de personas diariamente en el mundo se enfrentan al diagnóstico positivo de un virus que cada día nos demuestra todo lo que nos falta entender para poder controlarlo. Sin embargo, millones se comportan como si tuvieran un conocimiento absoluto, certero sobre el virus y sus consecuencias. Y no solo me refiero a aquellos que creen que no es nada más que una simple gripa, me refiero también a aquellos que creen que contraer el virus es una muerte segura.

Esa incertidumbre está causando estragos en todos nosotros, elevando a niveles que no logramos comprender nuestro estrés, ansiedad y dificultad para adaptarnos a la situación que tenemos que vivir. Dormimos poco, sentimos que tenemos síntomas de manera regular, chequeamos nuestras rutinas, qué hicimos, qué tocamos o a quién nos acercamos cada vez que por alguna razón dejamos nuestros lugares de residencia. Nos enfrentamos a la presión de distintas visiones y necesidades de nuestro grupo familiar que nos llevan a conflictos o a aceptar niveles de riesgo que parecen ser difíciles de entender. Todo esto ocurre en medio de presiones o dificultades económicas, problemas de salud y psicológicos que no dejan de ocurrir porque la pandemia exista. Pocas veces en la historia reciente la humanidad nos hemos enfrentado a una situación tan complicada en tantos aspectos. Naciones sometidas al avance inexorable de un virus que, en la era de la certidumbre y la sobreinformación, sobre-análisis de todos los eventos que ocurren en el planeta, no podría ser más incierto, esquivo y difícil de controlar.

Es por esto que esta situación se ha convertido en una prueba de fuego para nuestra civilización y nuestra especie. ¿Qué tan capaces somos de actuar todos juntos, de manera coordinada y decisiva, para enfrentar un enemigo común? Los resultados son bastante desalentadores. En el mundo hemos visto disciplina y control, e igualmente ignorancia e irrespeto por las normas y el sentido común.

Muchos han demostrado que los intereses y creencias individuales importan más que el bienestar común, que a los médicos y científicos solo se les hace caso cuando no interfieren con nuestras vidas, que la política y la lucha por el poder político o económico se han convertido en el único elemento para tomar decisiones que deberían ser basadas en ciencia y lideradas por los expertos. Ya lo hemos demostrado con otros problemas que enfrentamos como el cambio climático, la destrucción de la naturaleza o la calidad de nuestra alimentación, pero en esos casos por lo menos teníamos la idea, ilusa por cierto, de tener tiempo. Con la pandemia debíamos actuar de inmediato, todos juntos. Y no lo hicimos.

Esta prueba la superaremos porque la ciencia, la tecnología y aquellos que han dedicado su vida a salvar y proteger vidas, aquellos que viven para estudiar, mitigar y curar enfermedades y virus, están al frente de esta situación a pesar de la insensatez de algunos de nuestros líderes y conciudadanos. También están todos aquellos en posiciones de poder político o económico que el mundo recordará como los que hicieron algo para apoyar a todos aquellos luchando la batalla. Y están todos aquellos ciudadanos del planeta que entendieron de manera clara la necesidad de hacer algo, algo tan simple como usar una máscara, mantener la distancia, no salir de sus casas y ayudar a aquellos que más lo necesitan a que tampoco lo hagan. Los padres y madres que fueron capaces de decirle NO a las ganas de salir de sus hijos y aquellos dedicados a proteger a sus viejos, que hicieron caso omiso de la retórica política, absurda e inhumana de ignorar la realidad y siguieron el consejo de aquellos que entendieron la gravedad del problema. Aquellos que en vez de exigir el fin de las restricciones se adaptaron a continuar su vida y sus negocios con ellas, haciendo un sacrificio por el bien común, y a todos aquellos miles que los apoyaron en sus momentos más difíciles.

Son todas esas personas a las que, cuando esto termine, el mundo entero, pero sobre todo los anti-mascaras, los políticos llenos de cinismo y ganas de poder, y los que no pueden ver más allá de sus propios intereses y necesidades, les van a tener que agradecer por haberlos sacado de una de las épocas más oscuras de la humanidad. Algo sí es claro, y es que, como ocurrió con las grandes luchas que cambiaron la humanidad para bien, como los derechos civiles, la igualdad de la mujer o el fin de la esclavitud, los que estuvieron en el lado incorrecto de la historia esta vez también serán, tarde o temprano, juzgados por ello, ¡y tendrán que aprender!