En la pasada entrega de Oscars 2016 la sorpresa fue mayúscula para muchos con la mejor película que fue Spotlight, que para el público latino se tituló como En primera plana. Una historia de la vida real acerca de los periodistas que destaparon el escándalo de la pedofilia en la iglesia católica de Boston. De resto, la entrega, que duró cuatro horas y captó la atención de la gran mayoría, fue muy elegante y con momentos muy dramáticos como la presentación de Lady Gaga en la que se hizo un homenaje a los sobrevivientes de abuso sexual y que fue antecedida por el vicepresidente de Estados Unidos invitando a que la gente denuncie y no sea indiferente ante este tipo de casos. Además hubo muchas intervenciones acerca del supuesto racismo que existe en la industria cinematográfica, aunque desdibujado por el humor, es una crítica permanente que refleja también el drama social que aún se vive por el racismo en muchas partes del mundo y que el señor precandidato republicano Donald Trump está empecinado en recalcar con sus discursos xenofóbicos. Esa noche, con sus películas y sus presentaciones, es un reflejo con diamantes de lo que pasa en el mundo. Violencia sexual, desigualdad de género, racismo, guerra, victimización. Pero basta mirar un poco más allá, como el noticiero del lunes, para darse cuenta que la realidad es mucho más agobiante y perturbadora. La situación de los emigrantes sirios en toda Europa va desde la humillación racial hasta el más profundo sentido de la deshumanización del otro. La televisión, los diarios, los medios en general son protagonistas y testigos de las miles de historias que día a día pasan en nuestro planeta.

Sólo es necesario dar una mirada a la historia de la Premio Nobel de la Paz más joven de la historia presentada por Nat Geo, llamada Me nombró Malala, para acercarse al drama cultural por el que pasan muchas mujeres hoy en día en diversos lugares del mundo y en el que se les niega la igualdad para culturizarse y educarse. Malala es un ser valiente que enfrentó el sistema talibán para exigir el derecho al estudio de miles y miles de niñas, consideradas inferiores a los hombres en algunas culturas orientales. Es increíble que eso siga pasando en pleno siglo XXI, pero más increíble aún es que ignoremos o nos neguemos a pensar que el drama existe. Se realiza una Teletón que abarca 24 horas de programación para recoger millones de pesos para una fundación privada, mientras vemos cómo son enterrados por inanición siete niños en la Guajira. Es obvio que debemos buscar una equidad respecto a las necesidades sociales de nuestro país, de nuestro mundo, de ahí la gran importancia que tiene el hecho de poder utilizar los programas televisivos no para conmover con historias pregrabadas, sino para acercar de frente a todos con la realidad que tenemos, agobiante y abrumadora, pero realidad al fin y al cabo. NO critico ni mucho menos el papel maravilloso de la fundación como tal, es muy fácil criticar sin hacer nada, pero sí es necesario que se tome una conciencia general mucho más radical respecto a los miles de problemas que tenemos que afrontar a diario y que la televisión, fuera del concepto del amarillismo del que hablé en la columna anterior, muestra cada día. Por eso es necesario que como padres, educadores y formadores busquemos las opciones que nos da un medio tan masivo para poder sentar precedentes en la era de la información a los niños y jóvenes. Es necesario contextualizar el mundo en que viven, porque en ese mundo es en el que se desenvolverán y tendrán que tomar decisiones.