En su gran obra La razón populista, Ernesto Laclau refiere el significado del populismo como vacío y sin elementos racionales. Así, el populismo podría ser explicado de forma racional, pero este de por sí, no lo es. Esto podría hacernos entender aquellos actos por parte de algunos políticos, los cuales parecen inteligibles al inicio, pero que finalmente captamos y les damos un sentido.
En Colombia, se está acercando el tan esperado 29 de mayo del 2022, fecha de las elecciones presidenciales. Este día no solo inicia un nuevo Gobierno, sino que también se marca un ideario por parte de los colombianos. Por ello, los precandidatos presidenciales no han tardado en realizar sus primeros pinos de tintes populistas, antes de iniciar sus campañas en forma.
El populismo es, sencillamente, un modo de conformación de lo social que va más allá de lo político, entendiéndose como político las ilusiones, imágenes y cosmovisiones relacionadas con los actos de los hombres. Se podría afirmar que sin soberanía no existe populismo y que es una forma de configurar la razón de Estado.
Este es un concepto problemático dentro de la teoría política, ya que, a diferencia de otros, no posee limites en su delimitación. Un personaje populista puede pertenecer a cualquier ideología y orientación política. Puede ser de derecha, como Adolf Hitler, o de izquierda, como Hugo Chávez. También puede ser proveniente de una élite o surgir del pueblo.
En la figura política del ex presidente Álvaro Uribe Vélez se enmarca un rasgo populista, el cual ha traspasado a sus seguidores y militantes de su partido Centro Democrático, pero sobre todo en los dos precandidatos presidenciales: María Fernanda Cabal y Oscar Iván Zuluaga; ambos intentando ser el candidato presidencial oficial por la derecha colombiana.
En los dos se da alusión al discurso de su líder, convirtiéndose este en la palabra de sus seguidores. Este discurso pierde importancia en cuanto a la promulgación de valores, y retoman relevancia las palabras que lo configuran. Laclau lo acapararía como “la retórica”, la cual no es más que el lenguaje empleado por cada miembro o por cada personaje que convergen en la figura del líder populista y que a su vez, asumen su lenguaje como una forma de asimilación. Así mismo, Karl Marx lo definiría como “la falsa conciencia”. Es por ello, que en este discurso de derecha estaremos constantemente escuchando las mismas premisas: “la izquierda es peligrosa”, “el riesgo de convertirnos en Venezuela”, “un acuerdo de paz sin impunidad”,” Uribe como el salvador de Colombia”, entre otros.
Sin embargo, en Colombia contamos con más de un líder populista que es seguido sin razón y por pasiones. El pasado 10 de septiembre, Gustavo Petro junto con el senador Armando Benedetti realizaron un evento de manifestación pública y presencial en la Plaza de la Paz, en Barranquilla. En este evento se dio oficialmente la coalición de los partidos políticos; Unión Patriótica, Polo Democrático y Mais. Pero dejando a un lado los fines y objetivos políticos de esta convocatoria, enfoquémonos en lo sucedido: el discurso de Petro. Mientras transcurría el evento, el precandidato pronunció un discurso con estas palabras: “Dijeron que esta reunión era un pacto con el diablo, acá queremos un pacto con la paz, un pacto con el Jesús que prefiere a los pobres. ¡Donde podamos convivir y querernos entre todos!”
Este tipo de secuencias discursas llevan a cabo su accionar político, en donde estas palabras empleadas se convierten en inequívocas. Así mismo, no se acercan a un dialogo, sino más bien a una conversación, puesto que el dialogo implicaría un debate en torno a favor y en contra de diversos temas, y en estas secuencias discursivas solo se opta por implementarlas a sus seguidores o a las masas. Se evidencia una contradicción entre lo defendido a lo largo de los años por Gustavo Petro sobre la separación del Estado y la religión y no dejar que aspectos religiosos intervengan en escenarios políticos, y demostrar un tinte populista al mencionar al “Jesús de los pobres”, enmarcando así al pueblo como se conoció por muchos años y por varios académicos como “la plebe” o “los miserables”, los menos favorecidos.
Gustave LeBon ya había definido sobre la psicología de las multitudes en una revisión temática y de síntesis de la misma. LeBon enunciaba, desde 1895, que la clave de la influencia en un personaje populista sobre las masas se encontraba en la imagen que este evocaba. El poder de las palabras junto con el poder de la imagen, le restan importancia al verdadero significado que esto pueda representar. Para LeBon, las masas nunca han tenido realmente una sed de verdad, sino que prefieren por el contrario deificar los errores si estos les seducen.
Por ejemplo, la imagen que evoca María Fernanda Cabal con su mano en el pecho y atrás una figura gigante del “Gran Colombiano”; la imagen que evoca una tarima gigante en forma de P para aludir al apellido “Petro”, seguido de discursos disfuncionales y contradictorios; la imagen que evoca Alejandro Gaviria comiendo sancocho en una plaza de mercado, en donde difícilmente a lo largo de su vida habrá pisado un sector tan popular como estos y donde la humildad será el último valor que este personaje posee, son imágenes que reflejan el concepto abstracto y complejo del populismo y que se evidencia en todo el espectro político en nuestro país: derecha, centro e izquierda.
Como individuos y sujetos de derecho en Colombia todos tenemos la libertad de poder elegir, pero bajo el concepto abarcado, elegimos en términos de nuestras pasiones, nuestras ambiciones, nuestra fe y nuestra esperanza. No solemos elegir en concordancia a nuestra razón, sino a lo que sentimos. En el último Siglo, se han repetido factores que han llevado a ser considerados como las causas emergentes del populismo y su consolidación en la sociedad: (1) las contradicciones en la base industrial como representación de la desigualdad en el modelo de desarrollo, (2) la consolidación del principio electivo como base procesal de la forma de gobierno y, por último y quizás la que poseen mayor fuera, (3) las luxación del Demos (del pueblo) en relación a la representación de la política fraccionaria.
Esta última causa es posiblemente la explicación al por qué los candidatos una vez se encuentran en campaña se esfuerzan, positiva o negativamente, en intentar encajar en la representación básica de lo que es el pueblo, precisamente por esta concepción lejana que se tiene entre los gobernantes con las masas y su real representación dentro del ejercicio político.
Pese a lo anterior, se preguntarán entonces ¿Todo es populismo? ¿Cómo podemos identificar aquello que es populista? Pues, les dejo la respuesta de Laclau: es populismo si para referirse a ello debe existir un sesgo cognitivo, debe estar en contra del estatus quo y debe aludir a las emociones. La intuición como mecanismo de reconocimiento ante la apelación de sentimientos, el exceso de símbolos, imágenes, cosmovisiones y las configuraciones que se vuelven imposibles de representar. Es populismo si se convierte en un espectáculo, tendremos como consecuencia la ilusión.
Podremos tener una visión de verdad frente a lo que nos quieren dar a entender personajes populistas, pero jamás podremos tener una visión de realidad. Si hay un acto político que remueve sentimientos dentro, que incita a la excitación emocional y a la pérdida del intelecto, es populista. Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿tendremos más cuidado al evaluar a los candidatos o dejaremos llevarnos por nuestras pasiones?, ¿dejaremos ser moldeados por acciones baratas y reiterativas de populismo?, ¿votaremos con nuestras pasiones o aludiremos a nuestra razón?