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Soñamos que después de un proceso de paz, una vez se firmen los acuerdos y debamos ver a TIMOchenko y sus compañeros en el Senado, tengamos un país pacífico y tranquilo. Donde los niños salgan a las calles y puedan jugar. Donde podamos caminar hablando por celular sin que lo rapten y/o peor, nos maten por quitárnoslo. Donde en el campo los labriegos puedan cultivar sus tierras y criar sus animales sin que nadie con un fusil los hostigue. Un país utópico.

Claro que firmar la paz con una guerrilla tan antigua como las Farc es vital para poner fin a un conflicto armado que nos carcome. Donde los muertos en combate los ponen los pobres y los muertos en cautiverio los ponen los ricos. Un conflicto que perdió el mínimo respeto hacia el Derecho Internacional Humanitario. Aunque no va a ser nada fácil, hay que intentarlo.

La mano valiente que se jugó el presidente Santos, teniendo en cuenta el discurso fariano y su envalentonada equivale en póquer tipo ‘Texas Holdem’ a irse ‘all-in’ con un par bajo, aún sabiendo que la mano del adversario es más débil. Esto quiere decir que de entrada el Gobierno va ganando pero, al igual que en el póquer, en este proceso faltan por destaparse varias cartas que podrían hacer de una mano ganadora como esta un éxito y hacer ganar un gran pote o puede volverse un desastre y dejarlo en la ruina.

Lo interesante de esta apuesta fue que nos hizo centrar todas las miradas en torno a la paz. Pero olvidamos que la paz, la anhelada paz, va más allá de una guerrilla capaz aún de hacer daño, que debe tener unos 10.000 hombres diseminados en las selvas colombianas, capaces de matar, poner bombas y aterrorizar.  Que puede combatírsele, darle bajas importantes pero que siempre tendrá un reemplazo para ellas, allá no importan las personas, tienen su engranaje. Su discurso lacónico no cambia y sigue siendo difícil, casi imposible de entender.

En este momento hay que apoyar al Presidente. La idea de hablar de paz es un paso importantísimo. Si se acaba ese ‘conflicto’ se estará avanzando en el camino correcto pero no será suficiente.

¿Habrá paz cuando firmemos la paz?

Y acá empieza el lío. Somos un coctel molotov. Los niveles de desigualdad en Colombia nos hacen una nación proclive al desastre social (somos el cuarto peor país del mundo en cuanto a desigualdad extrema y el peor en el continente). Los robos de tierras en el campo por parte de la guerrilla y de los paramilitares, sumado al lío de desplazamiento forzoso tienen las urbes llenas de personas con hambre, dispuestas en muchas ocasiones a recurrir a LO QUE SEA con tal de poder llevar un pedazo de pan para que sus familias coman.

Tenemos ciudades con una taza altísima de homicidios. Paradójicamente, las dos más peligrosas vivieron una época de guerra a finales de los ochenta por cuenta del narcotráfico que aún hoy deja secuelas imposibles de borrar (Cali es la onceaba más peligrosa del mundo con una taza de 78 homicidios por cada 100.000 habitantes y Medellín la número 14 con una taza de 70 homicidios -cifras de 2011-). Este ejemplo demuestra que, el fin de un conflicto mal manejado deja cicatrices mal sanadas que pueden abrirse de nuevo. Hay que cuidar bien las heridas.

Por eso, es importante ir pensando en medidas a tomar para toda esa población que se ha visto inmersa en el conflicto y que podría regresar a la vida civil en caso de que todo salga bien para evitar que las próximas generaciones repitan ese legado sangriento. Hay que generar oportunidades para que no existan excusas ni ambientes que faciliten el surgimiento de grupos delincuenciales. Se debe pensar en otra estrategia para acabar con el narcotráfico distinta a la guerra que se le ha declarado de forma infructuosa (van miles de muertos, millones de millones de dólares desperdiciados y, mientras exista la demanda, se las ingeniarán para tener una buena oferta y llenar el mercado, beneficiándose de la prohibición para incrementar los precios ¿legalizar?). Y por último y con el fin de alejar dictadores de todos los bandos que han demostrado a nivel continental y a nivel local cómo enloquecen al llegar al poder, distribuir de forma más equitativa los recursos.

Ojalá se firme la paz, así esta sea apenas un primer paso. Por algo se empieza y para correr primero hay que gatear, luego caminar, después trotar y ahí sí, se coge ritmo. Estamos empezando. No nos afanemos.

@riverasoyyo

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Andrés Rivera Mejía es periodista de la Universidad Javeriana. Ha trabajado como periodista y fotógrafo taurino además de ser un enfermo por el fútbol.

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